G*za

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El embajador de Palestina rompió a llorar ante la ONU por sus nietos y nietas; por los miles de niños y niñas asesinados, mutilados, hambrientos, desamparados ante la mirada del mundo. Heridos de muerte de por vida. Deambulando entre ruinas, con el polvo adherido a su piel, depositado en sus pulmones, incrustado en sus retinas. Nunca serán capaces de ver el mundo sin esa lente infectada por microscópicas partículas de un gris terrible, sobre el que solo se podrá cimentar más violencia.

Pero no solo fueron lágrimas. Cuando Riyad Mansour compareció en el Consejo de Seguridad llevaba una “rosa en sangre entre las manos ensangrentadas”, como en los versos de Blas de Otero que hablan de “una horrorosa sed dando gritos en medio de la sangre”. Describió cómo los niños se mueren de hambre, cómo las madres abrazaban sus cuerpos inmóviles y nos interpeló: “¡Es insoportable! ¿Cómo alguien puede tolerar este horror?”

Hannah Arendt nos habló sobre la banalización del mal. Sobre cómo un sistema de poder político puede trivializar el exterminio de seres humanos hasta negar a un pueblo su derecho a existir. Amnistía Internacional nos recuerda cuáles han sido los principales genocidios a lo largo de la historia situando, en primer lugar, el Holocausto.

De aquel nos llegan imágenes que se repiten cada día en Gaza. La escritora ruso-estadounidense de origen judío Masha Gessen en el ensayo A la sombra del Holocausto, publicado en New Yorker, escribió: “el hecho de que la comparación sea inevitable ha obligado a muchos israelíes a afirmar que, a diferencia de los judíos, los palestinos se buscaron la catástrofe”. Su análisis estuvo a punto de privarle en 2023 de recibir el premio Hannah Arendt que otorga la Fundación Heinrich Böll, en Bremen.

Otra intelectual estadounidense de origen judío, Susan Sontang denunció la indiferencia ante dolor como consecuencia de la saturación de imágenes de destrucción y matanzas durante la Guerra de Vietnam. Estábamos ante nueva manera de moldear en los sujetos sus reacciones cognitivas ante las imágenes de sufrimiento humano, gracias a la televisión. Ahora es el momento de las redes sociales y de un sujeto consumidor de imágenes sin capacidad ni posibilidad de analizarlas, adicto a la dopamina que segrega nuestro cerebro en contacto con las nuevas tecnologías.

La espectacularidad se ha impuesto sobre la reflexión. En 2023, se estimaba que había 4.900 millones de usuarios de redes sociales en todo el mundo, vagando como yonkis que buscan su dosis de fentanilo. Saltando de una red social a otra, de un contenido a otro, guiados unos algoritmos que actúan como un camello tecnológico. Cada vez necesitamos una dosis más alta de dopamina y no dudan en suministrárnosla, con tal de aumentar el beneficio económico de los creadores de contenidos, como muestra Jeff Orlowski, en El dilema de las redes sociales.

Así, mutilados en nuestra capacidad de sentir y de entender, de pensar, recibimos los bombardeos israelíes sobre población civil palestina. De esta manera, vemos a los padres desgarrados por el dolor alzar los pequeños cuerpos rotos. Mostrarnos el horror. Lanzarnos las mortajas a través de la televisión para que caigan sobre nuestros brazos. Pero en lugar de recogerlos, cambiamos de canal. Pasamos a otra imagen de TikTok, Youtube, X, IG, Facebook. Cambiamos las lágrimas por las risas en cuestión de milésimas. Tan solo necesitamos mover un dedo de la mano para pasar de pantalla y que la realidad se convierta en videojuego.

O ni siquiera eso. Almudena Ariza explicaba hace unos días, a través de las redes sociales, cómo tenía que evitar el shadowban o bloqueo encubierto que aplican las plataformas para reducir la visibilidad de las informaciones sobre el conflicto. Como alerta la periodista española, “el algoritmo no es neutral y no podemos permitir que nos silencie”. En este mundo desquiciado necesitamos gente como ella, capaz de alzar la voz, pero no podemos descargar en los otros y otras nuestra responsabilidad. También está en nuestras manos actuar contra la banalidad del mal.

Arendt escribió que el coraje cívico es la virtud por excelencia e implica actuar en defensa de la democracia y la justicia. Los palestinos están siendo exterminados mientras escribo estas líneas y mientras tú las lees. Y no, no es el único genocidio. Pero no busques excusas ni argumentes a lo Melody que denunciar la masacre es hacer política. Es una cuestión de humanidad como tan acertadamente respondió Nacho Duato a la eurovisiva. De ser capaz de sentir el dolor ajeno, de discernir entre el bien y el mal. De no mirar hacia otro lado, de escribir Gaza o G*za, como recomienda Ariza para sortear la censura, y que el algoritmo no impida que denunciemos el genocidio palestino.

PD. Nueva masacre. Israel ha asesinado a una multitud de civiles que esperaba en uno de los puntos de distribución de alimentos de la Fundación Humanitaria de Gaza, que impulsa junto a Estados Unidos para reemplazar a las agencias internacionales y a la ONU. Según organismos independientes, se trata de paramilitares repartiendo comida que en cualquier momento podrían abrir fuego contra la población.