El Comité Técnico de Árbitros (CTA) de la liga española de fútbol, no sé si con la intención que a mí me gustaría, ha contribuido a eliminar una anomalía que mucho tiene que ver con la memoria democrática.
Desconozco si en el resto del mundo ocurre de igual manera, pero en España, al menos a los que nos gusta el fútbol, todos llevamos dentro un entrenador, un seleccionador nacional y un árbitro. Todos conocemos – o al menos nos suenan – nombres como Mateu Lahoz, Hernández Hernández, Gil Manzano, Iturralde González, Díaz Vega o Undiano Mallenco. Pero ¿cuántos de nosotros podríamos decir así de carrerilla su nombre de pila? Me temo que me sobran dedos de una mano.
La historia, aunque conocida bien vale su refresco. A principios de los años 70 a los árbitros se les llamaba exactamente igual que a los jugadores, con su nombre y su primer apellido, hasta que un colegiado ll amado Ángel Franco Martínez ascendió a la primera división. Tal como relatan Joan Carlos Marti y Toni Mollà en su libro “Sobretot que perda el Madrid” (editorial Vincle), las crónicas en los periódicos de la época aprovechaban la coyuntura para incluir sus peculiares críticas a la dictadura. Así, titulares como “Franco se cargó el partido”, “Franco es muy malo” o “Franco se equivoca”, no gustaban mucho en El Pardo.
Y como el régimen era lo que era pues se ordenó, sí tal cual, se ordenó, que a partir de aquel momento a los árbitros se les llamara por sus dos apellidos. Y Franco Martínez perdió su Ángel. Y así hasta hoy.
Y que conste que soy una firme defensora de reivindicar el apellido materno. Por la cuenta que me trae.
No sabemos cómo se llaman Pino Zamorano, Mejuto González (el de “Rafa no me jodas”), Urizar Azpitarte, Andradas Asurmendi, Ansuátegui Roca o Velasco Carballo, pero en la presente temporada y gracias a la decisión de la CTA los árbitros españoles van a recuperar su nombre de pila y en España, casi 50 años después por fin se deroga la orden del dictador.
Y fíjense que todavía hay otra curiosidad que me tiene algo mosqueada, aunque no tenga que ver con la memoria democrática de este país y sí con el tratamiento igualitario de todas las personas: a las mujeres arbitras siempre se les ha llamado por su nombre y dos apellidos. Qué curioso, ¿no? Cierto que ellas – como en tantas otras cosas - empezaron a arbitrar ya muerto el dictador.