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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Guiris, corrupción y paella: el imaginario Benidorm en la ficción española

Laura Martínez

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“Benidorm. Cultura barata. Cultura de playa. Gente que habla tres idiomas sin tener el bachillerato, paquis, belgas, gin-tonics aguados, gays. Libros de Tom Clancy de segunda mano, hinchados por la humedad, crujientes de arena, arena en la almohada, arena en la paella, en el tanga, en la ducha, desayunos de salchicha y bacon a cualquier hora del día, masajes tailandeses a cualquier hora del día, chicharras de noche. Vomitonas, meadas contra las tapias y canciones de Tom Jones. Melanomas, cistitis, diarreas universales. Clamidias. Y el mar como desierto de Levante, del Oeste, de Las Vegas, las sombras de los rascacielos sobre la playa, cada vez más altas, sombras kilométricas que se adentran sobre la superficie del mar tibio a las diez de la noche, mientras las familias cenan pollo frito en la orilla, Godzillas de acero mediterráneo sobre la arena fría del amanecer”.

La escritora Esther García Llovet cuenta que su fascinación por Benidorm empezó con un reportaje en 2019. La periodista recoge en Spanish Beauty, recién publicada por Anagrama, la cara turbia de la ciudad, meca del turismo, del ladrillo, la cultura guiri y de lo hortera, un feudo de corrupción en el que sitúa a su protagonista, una agente de Policía Nacional tan oscura como los rincones de la ciudad en la que trabaja.

Llovet mueve a sus personajes por un escenario turbio, repleto de británicos y rusos que dominan la ciudad con sus propias reglas, con sociedades y jerarquías paralelas al laberinto de rascacielos. Allí, en sus bajos fondos, y sin más luz que los neones de los bares y clubs nocturnos, se desarrolla su historia policíaca, que deja entrever la fascinación de la autora por el paisaje urbano o los contrastes de una ciudad diversa, por los fuegos artificiales y por los centinelas de cemento y hormigón que miran al mar, un mar que está siempre presente.

Spanish Beauty es el último ejemplar que muestra el atractivo de la ciudad en la ficción patria, que ha explotado este cachito del Mediterráneo en su versión más estrambótica. En Nieva en Benidorm (2020), la cineasta Isabel Coixet dibuja a un empleado de banca que en una prejubilación forzosa viaja a Benidorm para visitar a su hermano, que de pronto deja de dar señales de vida. El hombre gris, triste y derrotado, choca -de nuevo- con la luz de una ciudad que no termina de comprender. Alojado en un interminable edificio, el vapuleado hombre inglés queda cegado por el sol cuando saca su cámara con la que fotografía el cielo.

Desde su estallido urbanístico en los años 50, aupado por la propaganda franquista, la ciudad se ha convertido en un fenómeno cultural propio. En 2020, pese a la pandemia, ha acogido más de un centenar de rodajes. Terra Mítica, una carretera nacional repleta de prostíbulos, imágenes de la costa abarrotada y zonas exclusivamente guiris copan el imaginario cultural, que algunos autores intentan disputar desde hace décadas. La popular serie de Antena 3 Aquí no hay quién viva centró todos esos elementos en el cierre de su tercera temporada, llevando el último capítulo al parque temático. La misma cadena estrenaría en 2020 una serie con el nombre de la ciudad como un lugar en el que recordar tiempos mejores, mientras que Movistar Plus sitúa en sus alrededores Paraíso, un thriller con aires de fantasía ambientado en los noventa.

En Mediterráneos, su diario de viajes, Rafael Chirbes enmienda la imagen del sociólogo y urbanista Mario Gaviria sobre la ciudad. Gaviria, explica Chirbes, piensa que Benidorm es “la puntilla que las multitudes cada vez más numerosas que acceden al Estado de Bienestar, le han clavado a un concepto romántico y minoritario del viaje implantado por las clases altas de los países anglosajones, que partían en busca de subdesarrollo, exotismo y servidumbre, un conjunto de valores inferiores que agruparon bajo el imaginario de El Sur”. Para el escritor, Benidorm es exactamente lo contrario: “La ciudad es un continuo en el que todo tiene esa tranquilizadora uniformidad sin sobresaltos que las clases populares europeas identifican con una antesala del paraíso. (...) y esa especie de sancta sanctórum del templo solar que son los bares en los que los jubilados de toda Europa bailan en pleno día y se enamoran o descubren o reinventan el sexo y la ternura”. Para Chirbes, que ambientaría dos de sus novelas más populares, Crematorio y En la orilla, en los alrededores de la gran villa “la ciudad se convierte en un gigantesco taller en el que se reparan junto al mar las piezas gastadas o rotas de la gigantesca máquina del capitalismo europeo”.

El grupo valenciano Tardor canta: “Si és veritat que s’acaba el món em trobaràs en Benidorm”, un homenaje a la ciudad como descanso, al costumbrismo mediterráneo y a la vida relajada. A esa distensión apela Paco Roca, premio nacional de cómic, en su encargo para ECC comics, en el que escoge el Benidorm más costumbrista para llevarse a Bruce Wayne de vacaciones y forzar al héroe a ser un hombre corriente. Allí, bajo el sol y al calor mediterráneo, Wayne puede ser “un hombre normal, alejado de la sombra del murciélago”.

Benidorm es sol, ladrillo, rascacielos. Playa, cervezas, tópicos. Fiesta a todas horas, sangría, espectáculos. Elevadas torres, hoteles variopintos y arroces por la noche. Benidorm es todo eso en los escenarios de ficción, pero la ciudad en la que a todas horas es de noche es también la ciudad que hace casi todo posible. También que nieve o que uno se enamore.