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Viñetas para resolver el misterio de Las Meninas

Las Meninas de Santiago García y Javier Olivares

Raúl Minchinela

En la portada del cómic Las Meninas, la efigie de Velázquez tiene dos partes resaltadas en blanco: los ojos y la gola. El guionista Santiago García y el dibujante Javier Olivares dedican casi 200 páginas a desentrañar los misterios del inmortal cuadro del sevillano, y los motivos destacados en la cubierta sobrevuelan la obra. Por un lado, la aristocracia, representada en esa tela fruncida que solo los acomodados llevaban al cuello. Por otro, la mirada, el elemento central que ha hecho de Las Meninas una obra maestra que sobrevive a todas las revisiones generacionales. Con esos dos timones, el cómic desenreda el cuadro usando tres vías simultáneas: el autor, la obra y los espectadores.

El volumen repasa la vida de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, pintor de cámara de Felipe IV, naturalista, barroco y tenebrista. Le acompañamos en sus aprendizajes con Pacheco, sus tertulias con Zurbarán, sus viajes con Rubens para ver en el Escorial cuadros de Tiziano, sus periplos a Italia para comprar obras de arte destinadas al patrimonio del rey, sus paseos con Bernini, sus encuentros con Diego Ribera Lo Spagnoletto, su liberación del esclavo Diego de Pareja en carne y en pincel y su romance con Flaminia Triunfi, Venus del espejo y madre del hijo bastardo de Velázquez, según Camón Aznar.

El lector acompaña la vida en fortuna del pintor mientras recorre su pasado junto a un investigador de la Corte, que alertado de que el artista va a recibir nombramiento oficial, rebusca tachas e inconvenientes entre sus allegados. Su vida a juicio porque las gentes renombradas mezquinan la posición social. “Recibirás tu hábito con la cruz, pero no serás uno de los nuestros”, le espeta un noble, despreciándole como a un decorador. Las Meninas tiene una clave de ascenso social, de atrevimiento a retratar al rey cuando se tiene prohibido retratar al rey. De osadía en jugar a la representación de la representación, para guarecer la verdad en una trama de verdades.

Ocho variaciones sobre Las Meninas

En la portada de Las Meninas destacan los ojos de Velázquez, pero muchos más se reparten por el volumen. A diferentes alturas de la narración, intercalados con la vida del pintor y con la historia del cuadro, los ojos de Picasso se enfrentan a sus 58 variaciones sobre Las Meninas, los de Goya a su retrato de la familia de Carlos VI, los de Dalí replican en Port Lligat, los de Manolo Valdés y Rafael Solbes, Equipo Crónica, en sus adaptaciones de Las Meninas con salones amueblados y mafiosos de película, los de Buero Vallejo trasfigurándola en teatro, y sobre todo los de Michel Foucault, que es el primer invitado en aparecer y quien da la clave para acompañar y acompasar estos insertos.

En el primer capítulo de Las palabras y las cosas, el filósofo trazaba en el cuadro de Velázquez una espiral donde recorría los ojos del pintor, el pincel camino de la paleta, el lienzo de espaldas, los cuadros frontales y ensombrecidos contenidos al fondo, los cuadros de canto donde solo reconocemos el espesor de los marcos, el espejo, el hombre real que cruza la puerta rebosando los contenidos yuxtapuestos que lo contendrían en el campo plano de lo pictórico. En ese camino estaban todos los grados de la representación, de la tensión entre continente y contenido, entre el objeto y el nombre que lo designa o el dibujo que lo representa.

Las Meninas es testimonio, simultáneamente con El Quijote, de uno de los grandes momentos de la humanidad: el periodo en el que las cosas se separaron de su representación, el instante en que el libro sagrado resultaba ser un engaño y nacía así la ciencia. Las Meninas y El Quijote son hermanos de ese suceso esencial.

El pintor está ligeramente alejado del cuadro

Alonso Quijano, el Quijote, no es el último romántico ni el último loco, sino el último cura. Es el que reniega de la ciencia, el hombre que ante los molinos dice que son gigantes porque en su libro sagrado los molinos no salen por ninguna parte. Antes de ese instante donde se hace posible el conocimiento moderno sólo podía existir lo que ya estaba en el libro. Las cosas estaban limitadas por su representación, porque las cosas no existían hasta que el todopoderoso les daba un nombre y en ese nombre estaba todo.

Desde el momento fundamental que atestiguan El Quijote y Las Meninas, los objetos se escindieron de su interpretación. La verdad de las cosas ya no estaba en el libro sino que estaba en las propias cosas. La realidad se desligó para siempre de los nombres, y por eso tenemos separadas las carreras de ciencias y las carreras de letras. Por eso El Quijote reflexiona sobre ser un libro escrito y Las Meninas reflexiona sobre ser un cuadro pintado. Porque por fin pueden desligarse de los objetos y hablar de sí mismos. Y de este modo, junto al contenido, pueden aparecen por fin el autor y el observador.

El cómic de García y Olivares toma la primera frase de Foucault, “el pintor está ligeramente alejado del cuadro”, y con esa hebra teje a todos los observadores de Las Meninas. Ese espacio mítico, mas acá del lienzo, donde el espejo central dice que están Felipe IV y su esposa Mariana de Austria, donde estuvo también el Velazquez físico que lo pintó, y también quien tras la muerte del sevillano le añadió a su pecho de lienzo la cruz de Santiago, insignia de la orden, y también los ojos que hoy acudan al Prado a mirar el cuadro. El cómic es una representación de una representación que piensa sobre sí misma. Por eso el volumen no incluye ninguna reproducción fotográfica de Las Meninas; precisamente porque es así mucho más fiel al cuadro.

El peor de los cubistas

La parte biográfica de Las Meninas, la que corresponde a la gola blanca de la portada, resuelve que la meritocracia, esa ficción donde los logros traen ascenso social por encima de las relaciones consanguíneas, tampoco se practicaba en la España del siglo XV, ni con el mejor de los artistas. La parte pictórica, la que corresponde con los ojos blancos en la cubierta, extiende la representación de Las Meninas y la expande para resolver su mecanismo interno.

Es inevitable fantasear si Velázquez sabría apreciar la destreza gráfica que demuestra Javier Olivares, o si Foucault celebraría la pericia con la que Santiago García teje narrativa usando los mimbres de su ensayo. Resolver Las Meninas uniendo dibujo y palabras es un ejercicio arriesgado que tal vez tardará en ser aplaudido. Recordemos a Ortega y Gasset, que defendiendo el arte no figurativo de la época moderna dijo aquel “¡Velázquez es el peor de los cubistas!” que tardó en comprenderse en toda su extensión. Las Meninas de García y Olivares es un salto al vacío homólogo al que venía incluido, callado y enigmático, en el cuadro original.

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