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La banca en la sombra: una bomba de relojería de 70 billones de dólares

En Wall Street deberían estar algo más preocupados con la banca en la sombra.

Pilar Blázquez / Pilar Blázquz

Madrid —

Por si alguien tenía alguna duda, la brutal crisis financiera de los últimos años no ha servido para nada en cuanto a prácticas de riesgo financiero se refiere. Es cierto que tras la caída de Lehman Brothers, los gobiernos pusieron en marcha una carrera (o más bien paseo, dado lo que están tardando en aplicarlas) por cambiar las reglas que habían permitido a los bancos asumir riesgos descontrolados. Pero ese celo regulatorio que ha caído sobre los bancos tradicionales no ha servido para mitigar el riesgo de colapso financiero mundial. Solo lo ha trasladado. Incluso lo ha multiplicado, como advierte también nada menos que el Fondo Monetario Internacional.

Según los datos presentados por el último informe del organismo con sede en Washington, la denominada banca en la sombra (formada por aquellas entidades financieras que canalizan crédito sin la necesidad de cumplir los requisitos de solvencia que se exigen a un banco tradicional) alcanza ya los 70 billones de dólares.

La cifra, por supuesto, es aproximada porque, como su nombre bien indica, ese crédito está lejos de la luz y los taquígrafos que se aplican a la banca tradicional. Una de las demandas que pide el FMI es que los gobiernos hagan un esfuerzo por vigilar ese riesgo paralelo ya que su descontrol puede ser el origen de un nuevo colapso mundial.

Como se ha contado en varias ocasiones en eldiario.es, el creciente poder de la banca en la sombra se debe a que ha tomado el testigo de la banca en una actividad esencial del sistema financiero, el préstamo, que los bancos han paralizado. El desvío ha sido de tal calibre, que según los datos del FMI, en EEUU un 30% del riesgo sistémico (entre 15 y 25 billones de dólares) está sin el control adecuado. “La de EEUU es la situación más peligrosa del planeta”, según el FMI.

Los riesgos también son alarmantes en Gran Bretaña, y algo menos en el resto de Europa (donde el dinero que mueve la banca en la sombra podría llegar hasta los 22 billones). En los países emergentes, aunque en cantidad de millones totales (dos billones) todavía no compite con Occidente, lo que preocupa al FMI es el ritmo de crecimiento.

El organismo que preside Christine Lagarde no ahorra en advertencias. Incluso pone nombres y apellidos a algunas de las entidades sobre las que tiene reparos: “La actividad de préstamo a través de Fondos de Inversión como Pimco o BlackRock está creciendo mucho más rápido de lo que lo hacía antes de 2009 y además toman más riesgos”, advierte.

Identifica esos activos de más riesgo como los préstamos a empresas, cuya liquidez es bastante limitada. En caso de algún problema inesperado, estos fondos tendrían dificultades para deshacerse de ellos.

Identificar el problema no lo resuelve

El problema del FMI es que no sólo ha tardado años en identificar el problema del peligro de la banca en la sombra. Además, su única aportación es una recomendación: pedir a los países que tengan un mayor control de ese sistema financiero paralelo para, al menos, ser conscientes de la magnitud real del problema.

Esto casi suena a brindis al sol. El problema crece y crece en función de los chorros de liquidez que los bancos centrales están inyectando en el sistema financiero. Desde estas instituciones nos explican que sus políticas pretenden dinamizar el crédito de la banca, pero mientras los bancos acuciados por la nueva y estricta regulación se dedican a atesorar esa liquidez, al resto de las organizaciones financieras casi se les escapa de los bolsillos. Hasta tal punto que incluso algunos fondos de inversión ya están creando divisiones exclusivas a dar crédito, sin cumplir los requisitos que se exigen a los bancos. De igual manera, con la otra mano se dedican a hacerse con empresas o deudas bancarias a precio de saldo y advirtiendo de los peligros que tiene asumir demasiados riegos.

Una dualidad similar se da en los estados. España por ejemplo, mientras exige la aplicación de las estrictas normas regulatorias internacionales sobre la banca tradicional se plantea, como contaba hace no mucho el diario El País, que los fondos de inversión de alto riego puedan dar créditos a las empresas.

Como ya saben quienes leyeron a Robert Louis Stevenson en El doctor Jekyll y Mr. Hyde, la asunción de excesivos riesgos sin el control necesario del experimento no tiene precisamente un final feliz. En este caso, conviene recordar que nuestro experimento es nada menos que un sistema financiero sin supervisión casi tan grande como toda la economía controlada del planeta.

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