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La verdad de la Barcelona del barraquismo, no hace tanto tiempo

Xavier Febrés

En la flamante playa olímpica de Barcelona, junto a los bares de moda a orillas del mar y la moderna silueta del parque biomédico de alta investigación científica, a la sombra de la monumental sardina metálica del arquitecto-escultor Frank Gehry, se acaba e ’inaugurar la primera de les once placas que se colocarán en varios puntos de la ciudad para recordar que allí hubo durante largos años míseros barrios de viviendas en barracas que merecen recuperar la dignidad de quienes los habitaron y la indignidad de quienes les obligaron a ello, cuando la reluciente Vila Olímpica era el infamante Somorrostro. No hablo de una época histórica tan alejada. La última barraca barcelonesa fue derribada en 1989, en La Perona, en vísperas olímpicas.

A finales de la década de los 1950 Barcelona alojaba en los numerosos núcleos de barracas el 7% de la población, unas 100.000 personas, más que el censo de toda la ciudad de Girona. Anteriormente, en la década de los 1920 ya había 6.000 barracas en la ciudad. Tras la Guerra Civil aparecieron nuevos núcleos en el Carmelo, La Perona y Montjuïc, la montaña convertida en auténtica favela. La erradicación del barraquismo se reveló muy lenta. Primeramente el franquismo organizó un Servicio de Control y Represión del Barraquismo que no servía de nada bueno. Las barracas de la parte alta de la Diagonal desaparecieron con las obras del Congreso Eucarístico Internacional de 1952, una parte de las de Montjuïc en 1964 para construir el parque de atracciones, les del Somorrostro para abrir el Paseo Marítimo y las últimas en la cumbre de la colina de La Rovira poco antes de los Juegos Olímpicos.

Ahora el Museo de Historia de la Ciudad ha elaborado una guía de las antiguas zonas de barracas, con el itinerario de las placas de recuerdo. Un pequeño espacio expositivo será habilitado por la misma entidad en la colina de La Rovira. En alguno de estos lugares de memoria sería preciso enaltecer al libro pionero que en 1969 empezó a describir la vergüenza que significaba la subsistencia de las barracas. Se titulaba El Montjuïc del segle XX y lo escribieron los periodistas “barracólogos” Josep M. Huertas Claveria, Jaume Fabre y Josep Martí Gómez.

Actualmente Jaume Fabre asesora, con un escepticismo activo, la Comisión Ciudadana para la Recuperación de la Memoria de los Barrios de Barracas. El apodo de “barracólogos” no siempre fue afectuoso en la Barcelona de la gauche divine que cambiaba tan lentamente de época. Tal vez dentro de unas décadas los pisos-patera en que se aloja la actual inmigración sean objeto de atención por parte del Ayuntamiento y el Museu de la Historia de la Ciudad.

Tal como informaba esta semana la periodista Cristina Palomar a este mismo diario, acaba de ser desalojado el descampat de la confluencia de las calles Álava y Bolivia, en pleno barrio tecnológico del 22 @, donde vivían desde hacía siete años catorce familias procedentes de Galicia y Portugal, ahora realojadas en pisos sociales de Barcelona y Montcada i Reixac. Según el Ayuntamiento barcelonés, el Plan de Asentamientos Irregulares ha atendido a 570 personas en un año y medio, y ha realojado a 267. 

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