Se lo decía yo el otro día a Lluismi Campos, al que no hay que confundir con el patriarca de la nova cançó, que voló de esta tierra después de entregarnos a Brel y a Brassens y resucitar también “la canción del Cola-Cao” del negro franquismo, ahora que se rememora no sé qué. Le decía yo a Lluismi, sentados en el hotel Oltra, un café mediante: «La política está hecha unos zorros, o es que hoy se hace para párvulos, no sé, porque hasta los jueces del Supremo votan como si estuvieran programados, los progresistas a favor del fiscal, los conservadores en contra, y encima los jóvenes o no saben quién es Franco —mira cómo estará la enseñanza— o dicen que muy bien Franco». Lluismi, que es de los inteligentes de la política, dibujó el pacto del Botànic, pero igual hubiera cocinado el Tratado de Versalles antes de que los líderes se hicieran la foto, o el de París. Hasta hace unos años, la política se distinguía por los pactos. Los pactos y acuerdos son como el disco duro de la democracia, lo que la distingue de la selva. Un señor inteligente es un señor desencantado. O encantado con la ironía, que es una tabla de salvación. Lluismi, entre encantado y desencantado, como aquella película de Jaime Chávarri, resulta que ha aconsejado mucho, porque lo suyo era aconsejar, y también esconder y amagar, que es el menú previo al acuerdo, pero no sé cómo lo ha logrado porque se atropella entre palabras o se atropella con un silencio de actor inglés. Como ahora no pone alcaldes aquí, pues los pone en Guadalajara, lo cual tiene su mérito. Aunque supongo que allí no serán del Bloc. Desde el hotel Oltra contemplamos el Rialto, que menos mal que compró Ciscar, esa joya del modernismo de Borso di Carminati, aunque ahora tape el edificio un cartelón anunciando el teatro o la Filmoteca. Y contemplamos los edificios de Rieta y de Goerlich de cuando la República. El Oltra viene sustituyendo a la cafetería San Patricio, que estaba al lado, la de la tertulia famosa, y a veces va uno a charlar con Paco Pérez Moragón y con Valerià Carabantes. Moragón es uno de los últimos representantes de la tertulia de San Patricio, la de Fuster y los demás. Discutimos de nada. Sobre todo del señor Zóster, que lo ha pillado Moragón, y del derrumbe inevitable de los sueños, que son cosas muy tópicas y enormemente literarias. Cree uno que lo peor del liberalismo y del marxismo era el asunto del optimismo histórico, que en eso coincidían ambas corrientes; ya se ve cómo han ido las cosas. La izquierda/izquierda actual —no los sucedáneos que se llaman así— viene del XVIII y pasa por el Estado del bienestar, y no del XIX, siglo del industrialismo, del obrerismo y del romanticismo, y me parece a mí que ha quedado más lejos el XIX que el siglo anterior, más antiguo, a no ser que Miquel Real matice el asunto, que matices siempre se encuentran. Lluismi comprendió tras el 15-M que la política cambiaba por la izquierda, claro, y mimetizó al Bloc en esas nuevas geografías, aunque uno siempre ha dicho que el resultado con más izquierda o con menos hubiera sido el mismo o parecido. Que el personal quería cosas nuevas, en definitiva, y no las usadas ya. Ahora igual sube Compromís —o como quiera llamarse, que es una sopa de letras desde la UPV— porque los partidos tradicionales no aciertan a coagular la pulsión del electorado, aunque los que tenían que subir y no bajar son los personajes como Lluismi, que han sido los cerebros de la política valenciana desde los ochenta. Decía Machado en Los complementarios que nunca estaba más cerca de pensar una cosa que cuando escribía la contraria. Un acuerdo en política siempre parte de un crimen original, el de la negación de uno mismo. Pero hoy ni acuerdos ni leches. En la actualidad, la política se puede contemplar como un espectáculo, como si solo existiera en el mundo para llegar a una crónica periodística o a un telediario, y así es como la contemplan los periodistas —como espectáculo—, a no ser que sean periodistas/políticos o periodistas de trinchera, que eso es otra cosa. Estos últimos enseguida cogen el mauser. Como los políticos. Hay muchas ganas de sacar el mauser a pasear. Lluismi no es de esos, sino de palabras. Un día de estos se van a perder cien millones en Valencia, hablando de sacar el mauser, por el rollo de las bajas emisiones. Una tontería, porque aquí ni gases ni nada. En Valencia, con la cremà, se arrojan a la atmósfera inmensas cantidades de petróleo, nubes y nubes de humo negro y contaminante. ¿Qué importa, pues, que los coches viejos de las comarcas entren en Valencia un año antes o un año después, si es que además hay gente que no puede cambiar de coche? Los acuerdos no se llevan nada. De hecho, la política, que está hecha para el acuerdo, hoy se viola cada día a sí misma. Es un canto a la negación.