Opinión y blogs

Sobre este blog

¿Por qué publicamos en revistas científicas?

Una de las funciones de Ciencia Crítica es ser una ventana abierta al mundo de los científicos. Esta ventana quiere mostrar cómo interaccionamos con la sociedad o los gobiernos, y también cómo hacemos ciencia, como deberíamos hacerla y qué cosas podríamos mejorar. Es decir, en qué consiste nuestra profesión. Algo que quizá no sea plenamente comprendido por la sociedad es que la comunidad científica está inmersa en un proceso constante de intercambio de información y de crítica al propio trabajo y al de otros. Dicha crítica es la base de nuestro trabajo y resulta constructiva la mayor parte de las veces. E incluso cuando no lo es (o sobre todo cuando no lo es), constituye una parte fundamental de nuestro trabajo. De hecho, el filósofo Karl Popper opinaba que ésta es la principal característica del conocimiento científico. A diferencia del conocimiento religioso o espiritual, que se basa en proteger ciertas ideas preestablecidas (o dogmas) del contraste con la realidad mediante la introspección o la fe, todo conocimiento científico es y debe ser criticable y falsable o refutablefalsable. Esta falsabilidad implica que en ciencia la teoría se acepta condicionalmente a partir de la evidencia conocida, hasta que las predicciones de dicha teoría se demuestren falsas o incapaces de dar cuenta de algunos fenómenos que se encuentran dentro de su ámbito de aplicación. Ese es el momento de replantearse dicha teoría, modificándola o limitando su ámbito de aplicación.

La herramienta principal del proceso de refutación son las hipótesis, base del método científico clásico y que deben poder ser contrastadas mediante experimentación u observación. Un buen ejemplo lo constituyen los experimentos con los que Francesco Redi o Louis Pasteur refutaron la teoría de la generación espontánea enunciada por Aristóteles. Dicha teoría predecía que a partir de materia orgánica en degradación se generaban formas de vida como gusanos o microbios; tanto Redi como Pasteur aislaron pedazos de carne mediante vidrios estancos, y los compararon con pedazos expuestos, bajo la hipótesis de que si existía generación espontánea, nuevas formas de vida deberían aparecer tanto en la carne aislada como en la expuesta. Mientras que la carne aislada no sufría cambios (especialmente en el caso de Pasteur, que la había hervido), la expuesta se pudría y se llenaba de larvas de mosca, permitiendo rechazar la hipótesis. Sólo más tarde se pudo demostrar la puesta de huevos por moscas y la llegada de microorganismos, pero por aquel entonces la teoría de la generación espontánea ya era agua pasada. No todas las hipótesis son falsables, y la imposibilidad de refutar sus dogmas básicos es precisamente lo que distingue al conocimiento científico de las explicaciones míticas o religiosas – aunque algunas se vistan con el ropaje de la ciencia, como ocurre con la “teoría” del Diseño Inteligente, que Jerry Coyne ha caracterizado sarcásticamente como “Jesús con bata de laboratorio”. Para poner en evidencia esta diferencia, Bertrand Russell formuló la hipótesis de que hay una tetera cósmica (sí, una tetera, Bertrand Russell era inglés) orbitando alrededor del Sol entre la Tierra y Marte. Aunque es imposible ofrecer pruebas de que la tetera cósmica no existe, nadie en su sano juicio tomaría la ausencia de dichas pruebas como prueba de su existencia.

Dado que todas las teorías e hipótesis científicas deben ser expuestas públicamente para poder ser refutadas, a nadie se le debe escapar que una parte fundamental del trabajo científico es la comunicación de resultados e ideas entre los propios científicos. Aunque en áreas de importancia económica como la biomedicina los resultados preliminares se suelen ocultar hasta que los productos finales han sido patentados, al final es siempre necesario comunicarlos para someterlos al debido proceso de crítica y, eventualmente, ratificación científica (que no es sino su supervivencia a la falsación, y es por tanto mayor cuantos más intentos ha habido de refutarla). La comunicación se puede realizar en eventos públicos como congresos o reuniones de trabajo más restringidas, que permiten hacer llegar las ideas rápidamente a diferentes grupos de investigación, y permiten la discusión y mejora de las ideas. Esta opción tiene un alcance limitado, por lo que la vía más habitual y sólida para someter dichas ideas al análisis, la crítica y eventual ratificación de toda la comunidad científica es la publicación de los resultados en libros, revistas especializadas y, en forma creciente, blogs. La ética científica exige que los trabajos publicados contengan información detallada y objetiva sobre los motivos de la investigación, los métodos utilizados, sus resultados, y la interpretación que los autores hacen de ellos, incluyendo sus implicaciones, y mencione claramente cualquier evidencia contradictoria que haya sido publicada previamente. En resumen, el nivel de detalle proporcionado por las publicaciones científicas debe permitir tanto profundizar en la investigación realizada hasta encontrar los errores, debilidades o fortalezas de la misma, como repetirla, mejorarla, extenderla a diferentes ámbitos (por ejemplo, de modelos animales a humanos) o descartarla por incompleta o errónea.

Una característica importante de las publicaciones científicas es que en la mayoría de ellas (las de mayor relevancia) los manuscritos se someten a un proceso de revisión por pares, o peer review. Durante este proceso, uno o –habitualmente– varios científicos externos evalúan el estudio que se presenta para determinar si es suficientemente inteligible, si contiene errores, si está basado en información confiable y si tiene calidad suficiente para ser publicado en la revista a la que se envía el artículo. Después, un miembro del consejo editorial de la revista decide, basándose en los informes de los evaluadores externos, si el estudio es publicado.

Cuanto mayor es el prestigio, calidad o impacto de dicha revista, más difícil es que la naturaleza del estudio y su interés sean suficientes para ser publicados. Revistas generalistas y de gran prestigio como Nature o Science declinan un elevadísimo porcentaje de los manuscritos que recibenNatureScience (típicamente más del 95% de los manuscritos que se envían). Esto implica que muchos de los trabajos rechazados en estas revistas contengan ciencia sólida y resultados de interés general. En realidad, el motivo principal del rechazo para muchos artículos que alcanzan niveles adecuados de calidad e interés en dichas revistas de prestigio (esto es, aquellas que alcanzan elevados valores del “índice de impacto”, un indicador que trata de medir el interés que sus artículos despiertan en la comunidad científica) es la limitación de espacio. En general, cada revista publica un número limitado de artículos por número o año, bien por limitaciones editoriales, bien por decisión propia (para aumentar su exclusividad). Las revistas más especializadas tampoco se libran del problema del espacio; aquellas con más prestigio o impacto en cada área tienen porcentajes de rechazo entre el 70% y el 90%. Esto genera un problema de difícil solución, ya que la gran mayoría de los científicos quiere publicar en esas revistas de prestigio. De hecho, para muchos investigadores jóvenes publicar en alguna de las revistas de mayor prestigio puede marcar la diferencia entre conseguir o no una plaza estable como científico, una solución a todas luces desproporcionada.

Como todas las jerarquías de prestigio, la de las revistas científicas depende en buena parte de modas, del tamaño relativo que tenga cada área de investigación y de la propia gestión de las revistas (que adecuan su actuación y sus criterios editoriales al objetivo de maximizar sus indicadores de impacto). Como el fin último de la ciencia es dar una contrapartida a los recursos que la sociedad invierte en ella, la aparición de modas no tiene por qué ser perniciosa y puede promover la investigación en temas de particular relevancia, como ocurre con las causas y efectos del cambio global o el uso terapéutico de células madre. Sin embargo, al ser la ciencia un sistema social y depender de financiación externa, el uso inadecuado del poder por determinados grupos de científicos y la influencia de determinados lobbies económicos lobbies(incluyendo los editoriales) puede hacer que surjan conflictos que alejen a ésta de sus códigos éticos fundacionales. No es raro que científicos provenientes de una escuela de pensamiento copen posiciones en departamentos, asociaciones científicas o cuerpos editoriales de revistas, ni que las utilicen (de forma no siempre consciente) para dar prioridad a sus intereses científicos a la vez que bloquean o retrasan la publicación de estudios que les contradicen y dificultan la progresión de las carreras de científicos que tienen planteamientos diferentes o trabajan en otras áreas. Los lobbies económicos también pueden influir sobre las “modas científicas”, ya que al financiar determinadas líneas de trabajo o apoyar ciertos resultados pueden determinar en qué se investiga más y, por tanto, qué investigación tiene mayor impacto.

Separar el grano de la paja es, por lo tanto, complicado, más aún si se atiende en exclusiva a los indicadores de impacto de las revistas. Escapar de esta trampa es difícil y requiere de un código deontológico sólido, que afortunadamente es seguido por la gran mayoría de los científicos. Pero también requiere de una aproximación crítica sobre qué significa publicar resultados en revistas de alto impacto, en contraposición a qué es en realidad hacer (y publicar) buena ciencia. A lo largo de una serie de posts nos ocuparemos de diseccionar el mundo de las publicaciones científicas, así como las ventajas, inconvenientes y contradicciones asociados a su uso como medida de la productividad científica o como criterio de priorización de la financiación de la investigación, tanto fundamental como aplicada.

Una de las funciones de Ciencia Crítica es ser una ventana abierta al mundo de los científicos. Esta ventana quiere mostrar cómo interaccionamos con la sociedad o los gobiernos, y también cómo hacemos ciencia, como deberíamos hacerla y qué cosas podríamos mejorar. Es decir, en qué consiste nuestra profesión. Algo que quizá no sea plenamente comprendido por la sociedad es que la comunidad científica está inmersa en un proceso constante de intercambio de información y de crítica al propio trabajo y al de otros. Dicha crítica es la base de nuestro trabajo y resulta constructiva la mayor parte de las veces. E incluso cuando no lo es (o sobre todo cuando no lo es), constituye una parte fundamental de nuestro trabajo. De hecho, el filósofo Karl Popper opinaba que ésta es la principal característica del conocimiento científico. A diferencia del conocimiento religioso o espiritual, que se basa en proteger ciertas ideas preestablecidas (o dogmas) del contraste con la realidad mediante la introspección o la fe, todo conocimiento científico es y debe ser criticable y falsable o refutablefalsable. Esta falsabilidad implica que en ciencia la teoría se acepta condicionalmente a partir de la evidencia conocida, hasta que las predicciones de dicha teoría se demuestren falsas o incapaces de dar cuenta de algunos fenómenos que se encuentran dentro de su ámbito de aplicación. Ese es el momento de replantearse dicha teoría, modificándola o limitando su ámbito de aplicación.

La herramienta principal del proceso de refutación son las hipótesis, base del método científico clásico y que deben poder ser contrastadas mediante experimentación u observación. Un buen ejemplo lo constituyen los experimentos con los que Francesco Redi o Louis Pasteur refutaron la teoría de la generación espontánea enunciada por Aristóteles. Dicha teoría predecía que a partir de materia orgánica en degradación se generaban formas de vida como gusanos o microbios; tanto Redi como Pasteur aislaron pedazos de carne mediante vidrios estancos, y los compararon con pedazos expuestos, bajo la hipótesis de que si existía generación espontánea, nuevas formas de vida deberían aparecer tanto en la carne aislada como en la expuesta. Mientras que la carne aislada no sufría cambios (especialmente en el caso de Pasteur, que la había hervido), la expuesta se pudría y se llenaba de larvas de mosca, permitiendo rechazar la hipótesis. Sólo más tarde se pudo demostrar la puesta de huevos por moscas y la llegada de microorganismos, pero por aquel entonces la teoría de la generación espontánea ya era agua pasada. No todas las hipótesis son falsables, y la imposibilidad de refutar sus dogmas básicos es precisamente lo que distingue al conocimiento científico de las explicaciones míticas o religiosas – aunque algunas se vistan con el ropaje de la ciencia, como ocurre con la “teoría” del Diseño Inteligente, que Jerry Coyne ha caracterizado sarcásticamente como “Jesús con bata de laboratorio”. Para poner en evidencia esta diferencia, Bertrand Russell formuló la hipótesis de que hay una tetera cósmica (sí, una tetera, Bertrand Russell era inglés) orbitando alrededor del Sol entre la Tierra y Marte. Aunque es imposible ofrecer pruebas de que la tetera cósmica no existe, nadie en su sano juicio tomaría la ausencia de dichas pruebas como prueba de su existencia.