“La autovía será siempre nuestra”: un día entero andando por la libertad de los presos independentistas

Pol Pareja

La Garriga —

Àngel Ibáñez, 61 años, trabaja para el departamento de extranjería del Ministerio de Política Territorial y Función Pública. O, como él dice, es un “funcionario del Reino de España”. El martes por la tarde se despidió de sus compañeros hasta el lunes por lo que él considera una causa mayor. Gastará unos días de sus vacaciones para poder participar en el copioso menú de movilizaciones que le esperan durante los próximos días: tres jornadas caminando por las carreteras catalanas, durmiendo en el suelo, para llegar el viernes a las 17 h a Barcelona y participar en una gran manifestación que coincidirá con la huelga convocada por los sindicatos independentistas.

Las llamadas Marxes per la llibertat [Marchas por la libertad] han arrancado este miércoles desde cinco puntos distintos de Catalunya y han colapsado varias carreteras durante toda la jornada. En ellas participan miles de caminantes que lo han dejado todo unos días para protestar contra la condena del Tribunal Supremo a los políticos independentistas. El plan requiere caminar más de 30 kilómetros diarios y no todos lo aguantan, de manera que varios manifestantes solo participan en algunos de los tramos y después regresan a su domicilio, en función de las obligaciones familiares y laborales.

Según los organizadores, más de 20.000 personas han participado este miércoles en esta nueva manera de manifestarse. Las marchas que salían de Vic y Girona -a esta última se ha sumado incluso el president de la Generalitat, Quim Torra- han congregado a 10.000 personas cada una. La que ha salido de Tàrrega ha contado con unos 3.000 asistentes y las que han partido de Tarragona y Berga han reunido unas 1.000 personas cada una. Agotadas prácticamente todas las demás opciones de protesta, el independentismo ha puesto en marcha esta nueva propuesta que se inspira, según la ANC y Òmnium, en otras “movilizaciones históricas” como fue la llamada marcha de la sal dirigida por Mahatma Gandhi en 1930. 

Ibáñez lleva una camiseta amarilla de la Diada de 2013 y una mochila del Decathlon de la que cuelga una cantimplora y una esterilla roja. Luce, también, una buena dosis de merchandising secesionista: un pin que pide la libertad de los presos políticos, otro con un lazo amarillo, otro en el que aparece la palabra ’sí’.

Se baja del tren a las 11:30 h en Centelles (Barcelona) un poco molesto. No por la sentencia, que también, sino porque se ha dormido y no ha llegado al principio de la marcha, que salía de Vic a las 9 de la mañana. Se une a ellos en el receso del mediodía, que consiste en un picnic en medio de la C-17 que cuenta con una logística digna de etapa ciclista.

A falta de unos minutos para que llegue la marcha a Centelles, decenas de activistas organizan todo para que los caminantes puedan descansar a su llegada. Se han preparado miles de bocadillos de tortilla de patatas y de butifarra (el pan con tomate, opcional). Algunas vecinas han hecho croquetas, otras han cedido fruta de sus huertos o han traído centenares de yogures. Por cinco euros, uno puede comer dignamente en medio de una autovía con el café incluido. Una gran pancarta que dice Todos estamos condenados preside el ágape.

Está todo absolutamente previsto en la Marxa per la llibertat: hay un punto para cargar el móvil, altavoces por los que se oye música a favor de la independencia e incluso dos camillas donde dos fisioterapeutas ofrecen atención a los manifestantes que estén más cansados o presenten dolencias. “De momento sólo hemos atendido a tres”, dice una de ellas. “La gente aún está fresca”.

Tipos con peto verde se encargan de que todo esté en orden, de dejar espacio en la carretera para que pasen las ambulancias, de evitar que la gente se siente en las medianeras, de tratar que el grupo vaya unido y no se separe por culpa de los distintos ritmos que llevan los participantes.

Hay de todo entre los miles de manifestantes que caminan durante horas por la C-17. Jubilados, jóvenes estudiantes, pero también gente como Àngel Ibáñez, que se ha pedido unos días en el trabajo. Algunos van con el carrito con sus bebés y hay un fuerte contraste en las equipaciones de los manifestantes: algunos van en chanclas, otros van totalmente equipados con ropa de trekking y palos para caminar. El día es primaveral, el cielo está completamente azul y la gente anda animada. Los camiones y coches que pasan por la otra calzada pitan los cláxones en señal de apoyo y la muchedumbre responde con gritos cuando pasan. 

Durante la comida los concentrados hablan de lo que ocurrió el lunes en el aeropuerto y el martes en el centro de Barcelona. Después de hablar con más de una docena de manifestantes se desprenden dos ideas: el enojo contra el Govern es extendido y la condena de la violencia es proporcional a la edad del manifestante. Los más mayores muestran reticencias ante las imágenes de contenedores ardiendo. Los más jóvenes creen que no les queda otra.

“Al llegar y ver que había tanta gente se me ha puesto la piel de gallina”, sostenía Ibáñez, que explicaba que había elegido la marcha que salía de Vic porque pensaba que sería la menos concurrida. “Ahora ya se me ha pasado, pero tengo que reconoer que me he emocionado”, explicaba después de comer.

La marcha reanuda su camino después del bocadillo con algunos problemas para avanzar. Cada hora hay que parar para tratar de reunificar el grupo y evitar que se disperse la marcha, que se extiende durante varios kilómetros sin que se pueda ver el final de la manifestación desde uno de los extremos. El clásico cántico Els carrers seran sempre nostres [las calles serán siempre nuestras] se ha sustituido por L’autovia serà sempre nostra [la autovía será siempre nuestra]. La gente canta y se saca selfies, algunos tocan el tambor, otros la flauta. Lo pasan bien a pesar de que el cansancio va aumentando a medida que avanzan los kilómetros.

En el otro lado de la moneda estaba Ricardo Jiménez, un transportista que trabaja para Mudanzas GB. Resignado en su camión, totalmente parado en la cola de la marcha, explica que debía hacer una mudanza en Ametlla del Vallès que ha tenido que cancelar. “Llevo todo el día aquí encerrado en el camión y va para largo”, explicaba sobre las 14 h. “Lo peor de todo es que me estoy muriendo de hambre”. Su espera se alargará hasta pasadas las 18:30 h, cuando el grupo llega por fin a La Garriga y se desvía de la C-17, dejando paso a una larga cola de vehículos que también han pasado el día en la carretera.

La llegada al pueblo recuerda a cuando un ejército aparece para liberar una población de un tirano. Cientos de vecinos del municipio se agolpan en las laderas de la carretera y les reciben con aplausos y vítores. Desde los balcones otros ondean esteladas. Un vecino de La Garriga incluso eleva con sus brazos una urna de las que se utilizaron el 1 de octubre de 2017 mientras grita “Benvinguts a La Garriga”. 

Los caminantes dormirán en el polideportivo del municipio. Al llegar, empiezan a buscar exhaustos un sitio para pernoctar en la pista de baloncesto. Como todos no caben, los vecinos del pueblo ofrecen su casa al resto de manifestantes.