Vincent Bevins, periodista: “El problema de las revueltas de 2011 es que se quiso crear una plaza Tahrir en cada ciudad”

Jordi Sabaté

12 de julio de 2025 21:23 h

0

Periodista y escritor estadounidense, Vincent Bevins estuvo en Brasil entre 2011 a 2016 como corresponsal para Los Angeles Times, tras haber trabajado en Londres para el Financial Times o en Venezuela para The Daily Journal. En 2017 se mudó a Yakarta y comenzó a cubrir el Sudeste Asiático para el Washington Post, y en 2018 empezó a escribir un libro sobre la violencia en Indonesia y en América Latina durante la Guerra Fría: El método Yakarta (Capitán Swing, 2022).

Su trabajo se ha centrado principalmente en la política internacional, la economía mundial y la cultura global, por lo que siempre ha estado interesado en los movimientos sociales en aquellos países donde ha residido. Fruto de este interés fue su investigación sobre la oleada de protestas iniciadas en el mundo árabe en 2011 y que como un reguero de pólvora se extendieron por todo el planeta, España incluida. Pero aquellas primaveras reivindicativas han quedado en nada, cuando no en situaciones incluso peores de las que las motivaron.

En Si ardemos (Capitán Swing, 2025), el libro resultado de sus pesquisas con más de 200 entrevistas, Bevins nos describe los mecanismos defectuosos de aquella oleada de protestas, algunos forzados por las élites mediáticas, militares, judiciales y financieras de los distintos países, pero otros resultado de la propia idiosincrasia de las revueltas: caóticas, espontáneas y con las redes sociales como único líder de la movilización.

¿Por qué se decidió a estudiar las oleadas de protestas populares de la primera década del siglo XXI, especialmente en América Latina y el mundo árabe, pero también en Estados Unidos, el sur y el este de Europa?

Con Si ardemos intenté escribir la historia de las protestas de la década de los diez de este siglo, que en realidad se volvieron tan grandes que se pueden definir como una sola protesta que derrocó gobiernos establecidos y desestabilizó profundamente las sociedades existentes. Y lo hice porque creo que sus consecuencias aún se pueden apreciar hoy porque el estado del mundo en el que nos encontramos ahora es heredero de aquel periodo de primaveras y levantamientos.

Aún vivimos con las consecuencias del Euromaidán en Ucrania, y la cuestión de Palestina no se estaría desarrollando como lo hace ahora sin la resolución final impuesta a la Primavera Árabe en aquellos países donde se dio. En el libro analizo una docena de casos de levantamientos y en total entrevisté a entre 200 y 250 personas que participaron en ellos. Traté entender cómo se desarrolló cada caso, qué sucedió durante el episodio y cuáles fueron los resultados finales.

¿Qué provocó esa oleada de protestas, cada una fue diferente o tuvieron todas un origen similar?

Muy rara vez en la historia, cuando estudias los periodos revolucionarios que sacuden varias naciones, va a haber una sola causa. Siempre hay diferentes motivos, incluso dentro de una misma revuelta, y creo que es importante comprender la causalidad múltiple. Así que en cada caso dado, puede haber habido cinco, seis o siete factores diferentes que llevaron a la ciudadanía masivamente a la calle. Y esas cinco, seis o siete causas pueden haber diferido ampliamente de un país a otro, porque los contextos nacionales y políticos eran muy diferentes en cada país.

Pero creo que probablemente hubo dos elementos presentes en casi todos ellos. Uno es la respuesta a la crisis financiera de 2008. O, mejor dicho, la falta de respuesta a la crisis financiera de 2008; esto es las condiciones económicas globales posteriores a 2008. Creo que en este sentido es útil hablar de una crisis global de representación en los últimos quince a veinte años.

Si le preguntas a la gente si se siente representada por la clase política existente, las élites de su país, te dicen que no. Y también los politólogos señalan que las élites ya no representan realmente a la gente, sino que tienden a responder ante las élites económicas más que ante cualquier ciudadano común. Y en segundo lugar está la introducción de las redes sociales, que facilitaron la comunicación de la indignación social y, por tanto, el que la gente saliera a la calle en masa.

¿Cómo se explica que las revueltas saltaran de un país a otro como si fueran explosiones por simpatía?

La tecnología de las comunicaciones, operada con fines de lucro por poderosos capitalistas en California, mi estado natal, fue uno de los factores presentes en casi todos los casos. Por supuesto, no fue la única causa; pero es innegable que la tecnología hizo posible que la gente viera en tiempo real lo que sucedía en otra parte del mundo. A diferencia del primer periodo revolucionario denominado “primavera”, la Primavera de las Naciones de 1848, donde un trozo de papel tenía que viajar literalmente de una capital europea a otra para que un país se inspirara en lo que podría haber estado sucediendo en Francia o Suiza, etc., en 2011 se dio el proceso instantáneo de circulación de palabras, imágenes y mensajes.

¿Fue realmente positivo el papel de las redes sociales?

No del todo, porque, por un lado, permitieron que la solidaridad se transmitiera de inmediato. Pero eso no fue necesariamente productivo para la revuelta en sí, porque se hacía una especie de copy paste de lo que se veía en otro lugar, por ejemplo de Egipto a Turquía y de ahí España, Brasil o Ucrania, sin tener en cuenta el contexto. En España o Brasil pudo haber existido la sensación de que las élites no hacían lo suficiente para representar a la ciudadanía, mientras que en Túnez o Egipto el sistema era muy diferente: no había ningún método para que la ciudadanía insistiera en que sus demandas fueran representadas.

Así que lo que vimos, especialmente entre 2011 y 2014, es que una serie de imágenes increíblemente inspiradoras, sobre todo en la plaza Tahrir de El Cairo en enero y febrero de 2011, llevaron a otras personas de todo el mundo no solo a protestar, sino a hacerlo de la misma manera, a pesar de operar en circunstancias políticas y económicas muy diferentes. Por ejemplo, el modelo Tahrir quiso llevarse a Estados Unidos con el movimiento Occupy Wall Street. Y en Hong Kong en 2014, surgió un movimiento que era explícitamente una copia de Occupy Wall Street, que a su vez era una copia de la Plaza Tahrir, inspirada a su vez en Túnez... Por un lado, emergió una fuerza de inspiración, energía y solidaridad que se extendió por todo el mundo de inmediato y fue muy positiva. Pero se produjo una especie de cortocircuito en el que las personas hicieron exactamente lo mismo en contextos muy diferentes, lo que llevó al fracaso.

¿Existe algún vínculo de estos movimientos con las protestas antiglobalización de inicios del siglo XX?

En los casos en los que previamente se había vivido una emergencia antiglobalización, como Brasil o estados Unidos, hubo cierta herencia en personas, métodos y reivindicaciones, al menos iniciales. En el caso de Brasil, el grupo de izquierdistas y anarquistas que organizó las protestas callejeras a principios de junio de 201, tenía una ascendencia bastante directa. Todos habían trabajado para Indymedia Brasil, el medio que informaba sobre lo que callaban las grandes corporaciones. Así que algunos de los enfoques tácticos e ideológicos del movimiento antiglobalización se adoptaron en el movimiento de las primaveras.

Pero también es cierto que el tipo de protesta masiva descentralizada, horizontalmente estructurada y aparentemente espontánea que vemos volverse hegemónica a partir de 2011 es una novedad que no existía diez o quince años atrás. Hay una cita famosa de Kwame Ture [nacido como Stokely Carmichael, líder y fundador de los Panteras Negras]: “El Partido Pantera Negra en Estados Unidos distingue entre organización y movilización”. Pues bien, siguiendo esa división, creo que en las primaveras la movilización se volvió más fácil que nunca y la organización se volvió más difícil que nunca.

Emergió una fuerza de inspiración, energía y solidaridad que se extendió por todo el mundo de inmediato y fue muy positiva. Pero se produjo una especie de cortocircuito en el que las personas hicieron exactamente lo mismo en contextos muy diferentes, lo que llevó al fracaso

¿En las primaveras existe un rechazo a las jerarquías de la izquierda anticapitalista clásica?

Vemos organizaciones comprometidas ideológicamente con el rechazo de la jerarquía, como sucedió en Brasil y en España. Pero en otros casos, como en Egipto, no se trata de un rechazo explícito, sino que resultaba imposible construir organización y representación en las condiciones existentes. Lo que era viable en el mundo árabe era la protesta masiva aparentemente espontánea, sin líderes, coordinada digitalmente y estructurada horizontalmente en una plaza o espacio público. Esto se hizo y funcionó. Aunque también se incorporaron algunos elementos de la izquierda antiautoritaria posterior a 1968, procedentes del movimiento antiglobalización.

De todos modos, no hay que ver las protestas como una respuesta únicamente de la izquierda porque eso es muy incierto. Algunas de ellas se inspiran en las revueltas que se dan tras la caída de la Unión Soviética en 1989. En este sentido, el Muro de Berlín se cita a veces como punto de referencia. Así, se obtiene esta mezcla de revoluciones liberales que tuvieron lugar en la antigua Unión Soviética, pero también se debe incluir las llamadas revoluciones de color de principios de siglo como la revolución naranja ucraniana. Y estas son revueltas que distan de ser de naturaleza izquierdista.

Aunque ha apuntado algunas ideas en sus respuestas en esta dirección, quisiera preguntarle la causa de que la gran mayoría, acaso excepto en Chile, terminaran, cuando no en fracaso, en gobiernos mucho peores que los que derrocaron.

Esta es la pregunta fundamental que me inquietó y me impulsó a realizar la investigación exhaustiva que refleja el libro. Hemos comentado que la gente que vio Tahrir creyó acríticamente que aquello podía funcionar en otros lugares y luego reprodujo ese enfoque táctico en otros lugares. También que las protestas eran más fáciles de movilizar que de organizar debido a la ausencia de líderes y jerarquías; además procedían de una demanda instantánea, pero no se apoyaban en proyecto de gobierno o ideología alguna.

Buscaban protestar, tumbar a los autócratas o a los gobiernos que nos les gustaban, pero no pensaron que cómo sustituirlos una vez expulsados del poder, especialmente en el caso de Egipto o Túnez, pero es válido para Brasil o Turquía, donde desestabilizan los gobiernos, pero permiten que estos se rehagan. Personas que participaron me comentaban que sentían que estaban haciendo historia, y ciertamente fue así porque expulsaron a varios autócratas, como en Egipto y Túnez. Pero claro, al irse el tirano en avión, queda un gran vacío de poder que nadie de la calle está preparado para llenar. Y lógicamente lo llenan las élites preparadas y respaldadas financieramente, a las que no les gustan las protestas.

¿Cuál es la lección que se puede aprender de las primaveras?

Los cientos de entrevistas que realicé las cerré precisamente con esta pregunta, y la respuesta que obtuve con más frecuencia fue: “Desearíamos haber estado más organizados antes de las revueltas”. Porque una vez iniciadas, en medio del calor, el fuego y la emoción de la revuelta, es imposible crear una nueva organización con la suficiente rapidez para llenar los vacíos de poder. Y los grupos que sí las aprovecharon fueron organizaciones con la capacidad de actuar verdaderamente colectivamente y de ser tácticamente flexibles ante circunstancias cambiantes. Así que la gente sí salió ganando con estas revueltas en la mayoría de los casos no fueron las personas las que realmente salieron a las calles, sino otros grupos que lograron apropiarse de sus victorias e impulsar las cosas hacia sus intereses.

Al irse el tirano en avión, queda un gran vacío de poder que nadie de la calle está preparado para llenar. Y lógicamente lo llenan las élites preparadas y respaldadas financieramente, a las que no les gustan las protestas.

Cita en el libro el caso de Brasil, donde se da una especie de golpe de estado judicial contra Dilma, apoyado en los medios de comunicación y el poder económico. En España actualmente parecen existir movimientos en ese sentido. ¿Cree que se está exportando el modelo brasileño?

El papa Francisco publicó un análisis de lo que llamó lawfare en las primeras décadas del siglo XXI. Es un discurso muy interesante que pronunció ante una asociación de juristas de Latinoamérica y, resumiendo, vino a decir algo como: “En el siglo XX, llegaban con tanques para arrebatar el poder a los gobiernos elegidos democráticamente; e el siglo XXI, cada vez más, recurren a los jueces”.

Así que sí: el lawfare es una forma de intervenir o subvertir el proceso democrático y se ha convertido cada vez más en una forma de hacer política en el siglo XXI. Creo que es algo que ha ocurrido fuera de Brasil y que podría seguir ocurriendo en otros lugares... Destitución de candidatos, cancelación de elecciones y, además, una aplicación muy selectiva de la ley en sistemas donde cualquiera puede ser culpable de infringir alguna ley menor son algunos de sus métodos.

Para terminar: ¿cree que el fracaso de aquellas protestas tiene que ver con el auge actual de la extrema derecha en Occidente?

Aquellos fracasos dejaron una crisis de representación en el sistema global y la gente común cree desde entonces que las élites no la representan como deberían. El resultado de aquellos fracasos ha sido una sociedad muy atomizada, individualizada y neoliberal que tiene dificultades para organizarse. La organización social del tipo que vimos en el siglo XX se está volviendo más difícil que nunca, vemos menos gente involucrada en sindicatos, partidos políticos, movimientos sociales o incluso organizaciones comunitarias.

Pero, por otro lado, las élites económicas siguen estando muy organizadas y siempre se asociarán para defender sus intereses. ¿Qué significa esto? Que debemos esperar que actúen para bloquear las reformas sociales que obstaculizan su poder económico. Vimos un impulso muy leve para reintroducir los principios socialdemócratas en los partidos de centroizquierda de Estados Unidos, el Reino Unido y algunas partes de Europa Occidental. Y eso fue aplastado por las élites.

Por lo tanto, ante esta falta de credibilidad de la izquierda, se ha vuelto dominante la respuesta populista a la crisis de representación. Esto es un hombre como Trump diciendo: “No se preocupen por la representación. No se preocupen por el tipo de representación densa y real que ha existido en las democracias en el siglo XX. Yo simplemente los representaré. Seré su avatar”. Y, por supuesto, esta es la idea básica del pensamiento fascista.