TikTok y el populismo en Rumanía que alerta a Europa

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Este domingo tiene lugar en Rumanía la segunda vuelta de las elecciones para elegir al nuevo presidente del país. Quizá sea algo irrelevante para gran parte de la ciudadanía, pero seguro que les interesa saber que es la tercera vez que los rumanos depositan su papeleta en la urna. Los anteriores comicios fueron anulados por el Tribunal Constitucional tras la primera vuelta por la posible injerencia rusa en la campaña a través de… TikTok.

Las elecciones presidenciales de Rumanía estaban previstas para el 24 de noviembre y el 8 de diciembre de 2024, primera y segunda vuelta respectivamente. El gran favorito en los sondeos era el candidato del Partido Socialdemócrata y entonces primer ministro, Marcel Ciolacu. Sin embargo, llegó la sorpresa cuando un total desconocido para gran parte de la población rumana, el extremista Călin Georgescu, se impuso con el 23% de los votos en la primera vuelta. No participó en debates. Apenas hizo entrevistas en los medios tradicionales. Su campaña se concentró casi íntegramente en TikTok. Se limitó a publicar vídeos cortos con mensajes populistas que llegaban a las grandes masas de usuarios gracias a una operación digital orquestada por la esfera de influencia de Putin.

Los y las analistas hablamos mucho de las ventajas de las redes sociales para amplificar el mensaje y llegar a nuevas audiencias. Particularmente TikTok ha estado muy presente en las campañas electorales en los últimos años: Kamala Harris quiso ser la primera presidenta TikTok de Estados Unidos y el actual presidente de Guatemala, Bernardo Arévalo, demostró que un outsider podía imponerse en unas elecciones con una campaña en esta red social. Con todo, es la extrema derecha la principal beneficiada de estas plataformas que, además, son más vulnerables a hackeos o manipulaciones digitales.

Los vídeos de Georgescu se promocionaban en grupos de Telegram en los que se daban consejos sobre cómo engañar al sistema de verificación de contenidos de TikTok, que teóricamente prohíbe la propaganda política en la plataforma. Además, los servicios de inteligencia rumanos consideran que Georgescu, quien aseguraba no haber gastado ni un céntimo en su campaña electoral, se habría visto beneficiado de la contratación de influencers para postear vídeos en los que, describiendo el perfil del ultraderechista, divagaban sobre cómo debía ser el próximo presidente del país.

Si algún lector ha visto la serie francesa ‘La fièvre’, es probable que este tipo de tácticas no le pillen de nuevas, pues ya se mostraban en la serie: se viraliza artificialmente una cuenta falsa populista, con el fin de que el algoritmo de la red social -que está diseñado para promocionar este tipo de contenido- lo muestre a usuarios reales. La serie también alertaba de su efectividad.

En Rumanía, la respuesta del Tribunal Constitucional fue la suspensión de las elecciones por las amenazas de fraude y, posteriormente, la inhabilitación de Georgescu por haber incumplido las normas electorales en los primeros comicios. Sin embargo, Geogescu no fue el primer candidato inhabilitado de dichas elecciones. El mes previo a la primera votación, el Tribunal Constitucional había inhabilitado a otra candidata extremista por proferir comentarios ultranacionalistas, prorrusos y que el tribunal consideró que cuestionaban el respeto a la Constitución y al Estado de derecho. Comentarios equiparables a los realizados por Georgescu o más recientemente por el vencedor de la primera vuelta de los comicios que ahora se están celebrando: George Simion.

Simion, por cierto, también está utilizando TikTok en su campaña electoral. Con 1,5 millones de suscriptores en la red social, su cuenta destaca por emotivos mensajes a cámara con retórica nacionalista, mostrando a su vez el detrás de las cámaras con el objetivo de humanizar el candidato. Y en la primera vuelta arrasó con casi el 41% de los votos. No es casualidad, pues -según la agencia Reuters-, la mayoría de los jóvenes rumanos se informan a través de TikTok. Ignorar las redes sociales no es, por tanto, una opción; pero tampoco obviar el peligro de un algoritmo que potencia la desinformación y el sensacionalismo.

La extrema derecha populista, aquella que se sirve de la polarización en redes sociales, es la principal amenaza a la que se enfrentan hoy las democracias europeas. Un problema social estructural que no puede combatirse con inhabilitaciones como la del Tribunal Constitucional rumano o con cálculos electorales. Lo hemos visto en Reino Unido, donde el sistema mayoritario limitó las opciones del partido ultra de Nigel Farage en los comicios celebrados el pasado verano, pero cuya popularidad ha quedado presente en las elecciones locales que se han celebrado a principios de este mes. Y, hasta ahora, el cordón a la extrema derecha ha funcionado en Francia porque hay segunda vuelta en los comicios. Pero en ambos países, como también pasa en España, Rumanía y en gran parte de Europa, la ultraderecha no deja de crecer. El populismo atrae a las masas, y así seguirá si creemos que podemos lidiar con ello sin dar respuesta a los problemas sociales, culturales y económicos de los que la extrema derecha se aprovecha para vender su xenofobia y su guerra cultural.

No es un problema de desconocimiento. Existen numerosos análisis que señalan que el crecimiento de la extrema derecha responde a un agravio económico y cultural que, mientras los gobiernos deciden obviar, estos partidos capitalizan con populismo barato y odio. Sabiendo la causa, es responsabilidad nuestra actuar más allá de limitarnos a lamentar su auge.

Este domingo, George Simion se batirá con el candidato independiente Nicosur Dan. Los gobiernos de Europa mirarán de reojo preocupados porque, en caso de ganar Simion, la pelota estará una vez más en su tejado. Podrán seguir recurriendo a estratagemas para impedir las opciones de la extrema derecha presentarse a los comicios. O afrontar de una vez que existe un descontento social al que no están dando solución.