En defensa propia

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Dado que se está instalando en la sociedad española un debate sobre la precariedad de nuestra juventud, sus bajos salarios o su dificultad -ya casi imposibilidad- de acceder a una vivienda, sea esta en propiedad o meramente en alquiler, y se responsabiliza como causante de estos males a los llamados boomer, nacido en el 62, me siento impelido a intervenir en defensa propia. 

No voy en tal defensa a discutir que los nacidos en aquellas décadas acumulamos más riqueza en términos agregados que nuestros hijos e hijas, aunque hay treintañeros que gozan de posiciones económicas envidiables. Tampoco aduciré que entre los de mi generación hay situaciones de enorme vulnerabilidad, desahuciados, parados de larga duración, jubilados con largas carreras de cotización que se han visto forzados a anticipar su jubilación con la consiguiente pérdida de por vida de un elevado porcentaje de la que hubiera debido ser su pensión. De igual modo obviaré que mis padres eran más ricos que yo, como también los de mis amigos, cuando nosotros éramos los treintañeros. Como tampoco expondré que nuestras oportunidades de acceso a estudios superiores eran escasísimas, entre otras cosas porque la de nuestros padres fueron inexistentes. 

Así que no discuto los datos en bruto, porque son ciertos, lo que me propongo discutir son las causas que alimentan esta disputa generacional e intentar salvar con ello de toda culpa a los boomer: En primer lugar, diré que ser una generación muy numerosa no es el resultado de un mayor número de nacimientos, sino de los avances médicos, científicos y sociales que permitieron una menor mortandad infantil. Añadiré que tener menos descendencia es una constante en las sociedades más desarrolladas porque ese desarrollo les permite decidir, especialmente a las mujeres, cuántas hijas o hijos desean tener. Entiendo que a quienes nos critican por ser legión les parecerán bien esos avances científicos así como la emancipación de la mujer, pero seguro que más de una y de uno opina que el descenso de la natalidad obedece a la carencia de ayudas públicas y a esa misma precariedad, olvidando que con escasas diferencias dicho descenso es norma en las sociedades más opulentas, también en las de generosas ayudas, y que la mayor natalidad se produce en las más pobres y precarias. Responder al porqué de esta realidad daría para otro artículo. En todo caso, recuerdo bien el programa de televisión “35 millones de españoles” emitido en 1974 como un hito demográfico y lo comparo con los casi 50 actuales, por lo que despejando la X me sale la bendita inmigración. 

Asociando la riqueza al número de miembros de nuestra generación boomer se concluye que el sistema de pensiones es insostenible, porque la pirámide poblacional estrecha su base mientras engorda su cintura sobaquera y que dado que ya somos ricos disponer de pensiones cada vez más generosas es contribuir a ese aumento de la desigualdad. Debo decir en este punto que lo único que ha cambiado desde mis padres hasta aquí es el endurecimiento de las condiciones para poder jubilarse y para que la cuantía de la pensión sea elevada. Se necesitan más años cotizados para disfrutar del 100% de la pensión, más años para determinar su cálculo y más edad para acceder a la jubilación ordinaria. La mayoría de las reformas lo han sido con el acuerdo de las organizaciones sindicales (excepción sonora la del Gobierno de Rajoy como contribución a los desmanes que dieron pie a la burbuja inmobiliaria y financiera y a su posterior estallido, así como a las equivocadas respuestas de una UE gobernada por la derecha) y por tanto son reformas en gran medida acordadas por los boomer sindicalizados. En la actualidad, nuestro país 

destina a pensiones menos en porcentaje de PIB que la mayoría de los países de nuestro entorno, han aumentado los ingresos de la seguridad social merced a las reformas pactadas y el sistema está en permanente observación para acordar los ajustes necesarios que garanticen su sostenibilidad y su justicia distributiva. En todo caso, siempre hemos oído que el sistema de pensiones está en peligro, que es insostenible, que hay que ir a planes de ahorro privados, incluso cuando la hucha estaba llena. De modo que la novedad en la contumacia es el argumento: enfrentar generaciones, pero el objetivo siempre el mismo. 

La precariedad y los bajos salarios son una realidad, pero mucho antes fueron una receta: ¡cómo no recordar aquella frase del presidente de la CEOE que dijo que había que trabajar más y cobrar menos! ¡Cómo es posible olvidar a los dirigentes de la derecha liberal defender cualquier empleo por bajo que fuere el salario asociado! ¡Cómo entender de otro modo su oposición a la mejora del salario mínimo interprofesional o a la reducción de jornada máxima legal! “La receta es el mercado, amigo”. Un mercado que en el caso de la vivienda se alimentó con la desregulación del suelo y la del sistema financiero que proporcionó crédito barato y abundante, pero que laminó en su hecatombe millones de empleos, derechos laborales, salarios, pequeñas empresas, viviendas hipotecadas y las expectativas de la considerada generación mejor preparada. 

Una receta política y económica sin más ambición que dejar intervenir al capital libremente sin obstáculos impositivos ni derechos sociales y laborales que mermen la generación de riqueza, aunque esta sea cada vez más financiera y especulativa que manufacturera o real. Una receta que nos dice que bajar impuestos aumenta la recaudación fiscal, pero que en la crisis del 2008 nos aumentó los impuestos directos e indirectos. Una receta que ignora la inversión pública en innovación, en desarrollo industrial, en educación, en su capacidad de mejora del modelo productivo y de generación de valor añadido en nuestra economía, y que en el ámbito de la UE desprecia los informes de Dragui o Letta que previamente encargó y que son la única alternativa para una Europa que quiera defender no solo su riqueza y su poder en el mundo, sino sobre todo su modelo social, cultural y moral. 

Es verdad, vivimos en una sociedad que cada día se aleja más del objetivo civilizatorio de proporcionar a sus jóvenes igualdad de oportunidades y que tiene su causa no solo en la proliferación de universidades privadas y másteres, sino en el elevadísimo acceso a la vivienda que lo condiciona todo y en una distribución de la riqueza que no va de generaciones, sino de clases sociales. En la corrección de las desigualdades operan las obligaciones y los derechos: impuestos progresivos y ayudas que nos acerquen a esa igualdad de oportunidades. Los boomer deberemos contribuir de acuerdo con nuestra renta, pero no como generación, al peso; sino como ciudadanos y ciudadanas, cada uno según su riqueza. Y también recibir o no determinadas ayudas de acuerdo con ese mismo criterio, porque no es justo vincularlas a la condición de pensionista desligándolas de la situación económica de cada cual. 

No me dirijo a generación alguna en este alegato, lo que me acerca o me separa de mis conciudadanos no es la edad, sino los valores con los que construir las ideas que resuelvan lo que desde esos mismos valores consideramos problemas. No como boomer, sino como especie: en defensa propia.