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Los Encants cambian de época

Una de las paradas de los viejos Encants. / CARMEN SECANELLA

J. J. Caballero / Carmen Secanella (fotos)

Los Encants fueron el Ikea de la transición. Los inmigrantes de los sesenta, los universitarios de los setenta, los jóvenes que se independizaban (solos o en compañía) en los ochenta o los nuevos inmigrantes de los noventa encontraban allí los muebles “funcionales” más baratos y objetos de segunda mano a muy buen precio. Abundaba la fórmica blanca, la madera de pino y las sillas de enea. Pero el diseño sueco acabó con todo ello y las tiendas de los Encants dejaron de ser una referencia. Así, los Encants acabaron siendo un mercado de aluvión, lleno de cachivaches, que incluso vió crecer a su alrededor un submercado que fue llamado “mercado de la miseria”.

Un palio lleno de reflejos

Los nuevos Encants se abren bajo un palio espectacular, un edificio futurista lleno de reflejos, creado por el arquitecto Fermín Vázquez. Tenía que inaugurarse a principios de junio, pero una tromba de agua dejó en evidencia las deficiencias de la construcción y los flamantes Encants se inundaron.

En Barcelona ya pasan estas cosas. Ocurrió durante los prolegómenos de los Juegos Olímpicos, cuando se estrenó el remodelado Estadi. Una tormenta demostró importantes fallos de acabado en la cubierta bajo la que se encontraban las autoridades, incluido el Rey, que soportaron estoicamente el chaparrón, dicho en la más amplia acepción de la palabra, porque a la lluvia se sumaron los silbidos de los asistentes e incipientes voces a favor de la independencia. Los Encants han costado casi 60 millones de euros, una cifra que está siendo cuestionada si se toma en consideración su auténtica utilidad.

Habrá que ver qué ambiente se crea en torno a los ‘contenedores’ que, en diversos niveles, albergan las paradas situadas bajo el espectacular palio. Porque en los viejos Encants había un caos aparente que en realidad no era tal. En las callejas que formaban las tiendas se podía encontrar a un lado una tienda con óleos, vírgenes, “geypermans”, collares y cajitas y en el otro, justo enfrente, sostenes y bragas de colores chillones (rojo, amarillo, violeta…) que se vendían a un euro.

El tiempo detenido

En una librería fundada en 1964 el Quijote ilustrado por Gustavo Doré convivía con ‘El nuevo libro de la vida sexual’. En un rincón, una tienda vendía anillos y colgantes de Esvaroski, aunque hay que admitir que no parecía que pretendieran engañar a nadie, y no como aquél vermut que se llamaba Martínez y que tenía una etiqueta clavadita al Martini.

Para algunas paradas el tiempo parecía haberse detenido a principios de siglo. Una deducción resultante de ver los precios en pesetas pero, sobre todo, de la cantidad de polvo acumulado en los estantes.

Con el tiempo, el acento predominante, el que usaban los gitanos que abundaban en los Encants, fue sustituido por otros acentos. Podías escuchar el sonido de unas castañuelas, pero cuando uno se daba la vuelta, aparecía una tienda repleta de trajes de faralaes a cuyo frente estaba un señor que procedía del sur del sur. Y aún se oía, pero cada vez menos, el inconfundible grito gitano de “¡Guapa, te lo regalo!”.

El sonido dominante en el mercado era el de las vendedoras y vendedores, acompasado por el murmullo de las voces de los compradores, y el run run del entrechocar de cuerpos y de los pies que se arrastraban sobre el castigado pavimento de cemento. ¿Y el olor? El olor era un cóctel de polvo, sudor y vapores de los extractores de las casetas de comida. No era un olor desagradable. No olía a fritanga ni nada que obligara a evitar según qué zonas. Era, simplemente, ‘el olor’ de los Encants.

Se mantendrán las subastas

¿Qué quedará de todo ello en el moderno recinto? ¿Mantendrá sus cien mil visitantes semanales? Lo que está claro es que algunos se han quedado por el camino. En torno a un diez por ciento de los paradistas han renunciado a salvar el centenar de metros que les separan de las nuevas instalaciones. Unos se han jubilado, otros no han encontrado acomodo, porque también se ha reducido el número de paradas: había más de 500 y ahora habrá 479.

Los responsables de la Fira de Bellcaire quieren, en todo caso, perpetuar las subastas de los lotes, un caso único en Europa que se repite todos los lunes, miércoles y viernes a partir de las 7.15 de la mañana. Y con ese objetivo, los nuevos Encants cuentan con una gran plaza que acogerá bien temprano las voces de los paradistas en busca de las mejores ofertas.

El traslado de los Encants venía condicionado por la reforma urbanística de la plaza de les Glòries, ese punto que Ildefons Cerdà planificó como el centro de Barcelona y que ha quedado como una especie de tierra de nadie, con un anillo viario condenado a desaparecer y un parque cerrado al público. Pero esa reforma avanza muy lentamente, después de que haya sido descartado el plan consensuado con los vecinos por el anterior equipo de gobierno. Ahora las prioridades son otras. Proyectos como la pérgola que acogerá los nuevos Encants parecen impensables en estos momentos.

Los viejos Encants ya son historia. El mercado más antiguo de Barcelona y uno de los más longevos de Europa (fue creado en 1375) cambian de época. Pero nadie nos quitará unos instantes de nostalgia.

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