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ENTREVISTA

Daniel Torres, Gran Premio de Comic Barcelona: “El cómic español tiene calidad, pero le faltan lectores”

Daniel Torres, creador de 'Roco Vargas', consigue el Gran Premio de Comic Barcelona tras 42 años de carrera como historietista

Gerardo Vilches

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Daniel Torres (Teresa de Cofrentes, Valencia, 1958) es uno de los autores de cómic más importantes de su generación. Adscrito a la Nueva Escuela Valenciana, fue uno de los dibujantes que renovó el panorama creativo español durante los años 80, en pleno boom del cómic adulto, publicando en revistas como El Víbora, Cimoc y, sobre todo, Cairo. En ella comenzó a publicar la serie de Roco Vargas, un artefacto de ciencia ficción retrofuturista que le ha servido de plataforma para todo tipo de experimentos metanarrativos.

Torres sobrevivió al fin de ese boom, que se llevó por delante a la mayoría de las revistas de la época, y siguió publicando su trabajo bajo el paraguas de Norma Editorial, o en publicaciones como El Pequeño País (suplemento del diario El País), donde serializó Tom. También publicó ocasionalmente en el mercado americano, en series como Sandman Mistery Theatre o The Spirit. Ya en el siglo XXI, ha publicado Burbujas (2009), La casa (2015), Picasso en la guerra civil (2018) o El futuro que no fue (2021), además de nuevas entregas de Roco Vargas.

Lejos de acomodarse en una sola línea gráfica, Daniel Torres sigue siendo uno de los autores más inquietos y experimentales de nuestro mercado, y demuestra en cada nuevo proyecto su ambición creativa y ganas de seguir explorando el lenguaje del cómic.

En la última edición de Comic Barcelona, el jurado de sus Premios decidió otorgar el Gran Premio (que se otorga a autores de cómic vivos con más de 25 años de carrera) a Daniel Torres.

¿Qué supone para usted recibir el Gran Premio de Comic Barcelona, en este momento de su carrera?

Es un premio que pienso que se da a la veteranía, y al hecho de haber mantenido este trabajo durante muchos años, lo que, en algunos momentos, no ha sido fácil. En mi caso, son 42 años como profesional. Por una parte, en estos días que han transcurrido desde que me lo concedieran, uno piensa que lo han jubilado y, por otra, que es como un nuevo comienzo. Y ahí estoy, basculando entre esas dos sensaciones.

La verdad es que éramos muchos los sorprendidos de que usted todavía no tuviera este premio.

Gracias. Sí, ha sido una carrera larga, sin paradas, a pesar de que en algunos momentos me dedicara también a la pintura o a la ilustración. Siempre he estado haciendo cómics. En cuanto a la pertinencia de darme o no el premio, eso ya es cosa de los jurados. Me imagino que habré estado en las quinielas durante años, pero los premios llegan cuando llegan, son así.

Precisamente, el Salón del Cómic de Barcelona (anterior denominación de Comic Barcelona) comienza su andadura poco después del inicio de su carrera. ¿Cómo ha sido su relación con el evento durante todos estos años? Usted ha llegado a hacer hasta en dos ocasiones su cartel.

Hemos caminado de la mano. El Salón arranca cuando yo llevo dos años como profesional, decidido a continuar siéndolo, pero todavía con la incertidumbre de si podría. No sabíamos si el mercado, que estaba creciendo, se iba a derrumbar o iba a continuar fortaleciéndose. En el Salón yo encuentro un foro para mostrar mi trabajo, pero también para medir el pulso de lo que era el cómic en España en los años 80. El pulso editorial, de los autores y de los lectores. No olvidemos que es un momento en el que estas tres facetas surgen de una manera nueva. Es el renacimiento de una generación de autores, de un nuevo tipo de lector y del sector editorial especializado exclusivamente en cómic. El Salón era un lugar de encuentro y a mí me daba mucha ilusión cuando llegaba. Desde entonces ha ido transformándose a lo largo de los años. Pero, de alguna manera, echo de menos el Salón de los años 80 y 90. Quizá era más pequeño y no iba tantísima gente, pero era más especializado en el cómic europeo, que es lo que a mí me interesaba. Antes de la avalancha del cómic americano y del cómic japonés. Esto quizás sea nostalgia: no estoy diciendo que tenga nada en contra del cómic americano o el japonés, pero sí echo de menos esos tiempos. Aunque es solo mi visión: el Salón del Cómic tiene su propia vida.

Ese 'boom' del cómic adulto en España fue un momento muy especial. Sin embargo, usted es uno de los pocos supervivientes de esa época. ¿Cuáles cree que son las causas?

Habría que preguntar a los que desaparecieron o a los que han sido más intermitentes, no lo sé. Mis motivos son muy personales: yo tengo la necesidad de contar historias a través de la narración gráfica. Tengo que sacármela de encima, y no hay otra forma de hacerlo que dibujando cómics. La última fase es publicarlos, pero creo que si en los 90 hubieran desaparecido todas las editoriales, yo habría seguido dibujando. Quizás para guardar las páginas en un cajón. Pero para contestar a esta pregunta tan compleja harían falta más tiempo y más voces. Sí es cierto que hemos visto el nacimiento de una industria editorial potente que ha tenido que evolucionar, pero también hemos visto surgir a los aficionados al cómic adulto, algo que no existía antes de los 80. Estaba muy limitado.

Hay algo que llama la atención en su obra, que es la recurrencia al personaje de Roco Vargas desde los años 80 hasta ahora, a pesar de que cada álbum es diferente entre sí. ¿Por qué sigue volviendo a este personaje?

Es un personaje que me ha permitido, aun manteniendo su idiosincrasia, muy arquetípica y sin profundidad moral, ir transformándolo e investigar cosas a través de él. La gente se puede quedar con su evolución gráfica, pero hay también una evolución ética, si se me permite la palabra. En los nueve álbumes hay una primera fase, los cuatro primeros, que realizo muy rápidamente. El cuarto, La estrella lejana, supone un parón en la serie, en el que hago otras cosas y voy reflexionando sobre el personaje, hasta que decido retomarlo. Es mi exploración de un medio para contar historias.

En ese contar historias usted le da a veces una interesante vuelta de tuerca, porque la metaficción es una constante en algunos de sus últimos trabajos, como El futuro que no fue o Picasso en la guerra civil. Me gustaría preguntarle por este uso del metalenguaje, de las historias dentro de historias.

Es, de nuevo, una exploración del lenguaje. Cuando consigues acceder al dominio de ese lenguaje, de la narración gráfica, tienes dos caminos por delante: o sigues explorando ese lenguaje sin más, o lo cambias y compruebas hasta dónde puedes llegar. Ese es el que me interesa a mí. Por una razón egoísta: no me siento cómodo si no experimento. Yo podría haberme quedado en el nivel de La estrella lejana. Eso habría sido más fácil y, quizás, económicamente más rentable. Pero quería explorar nuevos caminos y acceder al lenguaje dentro del lenguaje. Las distintas lecturas que hay en una misma narración. Y eso no se consigue por generación espontánea; solo se logra si estudias ese lenguaje, y entiendes en qué momento se rompe, o cuándo deja de se legible y solo lo entiendes tú, en qué momento estás obligando al lector a seguirte y esforzarse un poco más, y si ese esfuerzo es válido. Es un equilibro complicado, pero cuando lo consigues y recibes el feedback del lector, te das cuenta de que lo has hecho bien y no estás solo en esa exploración del lenguaje.

Esta inquietud de la que me habla me hace pensar en un proyecto muy ambicioso, La casa, que realmente no admite mucha comparación en el cómic reciente. ¿Cómo fue el desarrollo de ese proyecto? No debió de ser fácil.

No, no lo fue. La génesis sí: surge cuando mi editor, sabiendo que a mí me gusta mucho la arquitectura, a la que yo he considerado siempre un personaje más de las historias, me propone el reto de hacer un libro cuyo personaje principal fuera esa arquitectura. Yo presenté un proyecto que a lo mejor se me fue de las manos: consistía en hacer la historia de la casa, desde el Paleolítico hasta el siglo XX. Él aceptó el envite, pero cuando concreté el proyecto vi que se iba a un volumen disparatado de páginas. De hecho, la primera idea era hacer una colección de 12 álbumes de 48 páginas. Pero los comerciales consideraron que intentar que la gente fuera fiel a esa colección iba a ser complicado, y decidimos hacerlo en tres volúmenes. Finalmente, se decidió correr el riesgo y editarlo en un solo volumen. Por eso es un libro tan atípico, un libro imposible, en realidad. Porque ninguna editorial se habría atrevido a hacerlo y pocos autores se meterían en un lío como ese. El resultado fueron seis años de dedicación a La casa: tres de documentación y tres para realizarlo. Yo creo que la gente se quedó perpleja ante el libro, y que ha quedado como un título al que acude gente aficionada al cómic, pero también mucha que está interesada en la arquitectura, la sociología o la historia, sin ser aficionados al cómic. Como decía antes, es también una apuesta por la narración gráfica. Cada capítulo tiene una forma de narración y un grafismo distintos. Es un vademécum de hasta donde puedo llegar como autor.

¿Cuál es su percepción del mercado actual? Es un momento con mucha oferta, a mi modo de ver con mucha calidad, pero al mismo tiempo hay mucha incertidumbre por problemas como la reciente crisis del papel. Hay autores que se están asociando y movilizando para intentar conseguir mejores condiciones en su trabajo, mayores porcentajes, por ejemplo.

Hay un denominador común en todos estos años, y es que en ese nuevo orden que surge en los 80 ha avanzado más la publicación de títulos que el número de lectores. Es un problema, y no solo en el mercado del cómic, sino en el del libro en general. Se publican cosas de mucha calidad, de muy buenos autores y autoras, ha habido una evolución editorial, y surge el fenómeno de las librerías especializadas, pero faltan lectores. Sobre todo si nos comparamos con la vecina Francia, donde la afición al cómic viene de muy antiguo y en cualquier casa puedes encontrar tebeos coleccionados por varias generaciones familiares. La manera en la que se publica hoy en día no tiene mucho que ver con cómo se publicaba en los 80, a través de revistas y álbumes. En torno a 2005 apareció el fenómeno del libro digital. La gente agorera de siempre vaticinó que el cómic en papel desaparecía pronto y pasaríamos a leer los cómics en pantalla. Pero eso se ha visto que no es así. La mayoría de la gente sigue prefiriendo leer en papel, y es lógico, por el tipo de lenguaje. Cada vez se publica más y eso hace que estemos compitiendo muchos por un pastel muy pequeño. Y como pasa con los autores de novela, uno no se puede dedicar exclusivamente a la publicación de un libro o un cómic.

Para concluir, ¿está trabajando en algún nuevo proyecto, o se está tomando un descanso después de El futuro que no fue?

No, yo no descanso nunca [risas]. Como en los dos últimos años han pasado cosas raras que todos sabemos, se ha retrasado la publicación de un experimento muy personal que estuve haciendo tras ese cómic. Pero verá la luz en Norma Editorial próximamente. Es una autobiografía, una confesión de mi vida profesional, hecha con ilustraciones. Es una cosa difícil de definir, que hasta que no se vea no se entenderá bien qué es. Y ahora estoy trabajando en un nuevo proyecto, Memorias de Roco Vargas. Tiene un título que sabe a final, pero no sé qué pasará después. Lo que me preocupa ahora es hacerlo, porque está llevando mucho trabajo. Mezcla cómic con ilustración y narra el encuentro entre el primer Roco Vargas, el que conocimos en los años 80, con un joven autor que se llama Daniel Torres. Roco Vargas le cuenta su vida y terminan esa conversación de un día acordando que, a partir de entonces, este joven Daniel Torres dibujará las aventuras de Roco Vargas. Eso se combina con ilustraciones que son fotografías del mundo del personaje, eso que hemos llamado el retrofuturo.

De nuevo la metaficción…

Sí, claro, es que me gusta mucho. Es decir, a mí la realidad me parece bastante plana, aburrida y vacua. Prefiero refugiarme en estas metarrealidades.

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