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Final del invierno

Foto: Daniel Díaz Trigo

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De nuevo la casa vacía. Sientes que estuvo llena, hay señales de su ocupación, parece muy usada. Ahora vacía. No es su estado natural. Estuvo habitada algunos años, y cada día se iba llenando de cosas a su vez vacías que habían estado llenas, hasta que ya no había más espacio ¿se ahogaron sus ocupantes? La casa generaba tanta basura como amor, el amor se medía por la cantidad de basura que generaba. El amor podría ser la puerta de entrada a la libertad, se comparte la libertad en un espacio vacío. La puerta de esa casa también daba a unas escaleras que llevaban a un sótano. Lo único que sus ocupantes dejaron allí fue una gran cantidad de botellas de vino. Una bodega bien nutrida te esperaba.

Desde esa casa vacía se puede ir a todos los lugares que uno quiera siempre que se tengan fuerzas para ello. Ningún lugar te será negado si sales de la casa. Podrías recorrer una gran distancia y no llegar jamás al lugar deseado. Tendrás la sensación de que nunca se llega a tal lugar. Un libro se escribe así, se va dispersando el yo hasta lugares que ya no se ven y solo se anhelan, y otros como tú, van llegando a ti una vez que se han perdido. Te dispersas porque te has ido a todos los lugares a la vez. Esto conlleva un riesgo, el riesgo de estar en el aire flotando sobre la tierra a una altura considerable, con la sensación de que no es posible estar ahí por mucho tiempo. Un movimiento cualquiera, basta un ligero gesto, o el leve peso de un temor antiguo y te caerías. No es el temor a la caída, sino al golpe.

En el libro te dispersas, sales a la vez de cinco ciudadeshacia un único lugar en tiempos diferentes, incluso habrían pasadoalgunos años hasta llegar al lugar final del libro. Solo en las casas vacías se pueden escribir libros, apenas una mesa y una silla, algunas ventanas bien dispuestas, la casa vacía es el libro antes de ser escrito. Según lo vayas escribiendo tendrás que salir más a menudo de la casa. Se ha llenado de ti y no te has dado cuenta. Lo que más te llama la atención, y te hace mirar a través de ello, son las marcas que dejaron los cuadros que estuvieron colgados de las paredes. La luz fue apagando lo visible, los mismos cuadros también se apagaron un poco ¿oleos? Allí donde hubo cuadros colgados tú ves ventanas. Una casa vacía es un libro que vas a escribir. Todo fue sacado hace ya algún tiempo. Todo acabó en el garaje, incluso los libros que nunca habían sido leídos.

La casa del libro ha sido vaciada, el libro comienza con un vaciado. Algunos libros muestran un desorden vital, otros una gran mesura y equilibrio, en ninguno de los dos me encuentro. El arpa está siempre desafinada, mi mano te escribe a ti, la soledad eres tú. Estás en todo silenciada, te manifiestas en el orden de las cosas, la belleza del mundo es natural. Mis sentidos se agudizan, no se afinar el arpa, pero así suena el mundo ahora. Antes de salir de casa hay que elegir la ropa para el frío, sería imprudente ir desnudo en este tiempo, pero hay otras maneras de desnudez, de estar desnudo que conllevan alegría, cuando escribes por ejemplo. No cuentas apenas nada, solo hablas de un arpa desafinada que oyes en casi todo y no eres capaz de afinar, solo hablas de ti, pero como si fueras un cangrejo o un lagarto al sol.

El sol termina de arrancar la niebla, eso es una verdad, pero la niebla es el sol, la tierra respira, es su aliento, la bruma de lo que se quema dentro de nosotros, después el sol tensa las cuerdas del arpa. El arpa está dentro de nosotros, como una estructura ¿ósea? A veces necesito verlo así, una imagen que se proyecta en la tierra, su sonido, o el sonido que logre arrancar de ello llega de todo lo que nos rodea. Parece absurdo, lo es, lo absurdo nos crea y hace que creemos. Margarite Duras lo dijo con un puñado de palabras “Escribir. No puedo. Nadie puede, y se escribe” El lenguaje a la vez que aclara el mundo lo ensucia. Una pareja desayuna en la terraza de un hotel mirando el mar. Su casa está llena, el mar, la visión de los grandes espacios cura sus ojos de su horror vacui y de pantallas, han hipotecado su amor. Cada día lo tasan. La pareja discute, han llenado los platos con casi todo lo que había en el bufet, apenas podrán comer una pequeña parte. Discuten sobre algo banal, el sabor de un kiwi o el zumo de naranja. Nunca llegaran a un punto en común porque se recrean, llenan su vida con lenguaje, la discusión les da placer.

El libro se escribe sobre estos materiales y sobre la guerra.“En fin, es algo que no podemos evitar. Todos los que hemos venido a este mundo estamos cargados de deseos” YoshidaKenzô.Que perdure en ti la resonancia, yo soy tu resonancia. Desgraciadamente pocos son los libros que tiene resonancia. Las casas se llenan de libros sin resonancia. Hay una producción ingente de libros. Un libro es solo un libro cuando tiene resonancia. También había otras parejas en la terraza de aquel hotel que daba al mar ¿un lugar del Mediterráneo? podría ser, creo que era en un punto cualquiera del Mediterráneo. Una pareja de ancianos, no hablan apenas, en sus platos había solo unas piezas de frutas, la manzana había sido mondada y cortada en dos. Es difícil mondar la piel de una manzana con un cuchillo de hotel. Ella lo hizo con paciencia sacándole al filo del cuchillo todo su sentido cortante. Aquellos dos seres venerables ya no hablaban, solo miraban el mar y tomaban el sol. Apenas un gesto o una palabra entrecortada entre ellos, ¿quieres? no gracias.

El libro de la casa vacía decía que yo había vuelto a la ciudad. Allí, a la ciudad a la que ya nunca llego por más que me remonte. En esa ciudad el río me escribe a mí, todos los días voy al río.

Si hubiera habido una isla frente ellos, a unas cuántas millas náuticas, la habrían atravesado con sus ojos, o simplemente no la habrían visto. Su deseo de islas hacía ya mucho que estaba muerto. Tenían una mirada dispersa, una mirada que ya no habla. Repliegues y despliegues cada vez mayores, hay un momento extraño donde se da el punto de inflexión, y nunca se haya en el espacio, es ajeno a nosotros lo que se rompe por uso, su duración, el amor por ejemplo. Un fuelle roto echa el aire por los pliegues y se vuelve a llenar por las roturas. El libro de la casa vacía decía que yo había vuelto a la ciudad. Allí, a la ciudad a la que ya nunca llego por más que me remonte. En esa ciudad el río me escribe a mí, todos los días voy al río.

Mi ciudad es la más fea del mundo, el río que la cruza el más bello. Intento no hablar muy deprisa, escribo muy rápido, mi escritura mimetiza la corriente del río. Para ir al río siempre es mejor la mañana, el amanecer es un instante, el único que nos presta la eternidad por un breve momento para ser. La ciudad y el río se compensan, el ojo se llena de luz en las aguas. Un ojo se bebe, un ojo siempre tiene sed de ver, un ojo es lo que ve. Mi ciudad es fea y su río bello. El ojo es un pan, levita frente a las montañas, el ser levita como las montañas. ¿Es esto interesante? No, no lo es, no es una gran noticia, pero el ojo levita, eso es verdad. Vivir mejor que pervivir, se sobrecarga el techo. Escribir a pelo, desnudo ¿Se podría? ¿Y de qué? ¿Trataría de eso mismo que apenas puede decirse? De lo que se hace a pelo, desnudo.

Una postal no debe decir nada importante, solo debe sugerir, va desnuda, lo que pesa de ella es el lugar que es enviado, a ese lugar se le añade tu levedad, una brisa incolora. Posiblemente antes de que tú la leas alguien llegue a hacerlo. Si le procura felicidad ha tenido un sentido. Por si acaso, y escrita con una letra minúscula para que cupiera todo. Reproduzco lo que escribí en aquella postal de los palacios de Sintra: A veces se tarda mucho tiempo en leer un libro ¿Sería vivirlo? Está deshabitado, todo está abandonado.

El efecto de la tormenta de verano tarda un poco más de un día en desaparecer, pronto se borra en el lugar. Solo si se trata de una tormenta muy violenta, sus huellas permanecerán un poco más. Se restaña todo rápido. El cielo del libro está deshabitado, al final solo queda el cielo como un hueso muy pulido. El libro comienza con un extrañamiento. El autor está ausente. Sus breves baños en el río, como los animales y las aves. Un entrar y salir. El frío del agua, el sentir siempre frías las aguas, por contraste con su cuerpo, siempre en fiebre, el calor constante de su corazón. La larga lengua del cielo, en nuestros días habla inglés, pero en un inglés de Boston, una diplomaticpoetry. Él mataba por sus aforismos, a los que llamaba cesuras, grietas, pararrayos, dejó a un lado sus lamparillas de aceite, su poesía era huera, terminó escondiéndola por no atreverse a quemarla. Sabe del beneficio en los campos de las heladas a finales de febrero, como se aprieta la tierra hasta romperse en sus fibras, o mata los bichos insomnes. El blanco de la escarcha, el aliento de tus visiones calientes.

Le escribí poemas de abajo hacia arriba, todos eran escaleras hacia ella –Hashigo–Omoiyari, asistíamos a clases de compasión. Hilar la nada con nubes. Energías soterradas, cables enterrados, conductos, tuberías, fibras, para que no se vea la voz del sol. La luz no fluye, fluye la orden, en los poemas también se soterra la fuerza de la memoria, la poesía soterra el sol, la memoria del sol, es un arte de ondas. Y sé que tú todavía necesitas de la poesía. Esta era la gran noticia.

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