En un moment en què la lluita contra el canvi climàtic guanya protagonisme, aquest blog pretén aprofundir en el debat sobre el territori i els impactes que suporta. Es tracta d'un espai dedicat a l'anàlisi i la reflexió, en què col·laboraran professionals de diferents disciplines. El territori, la ciutat, el medi ambient i la cultura són els eixos d’un imprescindible debat, amb l'objectiu de lluitar a favor de la salut del planeta i contra les desigualtats socials.
La plaza que fue plaza
Este verano, en un intento fallido por bajar el ritmo, busqué apoyo en la lectura de “Cómo no hacer nada”, de Jenny Odell. El libro describe, con una precisión que incomoda, la agresividad de un sistema que captura nuestra atención para convertirlo en valor económico: aplicaciones, métricas de productividad, redes sociales, algoritmos que nos empujan a un consumo constante. Y frente a todo ese ruido, Odell propone algo que puede sonar ingenuo, pero que en realidad es profundamente político, volver a mirar lo que tenemos delante, recuperando la relación con los lugares y con las comunidades que habitamos.
El libro me hizo reflexionar sobre un proyecto que acababa de terminar junto con los arquitectos Javier Rivera y Jaime Mira, la reforma de la Plaza de la Iglesia en La Torre (València), finalizada en agosto de 2024. No porque el libro hable de urbanismo, sino porque habla de la capacidad de los lugares para generar redes de apoyo mutuo y para facilitar vínculos y prácticas que no siguen la lógica del mercado.
La Torre es una pedanía con identidad agrícola y con una estructura social que resiste a la fragmentación urbana. Su plaza es el corazón social y el escenario cotidiano de las relaciones vecinales, un espacio de uso continuo donde la vida transcurre a un ritmo distinto al de los centros urbanos tan acelerados.
El proyecto se centró en reconocer y poner en valor lo que ya funcionaba. La plaza contaba con un arbolado que ofrecía sombra, identidad y memoria: el gran ficus central, los cipreses perimetrales y la robinia del chaflán. Esas piezas vegetales, con sus ritmos lentos y obstinados, ajenos a la prisa general, ya constituían un marco de vida comunitaria y una referencia visual para los vecinos.
La intervención actualizó el espacio mejorando los pavimentos, incorporando drenajes sostenibles SUDS, rediseñando el mobiliario urbano y reforzando la vegetación existente con los estratos que faltaban. Con ello se garantizó la accesibilidad universal y aumentó el confort del lugar.
El valor real de un espacio público se mide en su comportamiento ante situaciones inesperadas y la prueba llegó el 29 de octubre de 2024, cuando una DANA afectó a València y dejó partes de la ciudad completamente inundadas.
Cuando el agua comenzó a retirarse, la Plaza de la Iglesia de La Torre se convirtió espontáneamente en epicentro de ayuda mutua, un espacio de organización vecinal, distribución de bienes y apoyo emocional. El mobiliario urbano servía como soporte para alimentos y ropa; las áreas pavimentadas permitían el movimiento ágil de voluntarios; el arbolado ofrecía sombra, refugio y orientación en mitad del caos, además de actuar como barrera frente a vehículos arrastrados por la corriente.
No hubo que activar ningún protocolo institucional. No hizo falta señalización ni dispositivos digitales. Funcionó porque era un lugar vivido, no un decorado urbano. Porque estaba ya tejido en la vida cotidiana del barrio. Y, también, porque en la reforma se hicieron esas mejoras discretas que casi nadie nota, pero que marcan la diferencia, más superficie de suelo drenante, zanjas y pozos de infiltración. En un contexto en el que demasiados espacios públicos se conciben como escenarios para el consumo, esto es un acto profundamente político, vocablo digno de donde procede, la polis griega.
Al conectar esta experiencia con las ideas de Odell, entendí que la plaza encarnaba algo que ella describe con claridad, la importancia de los lugares como apoyo cotidiano, como esa base silenciosa que sostiene cuando las cosas se complican. No resistencia épica, sino cotidiana.
Odell insiste en que “no hacer nada” no significa pasividad, sino reorientar la atención hacia aquello que el capitalismo no puede monetizar fácilmente, el territorio, los vínculos, el tiempo lento y la vida comunitaria. Y un espacio público es precisamente eso, un lugar donde la lógica del beneficio pierde fuerza y emerge la lógica de lo común.
La plaza de La Torre no es un lugar idílico ni pretende serlo. Pero sí demuestra que un espacio público puede, todavía hoy, resistir la tendencia a convertir todo en producto o en escenario y seguir siendo soporte de solidaridad y organización colectiva.
El proyecto funcionó técnicamente porque se invirtió en soluciones basadas en la naturaleza (SBN). Pero funcionó, sobre todo porque no quiso borrar lo existente, eligiendo en cambio trabajar desde el respeto, la permanencia y la memoria.
Quizá, al final, la resistencia esté en cosas tan sencillas como esa.