El catedrático Joan Mateu es uno de los grandes de la geografía. Se jubiló hace unos años y a la ceremonia/homenaje que le dedicó la revista “Cuadernos de geografía” en la vieja facultad de Blasco Ibañez acudieron profesores de toda España, la mayoría discípulos, a “despedir” al maestro, a su vez discípulo de otro grande, Vicenç M. Rosselló. Al nombrar a Rosselló cree uno que está dicho todo, a poco que alguien conserve una cierta curiosidad por conocer dónde habita -aquí, en el golfo de Valencia y sus cercanías- y por qué habita donde habita. Igual sucede con Mateu, continuador del patriarca. El modelado de los paisajes mediterráneos, las inundaciones y sus riesgos, la geomorfología fluvial, la geografía histórica, la historia ambiental y las repercusiones de las sociedades en el territorio. Sobre todas esas cosas y algunas más, tan infinitas y ecuménicas -ecuménicas entre obligados límites espaciales, y no es un antagonismo-, materias tan alejadas de las vacías disputas políticas, se ha ocupado Mateu, uno de los escasos sabios que conservamos por aquí, en el sentido virginal de la palabra sabio. Cuando se jubiló de las aulas, que no de las feraces dialécticas del conocimiento, Violeta Tena, en El Temps, le dedicó una amplia entrevista. (Mateu se jubiló de las aulas y también de sus tres ingredientes principales -tres ingredientes del profesorado- que han transmitido el saber durante las últimas centurias, no releguemos su eficacia: las tarimas, las pizarras y el clarión, aunque me temo que ya no exista ese instrumental, sustituido por las amplias realidades virtuales en cualquiera de sus múltiples estados. El mundo, hoy, es de lo virtual, desplazada la materialidad a unos pocos elementos físicos, entre ellos el suelo que pisamos, una de las patrias de Mateu: los cielos también, siempre que los contemplemos en forma de fenómenos físicos). En aquella entrevista, Tena le pregunta a Mateu por el vínculo entre las inundaciones del Bajo Segura de 2019 y los relatos periodísticos. “Yo diría -responde Mateu- que hay diversos tipos de periodismo. Hay un periodismo que, cada día, continuamente, anuncia catástrofes y nos obliga a estar constantemente en alerta. Por ejemplo, ahora existe una cierta tendencia a atribuirlo todo al cambio climático y yo creo que deberíamos matizar más las cosas. Muchas veces ante situaciones como ésta - las inundaciones del Bajo Segura- lo primero que se hace es buscar al culpable. Cada vez el culpable lo ponemos más lejos y más genérico. En el siglo XVIII el culpable de todo era la ira divina. Ahora todo se explica por el cambio climático”. La periodista se pone en alerta, claro, porque quizás se trasluce en sus palabras un vestigio negacionista, y entonces, mal asunto, no vaya a ir Joan Mateu, ahora, contra la comunidad científica, él, un científico de la Escuela Valenciana de Geografía, uno de sus tótems. ¿No será usted negacionista?. No. Mateu no es negacionista, faltaría. Mateu es la ciencia misma, la geografía corporeizada, con todo el menú de avatares e incertidumbres que desprende la ciencia misma y la geografía misma. Mateu lo que sostiene, o viene a sostener, mejor, es que hay que bajar de escala y vigilar la pretensión de explicar todos los fenómenos, enormes o ínfimos, tan simplemente, que el universo es más complejo de lo que los mortales perciben y que aunque el cambio climático precipite las amenazas y los riesgos, que lo hace, no todo se le ha de atribuir, como viene haciendo una parte muy importante del personal del ámbito comunicacional y político. Porque eso es lo más fácil, tener un culpable a mano y asignarle todos los rotos y los descosidos. Y no todo es tan elemental, hay que razonar de otra manera. Y es que cree uno que lo que ocurre aquí, al parecer, es que la polarización ha llegado a tal grado que hasta se instrumentaliza el mundo físico, quién lo iba a decir, o estás conmigo o estás contra mí. ¿No era la ciencia neutra y estaba convulsionada por los cambios de paradigma, o es que ya no se estila Khun? Quizás también haya pasado Khun de “moda” como pasan los placeres y los días y como pasan las tarimas, las pizarras y el clarión.
La verdad es que uno se fía más de Joan Mateu, en estos firmamentos de los que hablamos, que de la voz popular, de los políticos en general y en particular, de los alcaldes y los directores generales, y de los secretarios de estado o autonómicos, y de los ministros o ministras de Medio Ambiente, y de Vicent Mompó, y del conseller de Agricultura, y de Giussepe Grezzi, y de Gloria Tello, y de Elisa Valía, y de todos los altos cargos de la conselleria de Educación venidos de Alicante al completo, y de Ximo Puig, y de Pilar Bernabé, y de Elena Cebrián y de Paco Camps y del Porompompero que lleva sangre de Reyes. Mejor preguntárselo todo a Mateu o a quién diga Mateu que haya que preguntárselo, y así casi que con todo. Mejor eso que engendrar religiones, porque si descuidas las enseñanzas de los científicos quizás lo que logres es instaurar una religión, que es muy sencillo y es lo nuestro de ahora: levantar religiones, muros de creencias. Los políticos ayudan mucho en esto de fundar religiones: tiran muy al bulto. Abundan hoy más las religiones y su sistema imperturbable de dogmas que en el medioevo, cuando dominaban el planeta las clásicas fundadas en los desiertos o en la jungla asiática. Sólo que ahora son laicas. Das una patada y surge una religión. Un día Trump y el terraplanismo, otro día la madre naturaleza vestida de teología, otro día las hamburguesas de tal marca ingeridas como una creencia, otro día el sistema de supuestos de la organización política a la que se pertenece, otro día el veganismo bañado de espiritualidad, otro día tal cadena de televisión que funciona en el personal como un credo y lo que dice va a misa sin más, otro día la doctrina del esfuerzo físico y otro la fe en la inmaculada concepción. Y el fútbol y Rafael Nadal. Cuando se ha adoptado la fe y se ha entrado en un círculo de creyentes, la crítica, el razonamiento, la ciencia, todo eso, ya no sirve. Es entonces cuando por un ángulo de la Historia aparecen, sigilosos, los camuflados fanatismos, siempre al loro. Aquí estamos. Para lo que haga falta. Y ya la tenemos liada otra vez. Cuando éramos jóvenes -e indocumentados- y teníamos musculaturas marxistas, lo resolvíamos todo -todos los problemas de la historia y del mundo actual- de una sola pincelada. Parecía un milagro. El modo de producción. Occidental o asiático. Y todo eso. Y para la historia del arte, el Hauser. Y para la psicología, el conductismo y Pavlov. Felices como perdices, todo bien ordenado, como si la fastidiosa entropía no existiese, deteriorando concepciones y montañas. Después ya se vio que no debía de ser tan fácil el asunto porque hasta los matemáticos no tenían muy claro que dos y dos fueran cuatro (en realidad no lo son). Y si los matemáticos discutían, imaginemos las alegres humanidades. Toda una vida dedicada a enrollar y desenrollar las interpretaciones. Menos mal que nos quedan Joan Mateu, y Roselló, y toda la escuela de geografía valenciana, que han sembrado de conocimientos y discípulos España entera. Como los políticos van a lo suyo, y en general lo suyo coincide con las ganancias electorales, ni a Mateu ni a Rosselló les habrán dado el Premio Jaime I o alguna de esas medallas que se conceden el dia 9 de Octubre, pese a sus decisivas aportaciones para comprender la tierra que pisamos. La correspondencia entre ciencia y política no vive sus más distinguidos tiempos de esplendor.