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¿Aliadas contra la transfobia?

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Belén Camarasa

Impulsora del espacio de Sororidad Trans* de la Fundación Surt —

Las personas trans* no hemos nacido en un cuerpo equivocado. Ni tenemos el cerebro de uno u otro género. Ni necesitamos una construcción social de cualquier género alternativo. Esto aún tenemos que explicarlo, porque no es una mayoría la población que es consciente de ello.

Ni todas aunamos un mismo sentimiento, ni un tránsito determinado, ni, tan siquiera, una proyección social, personal y política similar. Las personas con una identidad de género que no coincide con el sexo asignado al nacer somos tan diversas como cualquier otro segmento de la población. Sin embargo tenemos luchas comunes.

Vivir en la diversidad trans* es convivir a menudo con insultos, vejaciones, injurias, ofensas, ultrajes, escarnios y mofas provenientes de quienes se sitúan en la zona de confort del sistema sexo/género. Son expresiones de violencia de género contra quienes se salen de las normas de este sistema artificialmente binario; son violencias sancionadoras de las identidades que lo ponen en cuestión.

Entre estas violencias, una de las menos visibles y más opresivas, es la exclusión del mercado laboral. Salirse de la normatividad del sistema sexo/género expulsa las personas del mercado laboral y, de la mano, niega a una amplia franja de las mujeres trans los derechos económicos y sociales asociados a un lugar de trabajo, así como los privilegios simbólicos de las posiciones profesionales.

Las oportunidades de entrar y mantenernos en un puesto de trabajo son mínimas cuando la identidad trans* es visible. Las pocas cifras disponibles de esta realidad indican paro y situaciones de exclusión disparadas entre las personas trans*, y esta es la preocupación de las mujeres que acompaño a diario en su proceso de empoderamiento. Un proceso en el que las empresas, por ahora, no son agentes aliados. Por el contrario, suelen cristalizar y mantener con sus prácticas la transfobia social.

Buena parte de las personas trans* que afirman tener un trabajo están ocupadas en la economía sumergida, donde las actividades laborales implican desprotección legal y riesgo de explotación. En la precariedad del segmento laboral informal, es habitual que el trabajo sexual se convierta en el medio de subsistencia, único o complementario a otra fuente de ingresos que resulta insuficiente.

Este panorama de discriminación laboral por motivo de género tiene consecuencias determinantes en el desarrollo de la persona. La imposibilidad de acceso al trabajo regular y estable es la negación de acceso a una fuente básica de relaciones identificadoras, socializantes y “normalizantes”.

La deshumanización que implica la estigmatización actúa de pleno en su escenario socioeconómico. Las personas trans* tienen negada la clave para lograr autoconfianza, seguridad, desarrollo de recursos propios, autonomía y para establecer vínculos de derechos y deberes con la sociedad.

Es insultante ver como de forma continuada somos invitadas a no ocupar los espacios laborales teniendo como única opción, que no elección, la prostitución. Una actividad estigmatizada y soterrada a las alcantarillas de la sociedad.

En nuestro día a día, ocupamos espacios y nos sentimos agredidas por el hecho de vivir, de ser un sujeto social, de visibilizar un hecho estructural que la misma sociedad se ha encargado de construir y de estigmatizar, a la misma vez y en el mismo lugar.

Visibilizar la diversidad de identidades, formas y expresiones causa miedo en muchas personas, porque obliga a autocuestionarse su propia identidad. Y, con el miedo de la sociedad, se gesta el estigma.

La transfobia la vivimos en lo cotidiano y se combate o mantiene, también, en los espacios de la cotidianidad. Las actitudes, comportamientos y prácticas (o inacciones) de todos los agentes de la vida social -profesorado, empresariado, administraciones públicas- nos hacen corresponsables, o bien de mantener la violencia machista o bien de ir superando sus manifestaciones.

El cuestionamiento social del sistema de género binario es, aun, minoritario y, contra la exclusión y la vulneración de derechos, necesitamos que cada una de las personas en sus espacios asuma, identifique y normalice las diversas identidades de género en los espacios públicos y privados, en el ámbito social, político, médico, afectivo y reproductivo.

La desinformación y desconocimiento predominante sobre las realidades trans* nos agrede a diario y, las violencias vividas, en múltiples espacios, nos fuerzan a volvernos a invisibilizar, para no perder todos los derechos propios de vivir dentro de la norma.

El género es un producto del poder, no una verdad, ni una promulgación de derechos. Es un sistema impuesto, coercitivamente. Y, como cualquier sistema constrictivo, es un sistema que merece ser combatido en defensa de los derechos sociales, económicos y humanos de todxs, en nuestra diversidad. Una diversidad real que no cabe en las cajitas en que se nos intenta meter incluso antes de nacer: la de “ser hombre” o, por oposición, la de “ser mujer”.

Las violencias para mantener a las personas clasificadas, sin matices y de manera inamovible, en una o en otra, es el mecanismo para sustentar la organización sexista de la vida social. Si los agentes sociales no se alían para superar las expresiones de la transfobia, como es la exclusión del mercado laboral, no lo están haciendo, de pleno, para conseguir de manera efectiva la equidad.

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