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ENTREVISTA Historietistas

Santiago García y Javier Olivares: “Los aliens son el monstruo perfecto de la cultura porque no generan culpa”

Gerardo Vilches

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Santiago García y Javier Olivares forman uno de los tándems más sólidos del cómic español reciente. Ambos con largas trayectorias, sus trabajos en común incluyen Las meninas (2014), La cólera (2020) y El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde (2009), recientemente reeditada. De esta adaptación surge, precisamente, la idea para realizar su obra más reciente: La guerra de los mundos (Astiberri). El clásico de la ciencia ficción escrito por H.G. Wells, que inspiró a Orson Welles su célebre programa radiofónico, ha sido llevado al cine en múltiples ocasiones —la última, en 2005 bajo la dirección de Steven Spielberg— e incluso fue la base de una recordada versión musical realizada por Jeff Wayne.

En todas sus encarnaciones, la historia de la invasión extraterrestre ha demostrado que puede adaptarse a contextos muy diferentes y ofrecer lecturas relevantes de cada momento histórico. Sin embargo, en este cómic inmediato y urgente, García y Olivares van un poco más allá: ¿Qué pasaría si fuéramos nosotros los invasores? En su respuesta, ambos abordan cuestiones como el racismo, el auge de la ultraderecha o las políticas de inmigración.

¿De dónde viene la idea de darle la vuelta a La guerra de los mundos y reinterpretarla desde el punto de vista de los marcianos?

Santiago García: La cólera era un libro que giraba en torno a la guerra, pero los protagonistas son los que hacen la guerra. La guerra de los mundos, sin embargo, es un libro sobre los que sufren la guerra. Creo que tiene sentido, porque es algo que pensábamos mientras hacíamos La cólera. No es que se eche en falta en la obra, pero me quedaron las ganas de hablar de la gente que sufre la guerra, que no son soldados ni héroes, pero también están ahí.

Esa continuidad temática con La cólera me parece evidente: son las mismas preocupaciones vitales y artísticas las que se ven en La guerra de los mundos. Pero sorprende la forma en la que introducen comentarios de actualidad, reflexiones sobre la inmigración, el racismo y el concepto de otredad… A este respecto, hay una serie de cuestiones que no sé si habrían estado en la obra si Santiago no viviera en Estados Unidos, porque remiten a su sociedad y a sus problemas.

Santiago García: Totalmente. Tiene mucho que ver con el hecho de que llevo once años viviendo aquí, y eso hace que entienda ciertas cosas. El sentido de pertenencia, y lo que supone la hegemonía cultural, lo que implica ser un inmigrante y cómo te trata la gente. El imperialismo y el colonialismo no son cosas del siglo XIX: todas las estructuras de poder que tenemos hoy provienen de ahí. Todo esto me va preocupando cada vez más y, en los últimos años, con el auge universal de la extrema derecha, mucho más. Hasta ahora, veíamos las democracias occidentales como un modelo a seguir, un refugio frente al autoritarismo y una especie de ola que sirve de vanguardia, que va arrastrando a los demás hacia el horizonte. Eso está cambiando porque el autoritarismo se está introduciendo en esas sociedades.

¿Cómo llevan esos conceptos a La guerra de los mundos?

Santiago García: Hay un discurso que la extrema derecha está utilizando cada vez más para exaltar a las bases, que se remonta a los orígenes del país y la guerra de independencia: el discurso de la resistencia heroica. El héroe individual que se erige frente a la tiranía y al invasor, que lucha por la libertad. Es algo que está en cantidad de películas, series… Me di cuenta de que adaptar tal cual la novela era reproducir este discurso, que aquí y ahora controla la ultraderecha. Además, en La guerra de los mundos, el invasor es el Otro definitivo. Los aliens son el monstruo perfecto de la cultura contemporánea porque no puedes tener ningún tipo de complejo de culpa, son simplemente el enemigo absoluto desde un punto de vista biológico. No hay que negociar: solo exterminarlos. Son ellos o nosotros. Y eso hoy en día es un discurso fascista que justifica la resistencia al progresismo, a la tolerancia o a la diversidad. La teoría del gran reemplazo va en esa línea, y tiene un fondo biológico. Sin embargo, si lo que contamos es cómo nosotros invadimos a los otros, lo que estamos poniendo en el centro son nuestras propias prácticas imperialistas y destructivas. Y nos estamos despojando de la excusa de la resistencia. Nosotros no somos los héroes: somos la fuerza destructora que arrasa con todo en nombre de un futuro que, en realidad, nos estamos cargando también.

En su cómic se puede comprobar que el tratamiento que reciben los marcianos por parte de los terrestres es inhumano, y hay situaciones muy duras. Javier, desde el punto de vista gráfico, ¿cómo ha abordado estas cuestiones?

Javier Olivares: En cada capítulo seguimos la historia de uno de los miembros de la familia protagonista, y tiene un tono visual diferenciado. Esto es algo que se define desde el mismo momento en el que Santiago me pasa el guion. La primera parte, que cuenta la invasión, es la más obvia: hay un juego directo con la obra original y con la primera adaptación al cine de Byron Haskin (1953). Me interesaba separar claramente a los marcianos de los terrestres, y también quería homenajear al mundo victoriano de Wells dotándolos de este aspecto. No tiene lógica, pero me pareció que simbólicamente era importante. Igual que el color verde, que quise que fuera muy intenso, sin matices, porque el color es un elemento importante para hablar del racismo. Sin embargo, los mantuvimos humanoides para no perder la capacidad empática con ellos, que no fueran bolas de pelo o masas gelatinosas. La segunda parte es muy diferente: ahí tenía que recrear la atmósfera contaminada y malsana del planeta, pero también el ambiente del campo de concentración. Los planos se vuelven muy frontales, para que el lector esté a ras de suelo. La tercera parte tiene otro tono, más circense, inspirado en los dibujos de P. C. Russell en Killraven (1983), que yo no había leído, pero que sí fueron una influencia para Santiago.

Y en la parte final, que para mí es la más novedosa, vemos cómo una cultura invasora acaba devorando completamente a la invadida, hasta el punto de que los hijos de los marcianos dejan de sentirse como tales y se sienten terrestres, porque se han educado allí. Se crea una relación interesante, porque se lleva al terreno de la política.

Santiago García: La clave es entender que no hay una salida ética o correcta a la forma en la que Occidente se ha organizado políticamente. Cuando tu modelo es el imperialismo y el colonialismo, y lo ha sido siempre, desde Roma, necesariamente aniquilas y absorbes otras culturas y otras formas de ver el mundo. Pero, a pesar de los genocidios, no acabas con ellas del todo, sino que las integras de alguna forma, mediante el sometimiento y la obligación de vivir como quiere la cultura dominante. Al mismo tiempo, esa cultura dominante se resiste a la integración. El racismo implícito en la conquista tampoco tolera que su pureza se vea pervertida por el influjo del Otro. Es una paradoja. Podemos preguntarnos por qué México no forma parte de Estados Unidos, por qué no lo invadieron. Básicamente, porque no quisieron convertir en estadounidenses a los mexicanos. Por el mismo motivo, Puerto Rico es un Estado asociado, sin senadores ni participación política. Y no olvidemos que, cuando se liberó a los esclavos negros, el plan de Lincoln y de muchos otros era devolverlos a África. Una cosa es querer que no sean esclavos y otra convivir con ellos y que tengan los mismos derechos. Que su voto valga lo mismo que el tuyo. Y este es un problema con el que llevamos conviviendo desde que las naciones blancas decidieran que el mundo era suyo para espoliarlo.

Pero también creo que hay otra cuestión en La guerra de los mundos: es un libro de padres. De padres que ven todo lo que está pasando y sienten miedo por sus hijos. Todo lo que está sucediendo te aterroriza, porque te das cuenta de que el destino de tus hijos puede estar en manos de ese tipo de movimientos de ultraderecha. No hay nada peor que eso.

En este mundo en el que vemos este auge de la extrema derecha y un retroceso que no creíamos posible en derechos básicos, ¿qué papel creen que puede jugar la ficción como revulsivo o toma de conciencia?

Javier Olivares: Yo creo que este libro tiene que ver con una preocupación personal, pero no con el ánimo de concienciar. Es un debate recurrente: ¿realmente puede la ficción cambiar el mundo? No estoy seguro de que pueda ser un arma ideológica. Y creo que cuando te planteas así una obra puede que no salga bien. Pero, queramos o no, estas cuestiones políticas y sociales se cuelan en tu trabajo. Hasta hace años, uno podía ser más o menos activista o concienciado, pero ahora mismo hay fantasmas que parecían ya enterrados y que hacen que te impliques de otra forma. Dábamos por sentada la democracia porque nos parece más humana y más lógica, que la humanidad va progresando hacia un mundo más justo. Esto se ha empezado a resquebrajar.

Santiago García: Si la pregunta es si obras de ficción como La guerra de los mundos tienen algún tipo de efecto para ayudar a cambiar estas dinámicas, mi respuesta es que no, ninguno. Pero tampoco es la intención. Es, como dice Javier, una expresión personal. Somos gente que hace cómics y hablamos de las cosas que nos preocupan. Ahora bien: si la pregunta es si las ficciones cambian el mundo, mi respuesta es que sí, por supuesto. Y, de hecho, eso es lo que está pasando. Todas las campañas de la ultraderecha se basan en la ficción. Todos los problemas que están planteando, y con los que están ganando las guerras culturales, se basan en que son ficciones. Todo es mentira. ¿Cuál es la diferencia? Que no son obras de arte. Son ficciones que se presentan como una verdad. Incluso cuando la gente sabe que son mentira surten efecto, porque entienden que lo que se quiere decir es que los demócratas, los inmigrantes o quien sea están trabajando para acabar con nuestra cultura. Y esto conecta con lo que comentábamos antes de la resistencia heroica. Conviertes al agredido en agresor y entonces te convences de que tienes derecho a defenderte, que es una guerra justa como lo fue la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos es el garante de la democracia en el mundo, pero no olvidemos que es un país que no existiría sin el genocidio y la esclavitud. Si no se quiere responder de eso, la única opción es invertir todos los esfuerzos en negarlo, y en inocular racismo durante décadas a la población más privilegiada, la que tiene el poder de tomar las decisiones, la clase media blanca, que sigue viviendo mejor que los demás, pero que tiene la percepción de que vive peor que antes, porque la desigualdad es brutal. En Estados Unidos es muy difícil vivir. No os podéis imaginar lo difícil que es comprar una casa, por ejemplo, incluso para gente con muy buenos sueldos.

Sin embargo, llama la atención que se compre el discurso de quienes hablan de un gran reemplazo que sustituirá a los blancos por inmigrantes peor pagados y, al mismo tiempo, rechazan cualquier medida que mejore las condiciones laborales de los trabajadores. Ya no estamos en el terreno de lo racional.

Javier Olivares: Bueno, como decía Santiago, es el discurso en el que se mueve la ultraderecha: son los rebeldes contra las élites. Y eso te lo dice alguien como Trump, multimillonario. Esa misma élite te vende que tienes que votarles a ellos para votar contra el sistema.

Santiago García: Para eso tienes que estar décadas y décadas inoculando racismo y fanatismo religioso. Aquí el mito fundacional es la rebelión contra el rey británico. Pero hay un segundo mito, que es la guerra de secesión. Es una guerra que el sur ha romantizado muchísimo. El sur era la América rica. Pero hoy hay muchos estados que viven de los fondos federales, porque no tienen impuestos estatales más allá de los de venta, que son, por supuesto, no progresivos. El dinero federal se recauda por todo el país y luego se redistribuye. Muchos estados del sur están viviendo de los estados más progresistas, contra cuyos principios votan sistemáticamente. Es una cuestión identitaria. Por eso es tan irónico que estén constantemente diciendo que hay que sacar las identidades de la política. Que no se hable de género ni de racismo, porque eso es extremista. Pero todo lo que hacen ellos es política identitaria, en realidad.