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De hambre y esperanza

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“Esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte” .

Václav Havel

Uno de mis mejores amigos es judío, estadounidense. Durante un tiempo, cuando yo todavía estaba en la universidad, este amigo mío, que vivía en Madrid, actuó como mi mentor y me ayudó a descubrir el mundo. Una de las experiencias que me facilitó fue pasar una temporada con sus padres para aprender inglés. Hasta que conocí a D., para mí, que vengo de familia humilde y de pueblo, este tipo de oportunidades no estaban al alcance. Corría el final de los años noventa y solo viajaban a los Estados Unidos las hijas e hijos de las familias pudientes de ciudad. Creo que nunca terminaré de agradecerles suficiente a D. y a sus padres ese gesto.

A punto de jubilarse los padres de D. me acogieron en su casa; pasé mucho tiempo con su padre, Mr. R., que estaba de vacaciones: leíamos sentados en sus butacones de chalet americano de suburbio (como los de las pelis), yo en inglés, él en español; ambos estábamos aprendiendo y nos ayudábamos mutuamente con el idioma. En varias ocasiones visitamos la ciudad en tren y juntos pasábamos muchas tardes deambulando por el museo, yo a mi aire y él “nervioso porque yo no seguía el orden” de la exposición, entiendo, porque yo creo que me porté muy bien como invitada.

Mi estancia en su casa coincidió con el Séder, cena ritual que da comienzo a la Pascua que conmemora la salida del pueblo judío de la esclavitud a la que estaba sometido en el antiguo Egipto. Durante el Séder se comen y beben alimentos que simbolizan los diferentes momentos de la liberación: hierbas amargas que recuerdan las lágrimas derramadas, pan ácimo (sin fermentar) que simboliza la prisa con la que tuvieron que abandonar sus hogares, vino bebido en varios rituales que recuerdan y simbolizan las fases de la esclavitud y la liberación…

En casa de los padres de mi amigo se reunieron familiares y amistades de diversos lugares, éramos unas veinte personas; la ceremonia se realizó parte en inglés y parte en hebreo. Yo no hubiera entendido nada de no haber sido por otro de los invitados, un señor anciano, que además de ir traduciéndome la ceremonia fue también contándome su vida en perfecto español. Tendría en aquel momento unos noventa y pico años. Era superviviente del Holocausto, me contó su paso por un campo de concentración nazi cuando era chaval, cómo llegó desde ahí a Sudamérica y después a los Estados Unidos. Fue una conversación fascinante: ambas historias (personal y colectiva) se fundieron en una única experiencia. El padre de mi amigo, Mr. R., también sobrevivió al Holocausto cuando era niño. Haber compartido esa mesa y hablar de “liberación” y “supervivencia” con aquellas personas desconocidas, que aquella comunidad compartiera conmigo su historia antigua, que era también la historia de vida de algunos de los comensales, es uno de los más grandes privilegios de mi vida. Todavía me sobrecoge pensarlo.

Mr. R. falleció hace unos meses, solo unos días después del Séder de este año. Antes de fallecer, a petición de sus hijos, escribió sus memorias. Mi amigo, sabiendo de la conexión lectora entre su padre y yo, me hizo llegar el texto. Es como de novela: salió de niño, apenas tres años, del gueto de Varsovia un día antes de que los nazis lo cerraran. Vivió en Rusia la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial en campos de refugiados; sobrevivió al frío y al hambre una y otra vez, gracias al ingenio de sus padres y al apoyo de la comunidad internacional en los diferentes países por los que fue pasando. Llegó como adolescente a los Estados Unidos, que lo acogieron como refugiado y donde pudo prosperar. Era ingeniero, profesor universitario, y en toda esa huida y supervivencia pasó hambre, mucha hambre; tanta que él mismo cuenta que durante toda su vida posterior, cada vez que comía una simple manzana se acordaba de aquella única manzana que su madre compartió con su hermano, su hermana y él mismo, todos a punto de morir de inanición. Cómo su madre tuvo que ser muy cuidadosa para darle a cada uno la porción adecuada que a todos permitiera sobrevivir.

Y leo las noticias, como todas hacemos estos días, y veo que el Estado de Israel está cometiendo contra el pueblo palestino una atrocidad nueva: “Una hambruna diseñada para infligir privación individual y trauma social” como no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Y pienso cómo el Estado mismo de Israel, la fundación del país entero, se basa en las historias de vida, el hambre y el sufrimiento de personas como aquellas con las que compartí un Séder.

Hombres y mujeres que sobrevivieron de milagro al Holocausto que dio lugar a un Estado que hoy comete exactamente los mismos crímenes de los que sus fundadores fueron supervivientes. ¿Cómo es posible? ¿Cómo habrán celebrado las familias judías israelíes el Séder de este año? ¿Se habrán dado cuenta de que su historia ya no les pertenece, que han dejado de ser el pueblo que huye, salva su vida y su dignidad para convertirse en el poder absoluto, tirano y despiadado del faraón del que huían?

Quiero suponer que el miedo y la desinformación están haciendo que todas estas ciudadanas no terminen de ser conscientes de lo que su gobierno está provocando (en Israel viven algo más de nueve millones de personas, de los cuales el setenta por ciento son de religión judía). Es difícil y quizá un autoengaño, pero quiero suponer esto antes que pensar que seres humanos como yo son plenamente conscientes de las atrocidades que se están cometiendo en su nombre, pagadas con sus impuestos.

Cada día vemos en las noticias cómo el pueblo palestino lo está perdiendo casi todo: sus casas, sus familias, la comida, el agua, la vida. Les sigue quedando la dignidad humana del que muere porque es atacado, perseguido y no tiene más opción, igual que les quedó su dignidad intacta a los supervivientes del Holocausto que aquella noche de Séder compartieron su historia conmigo. Sin duda, las personas palestinas de Gaza son las que más pierden, pero no las únicas. Los y las ciudadanas israelíes, por su parte, están perdiendo su humanidad, su dignidad y su historia de sacrificio y superación frente a la adversidad como parte del pueblo judío.

En su nombre, el Estado de Israel asesina y mata de hambre a niños que son hoy lo que muchos de sus abuelos fueron en el pasado, lo que fue el original pueblo de Israel en la antigüedad. ¿Cómo es posible? ¿Cómo van a sobrevivir como nación cuando se den cuenta de lo que están haciendo? ¿No aprendieron nada de sus propios verdugos y de cómo cargan todavía sus descendientes con la culpa de ser de la estirpe de los perpetradores? ¿Qué les contarán a sus descendientes cuando la Historia los juzgue? ¿Cómo van a poder sobrevivir con semejante vergüenza en su haber? ¿Cómo van a ser capaces de recitar su propia historia de supervivencia a la opresión en los Séder que están por venir?

También nosotras, observadoras pasivas, comunidad internacional, estamos perdiendo algo muy importante: la esperanza. Esperanza en que las cosas pueden cambiar a mejor y que nosotras tenemos capacidad de aportar a ese cambio. La voluntad y acción sistemática del Estado de Israel para exterminar a una población que no considera humana (no lo digo yo, lo dicen ellos mismos, lean las declaraciones), su ejecución, con la complicidad de toda la comunidad internacional, de la esta hambruna provocada por el ser humano sin que hagamos nada nos está robando la esperanza en que hacer algo es posible y necesario.

Y una vez que nos roben la esperanza tengo la sensación de que aceptaremos sumisamente cualquier circunstancia que nos sobrevenga, natural o diseñada. Entonces, los poderosos, sabiéndose sin oposición, harán lo que quieran, igual que están haciendo ahora en Palestina.

Hace años, en una sesión de educación popular, aprendí que cada persona tiene su pequeña parcela de poder y que, cuando ese poder no se ejerce en nombre propio, entonces, de alguna forma, se “delega” en otras personas que acumulan el poder no usado del resto y se hacen superpoderosas. Así, a base de no ejercerlo, unas pierden su poder y otras lo acumulan y terminamos unas mandando demasiado y otras obedeciendo todo. Para restablecer un equilibrio de poder saludable en lo social y lo personal es necesario, por tanto, hacer uso de nuestro poder limitado, que no es mucho, pero tampoco es ninguno.

Yo solo soy una mujer de mediana edad que vive en un pueblo de esos de cuyo nombre casi nunca nadie se acuerda. No tengo ningún tipo de capacidad de influencia directa sobre las decisiones que toma el Estado de Israel contra las personas palestinas que viven en Gaza. Tampoco tengo mucha capacidad de acción (aunque alguna más) sobre mis propios gobiernos (local, regional, nacional) para que dejen de apoyar y comerciar con el Estado de Israel.

Pero sí tengo mi conciencia y puedo hacer cosas. Una que ya estoy haciendo es no comprar productos israelíes o de empresas vinculadas directamente con el conflicto. Me baso en esta lista de empresas que ha sido publicada por la ONU y esta otra de productos publicada por Rescop. Por supuesto no voy a ir a ninguno de los festivales del fondo KKR (aquí la lista) que, por cierto, está reaccionando al boicot de artistas y espectadores.

Y lo que voy a hacer a partir de ahora es un ayuno simbólico como protesta, porque no puedo aguantar más estar viendo a niños y niñas morir de hambre sin hacer nada. Haré lo que pueda, porque no puedo comprometer todo mi tiempo o energía en esto (hay otras personas y obligaciones que dependen de mí y también son importantes), pero a partir de ahora voy a dejar de comer un día a la semana. Y, cosa que no hago muy a menudo, voy a compartir parte de este ayuno protesta en mis muy limitadas redes sociales.

Muchas me dirán que no servirá de nada y, ciertamente, que yo pase hambre no va a darles de comer a las niñas palestinas que pasan hambre. Pero ayunar es algo que yo puedo hacer y es algo que voy a hacer. Es algo, además, que ya se hizo antes como forma de protesta frente a la injusticia, para cambiar las cosas, y algunas cosas cambiaron. Ayuno para que, si les llega la información, las personas de la Franja de Gaza sepan que no están solas ni abandonadas del todo a su suerte: hay gente que observa y se conmueve con su sufrimiento.

Lo hago para que puedas sumarte y “hacer algo” si es que tu conciencia así te lo pide. Para que las diferentes personas que me gobiernan entiendan que no es aceptable seguir manteniendo relaciones con un Estado que abiertamente habla de exterminar personas. Para que el gobierno del Estado de Israel pueda recapacitar y pensar sobre lo que le está haciendo al pueblo palestino y también al suyo propio. Para detener esta sinrazón y contribuir a la paz. Lo hago, egoístamente, por mí, para no seguir sintiéndome cómplice de cosas horribles con las que no puedo estar de acuerdo. Y, sobre todo, voy a ayunar para no perder la esperanza en que las cosas pueden cambiar si cada una de nosotras hacemos, tan solo, lo que podemos, no más, pero tampoco menos.

Ojalá, si tu circunstancia lo permite, puedas sumarte a este “hacer lo que puedo” y mantengamos viva, al menos, la esperanza.