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El carpintero que quiso matar a Hitler

Imagen de la cervecería Bürgerbraükeller después del atentado

Pablo G. Bejerano

Madrid —

A principios de noviembre de 1939, algunos alemanes conspiraban para atentar contra Hitler. La Segunda Guerra Mundial había dado comienzo en septiembre con la invasión alemana de Polonia, aunque aún no se aventuraba hasta dónde llegaría la magnitud de la catástrofe. Un grupo de generales disidentes pensaba que atacar a Francia y Gran Bretaña tendría consecuencias desastrosas para Alemania, con lo que varios mandos militares se sondearon para valorar los apoyos que tendría un posible golpe de Estado.

Esto es lo que cuenta Ian Kershaw en Hitler: 1936-1945 (Península, 2000), el segundo tomo de su biografía sobre el dictador. Entre titubeos y determinismos, ganaron los primeros. Pasó el momento oportuno y el complot quedó en aire. Este mes de noviembre se cumplen 75 años de otro atentado fallido y mucho menos famoso: el de Georg Elser, El hombre que quiso matar a Hitler.

¿Quién le puso la bomba al Führer?

Cuando los generales se enteraron que el 8 de noviembre se había producido un atentado contra Hitler en la Bürgerbraükeller, la cervecería de Múnich donde daba un discurso todos los años en la misma fecha para conmemorar el fallido Putsch de 1923, todos quedaron estupefactos. Hitler ya no estaba allí cuando estalló la bomba y al conocer la noticia no se lo creía. Tocaba ahora averiguar quién estaba detrás de la autoría intelectual del atentado.

Los dirigentes nazis pensaron que se trataba del Servicio Secreto británico o tal vez fuera obra de Otto Strasser, un político nazi contrario a Hitler y por entonces exiliado en Praga. Ninguna de las hipótesis, teorizadas con toda la pompa y el pensamiento conspiratorio nazi, iba bien encaminada, porque había sido obra de un carpintero, un alemán corriente y moliente.

El carpintero solitario

George Elser, nacido en Suabia (situada al sur de Alemania) y de 36 años, era el autor material, intelectual y moral –si se puede decir–, del atentado. Bajito, de pelo oscuro y ondulado, Elser era un tipo solitario, tranquilo y perfeccionista en su trabajo. No tenía muchos estudios y apenas leía la prensa, lo que terminaría siendo uno de los motivos principales por los que falló su tentativa.

Elser no estaba al tanto ni le interesaba especialmente la política. Se había adherido a la organización comunista Roter Frontkämpferbund, que se enfrentó repetidas veces a la policía y a grupos como las SA, hasta que fue disuelta en 1929. Compartía los anhelos por mejorar la situación de la clase obrera y también las angustias ante una guerra inminente. Y en un momento dado llega a la conclusión de que la única manera de conseguir estos propósitos es eliminar a Adolf Hitler, ya por entonces canciller y führer de Alemania.

Unos meses antes de que estalle la guerra, Elser se entera de que Hitler dará un discurso el 8 de noviembre en la cervecería Bürgerbraükeller, como hace todos los años, para conmemorar con sus viejos compañeros de partido la intentona golpista del 23, que partió de aquel lugar. En este tipo de eventos la seguridad no corría a cargo de la policía sino del Partido Nazi, con lo que el objetivo era más vulnerable. Era el momento propicio y el carpintero suabo viajó a Múnich a estudiar las posibilidades de un atentado.

Una vez visto el escenario, Elser piensa colocar una bomba de relojería en un lugar cerca de donde Hitler dará su discurso. Roba explosivos en la fábrica de armamento donde trabaja y diseña un mecanismo de relojería para programar la detonación. Un nuevo empleo en una cantera le permite hacerse con dinamita. Los ingredientes estaban en sus manos.

Lo prepara meticulosamente. Desde el mes de agosto hasta noviembre se esconde por la noche 30 veces en la Bürgerbraükeller para hacer un agujero en la columna detrás del estrado. Allí se ocultará la bomba, forrando la cavidad con estaño para impedir que resuene si alguien diera un golpe accidental a la columna.

El 6 de noviembre el trabajo está terminado y todo está en su sitio. Elser regresa a la Bürgerbraükeller el día 7 para comprobar por última vez que el reloj de la bomba sigue funcionando. Pega el oído a la columna disimuladamente y escucha con satisfacción un tic-tac constante. A continuación se marcha a Suiza. Cuando la bomba estalló, causando ocho muertos y 63 heridos entre los asistentes. Hitler se había marchado 10 minutos antes.

Doble mala suerte

En su escapada, Elser fue retenido en la aduana de la fronteriza Constanza, cuando intentaba cruzar la frontera ilegalmente. Parecía una detención de tantas pero, al registrarlo, comprobaron que llevaba encima una postal de la cervecería del atentado. A partir de ahí se le empezó a vincular con la tentativa de asesinato. La investigación de la policía y la Gestapo recogió varios testimonios esclarecedores. Un relojero afirmó haber vendido dos relojes idénticos al usado en la explosión a un joven suabo, mientras que un cerrajero le había prestado su taller sin saber en qué estaba trabajando.

La descripción coincidía con la de Elser. Cuando dieron el aviso desde aduanas comenzó en toda su crudeza el interrogatorio al carpintero. Confesó días después haciendo una relación detallada de su actuación. El jefe de las SS Heinrich Himmler se negaba a aceptar que aquel joven hubiera estado a punto de matar a Hitler él solo. El resto de la tortura fue ineficaz, Elser no tenía nada más que contar

El carpintero pasó por varios campos de concentración. El régimen nazi seguramente quería hacer un juicio ejemplar con Elser y esperaba a ganar la guerra para celebrarlo. Pero no ganaron la guerra. Tal y como explica Helmut Ortner, autor del libro El hombre que quiso matar a Hitler, el 9 de abril de 1945, a un mes de la rendición alemana, George Elser fue ejecutado en Dachau. Lo que los generales no se decidieron a hacer hasta el golpe de julio de 1944, dirigido por Claus von Stauffenberg, lo hizo un carpintero de Suabia, bajito y de cabello oscuro.

Imágenes: Wikimedia II, III

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