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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

¿Y si esta vez conseguimos que las crisis no las paguemos los de siempre?

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Jaume Perich fue un humorista y escritor, autor de aforismos con carga social, que dejó en sus viñetas muestras continuas de lucidez. Siguen siendo actuales aunque posiblemente el hecho que permita percibir el paso del tiempo es que insistía mucho en la utilización de los términos derecha e izquierda. Algo que, durante las últimas décadas, ya no estaba bien visto. Recuerdo haberle leído hace más de treinta años una cuyo texto me pareció clarividente: “hay dos tipos de derechas, la liberal partidaria de, si eres pobre, espabílate y la conservadora, partidaria de que los pobres no se espabilen”. En dos líneas describe certeramente cómo el darwinismo social neoliberal estaba ocupando el espacio antes hegemónico de la derecha conservadora.

No es algo nuevo. Lo extraordinario es cómo, durante tantos años, tantas personas inteligentes han creído que la igualdad de oportunidades era igualdad real. Probablemente, una posible explicación es que apostaban por tranquilizar sus conciencias para no tener que asumir un mayor compromiso, una mayor toma de partido. Si la igualdad de oportunidades era “suficiente” ya no era necesario reclamar ninguna “revolución” para alcanzar la justicia social, con un reformismo de continuos pasitos cortos se podría llegar a una situación aceptable para la gran mayoría de la población. Ahora sabemos que el continuo proceso de pequeños y medianos pasos que permite avances reales es reversible en muy poco tiempo, sin el consenso de la mayoría, como explica Naomi Klein en La doctrina del shock, si se utilizan momentos de impacto en la psicología social para aplicar políticas impopulares por regresivas. Y pocos hay más impactantes que una pandemia en sociedades tan complejas como las contemporáneas. Estamos ante un riesgo cierto de involución democrática: la lista de estados donde gobierna o se han afianzado en la última década proyectos políticos que no respetan los derechos humanos y las bases fundamentales de la democracia, es creciente y conocida. Porque ésta es otra posible explicación: el shock restaba capacidad de reacción.

Buscando las causas con las que explicar la emergencia democrática que se está viviendo en gran parte del planeta, posiblemente la timidez con la que se ha planteado la cuestión central de la igualdad sea una de ellas. La igualdad de oportunidades se ha presentado como una cuestión de cuotas, que son legítimas y necesarias, pero no son suficientes ya que son una respuesta al síntoma y no a la raíz de las causas de la desigualdad. La ultraderecha ha ejercitado la demagogia más ruin al enfrentar a los perdedores entre sí, desviando la atención de los poderosos. No hubiera sido tan fácil si la igualdad de oportunidades no hubiera sustituido al objetivo de conseguir sociedades equitativas y solidarias. La mítica frase “en qué momento se jodió el Perú”, con la que se inicia Conversaciones en la Catedral - obra de un Vargas Llosa que ejemplifica la seducción que se ofrece a los que más ascienden en la escala social y los cambios en su visión del mundo -, siempre me ha hecho pensar en aplicarla a “en qué momento se jodió lo de Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Posiblemente, en el momento en que permitimos que nos arrebataran el significado real de las palabras y nos lo cambiaron por sucedáneos. Y aceptamos esos cambios como algo natural tras décadas de escucharlos como una letanía. Algo parecido puede ocurrir con la transición ecológica justa a escala global. Se trata de llevar a cabo una transformación que contemple el conjunto de necesidades e interacciones entre todos los seres vivos y de éstos con el planeta. De no volver a asumir inconscientemente sucedáneos. En esta ocasión aún estamos a tiempo de evitar el sucedáneo pero la batalla por el significado de las palabras vuelve a estar ahí.

A veces un autor tiene el don de la oportunidad y escribe el libro adecuado en el momento justo. Naomi Klein lo tuvo cuando publicó La doctrina del shock en 2007, el mismo año en que la crisis financiera global mostró sus primeras evidencias con las quiebras en agosto de ese año de varios bancos de inversión estadounidenses, previas a la bancarrota de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008. Me parece una analogía valiosa compararlo con los anuncios de la emergencia climática en forma de fenómenos meteorológicos extremos, de momento, recurrentes pero no continuos, pero que anuncian algo mucho más grande de no adoptar las medidas necesarias a tiempo.

Si en 2008 fue la crisis financiera global la que permitió el austericidio, las nuevas situaciones de choque pandémico y climático puede llevarnos no ya a un escenario de recortes económicos y de libertades, sino a la sustitución de la democracia y el estado de derecho, en un número cada vez mayor de países. El paso del capitalismo financiero al capitalismo de vigilancia no es una distopía lejana. Será una realidad, y cercana en el tiempo, si no actuamos. La pandemia es un impacto mayor que el que supuso la crisis financiera global y, por tanto, el riesgo de que se implanten políticas aún más lesivas es real. Pero el impacto de la emergencia climática aún sería mayor y, por tanto, también el shock potencial y el riesgo asociado de imposición de respuestas no democráticas.

¿Qué podemos hacer? Reforzar los sistemas democráticos, ante todo. En ese sentido, es inexplicable que aún se mantenga la conocida como ley mordaza. Al mismo tiempo, establecer legalmente medidas de justicia social efectivas: un buen ejemplo de medida eficaz es la Renta Valenciana de Inclusión. También lo son medidas que permiten avanzar en el reparto del trabajo y la conciliación, como es la jornada de 32 horas. Pero, para hacer frente a la emergencia climática y que no se convierta en una emergencia democrática es necesario más. Hay que actuar en tres frentes. Primero, la mitigación, reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero con medidas radicales en todo el conjunto del sistema socioeconómico y que ya están descritas. Segundo, la adaptación, anticipándonos, por una vez, a los cambios (reducción de recursos hídricos disponibles, cambios en la línea de costa, adecuación del territorio ante los fenómenos meteorológicos extremos, modificación del modelo socioeconómico ante los efectos del cambio climático sobre sectores como el turismo y el inmobiliario, adaptación del sector primario…). Tercero, y determinante, la justicia social, como el austericidio, la pandemia va a dejar una mayoría de damnificados, pero las mayores empresas y sus propietarios están saliendo beneficiados, una vez más, de una gran crisis.

Si sigue ignorándose que lo que se ha dado en llamar igualdad de oportunidades es, sobre todo, un mecanismo para evitar que los que más condiciones innatas tienen lideren el malestar de los excluidos, cuyo número no para de crecer desde 2009, será muy difícil impedir la deriva no democrática de nuestras sociedades ante discursos que se nutran del malestar social y de la ausencia de respuestas en el corto plazo. La igualdad necesaria pasa porque las condiciones de vida sean dignas para todas las personas. El malestar no sólo surge porque el ascensor social se haya averiado para quienes más opciones tenían de mejorar su calidad de vida, el malestar surge porque se ha averiado para el conjunto de la ciudadanía. El mito de que casi cualquiera puede ser Jeff Bezos ya no cuela. No es verdad, nunca lo ha sido. Ahora, además, es bien conocido que la prosperidad de Bezos es la ruina de cientos de miles de pequeños comerciantes, empresarios y empleados. El capitalismo de destrucción creativa que describió Schumpeter tiene costes sociales inaceptables

La justicia social es, también, que la diferencia entre los que más y los que menos ganan no sea inmoral. Hoy en día, lo es; es inmoral que una persona que trabaja en la limpieza tenga un salario que sea una diezmilésima parte de las retribuciones que obtiene el CEO de su empresa. No será tolerable mucho más tiempo esa inmoralidad. A fin de cuentas, las personas que más dinero ganan lo hacen porque tienen a su disposición infinitos recursos que pagamos entre todos, con costes externalizados, como los ambientales, y que despilfarran para su propio beneficio. En un mundo condicionado absolutamente por las consecuencias de la emergencia climática, mantener esta situación es una invitación al suicidio como sociedad: sólo con una reducción de la huella ecológica de todas y cada una de las personas, hecha de una forma justa y solidaria, se podrán volver a cohesionar sociedades cada vez más fragmentadas y, por tanto, cada vez más vulnerables

Debemos ser más exigentes. Lo dejamos de ser durante las últimas cuatro décadas, posiblemente por la aplicación de mecanismos como los descritos por Klein en sus libros. Ahora hemos comprobado, de forma dramática, que el crecimiento infinito es imposible en un mundo finito, que el incremento del PIB no trae mayor calidad de vida para la mayoría de las personas, que la riqueza cada vez está más concentrada en un menor número de individuos, que los recortes en los servicios públicos suponen muertes. Y que la mano invisible de los mercados nos ha llevado a la dirección de choque frontal con la realidad, con los límites del planeta.

El choque no es inevitable. Se puede cambiar de dirección. Eso sí, para ello son imprescindibles cambios reales que no pueden esperar. Y no, no será posible sin todas las personas afectadas. Esto va de participar, de tomar partido, de votar cada cuatro años y de hacerlo todos los días. Esto va de exigir coherencia, responsabilidad e igualdad. Tenemos que recuperar la capacidad de decisión de la mayoría, a través de sus representantes elegidos democráticamente, frente a poderes que no son elegidos por la ciudadanía pero que han condicionado la vida más que las personas a quienes hemos votado. Hay que cambiar a quienes realmente han dirigido la nave. A fin de cuentas, ya lo dijo El Perich, nos querían antes torpes y ahora como individuos aislados e insolidarios. Es el momento de, sin perder la Libertad, volver a la Igualdad y Fraternidad e incorporar la Sororidad. Originales, no sucedáneos.