¿Se me ha dilatado el estómago tras los atracones navideños?

Comida navideña

Jordi Sabaté

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Seguramente muchos de nosotros hemos abusado un poco, o mucho, de los manjares tanto en Nochebuena como en Navidad y Nochevieja. De este modo, es muy posible que hayamos notado que durante estas fiestas nuestra capacidad de comer sin sentirnos llenos ha aumentado progresivamente.

Para la mayoría de las personas, este aumento de la capacidad se debe, o así lo creen, a una distensión del estómago, el cual a base de llenar el buche se ha ido dilatando, haciendo así sitio a más y más comida.

¿Es esto cierto? Y del mismo modo: ¿es cierto que cuando nos acostumbramos a comer menos el estómago reduce poco a poco su tamaño y cabe menos alimento en él? En cierto modo parece lógico, el estómago es un músculo adaptable en volumen y la sensación que tenemos después de una comilona es de que va a reventar...

No obstante, dicha sensación que atribuimos al exceso de comida no tiene en realidad un reflejo físico en una gran presión sobre las paredes del estómago. Ni tampoco cuando creemos que nos cabe más comida es porque hayamos dilatado nuestro estómago.

De hecho, el estómago de todos los adultos tiene un tamaño y capacidad muy parecidos, no importa que la persona sea obesa o delgada. Además se trata de un músculo muy elástico, capaz de dilatarse bastante y volver en poco tiempo a su tamaño original de reposo: uno o dos litros.

Las sensaciones de hartazgo, incluso de imposibilidad de tragar más y de náusea son eso: sensaciones. Dicho esto, hay que reconocer que son apropiadas y necesarias para conocer cuándo hemos comido lo suficiente y debemos parar, o bien cuándo necesitamos/podemos comer más.

Sobre este último aspecto conviene recordar que nuestros antepasados eran cazadores recolectores, que nunca sabían cuándo volverían a ver comida y por tanto convenía hacer el máximo posible de reservas. Nuestro cuerpo, por tanto, está diseñado para atender a esta circunstancia por mucho que hayamos evolucionado culturalmente.

Sensaciones químicas

Pero, ¿qué provoca estas sensaciones de saciedad, hartazgo o por el contrario de querer comer más? Los responsables son un conjunto de mensajeros químicos, es decir hormonas que actúan según la cantidad de alimento en el cuerpo y el torrente sanguíneo y avisan al cerebro de cuándo hay que parar o bien cuánto toca comer.

Según la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular, destaca entre todas la grelina, secretada por el estómago cuando está vacío. No es la responsable directa de la sensación de hambre, sino que lo son dos hormonas secretadas por el hipotálamo: NPY y AgRP, que se activan en el cerebro por la presencia de grelina. 

Estas dos hormonas sí son las responsables de crear la sensación de hambre y neutralizar a las hormonas que nos dan la percepción de estar saciados.

Una vez entra el alimento, el estómago se contrae para enviar hacia el intestino lo ingerido y dejar paso a más comida. Es cuando hemos comido suficiente, o cuando nuestro cuerpo lo juzga así, cuando se detiene la secreción de grelina.

Para decidir que hemos comido suficiente, explicado de un modo muy simplificado, un par de hormonas, GIP y GLP-1, se encargan de estimular la producción de insulina.Cuando esta llega a niveles altos estables en el torrente sanguíneo, porque las células están saturadas de la energía aportada por el alimento, otras hormonas, como por ejemplo la leptina, intervienen para que la grelina y el neuropéptido NPY dejen de secretarse y se cree una sensación de saciedad.

Adaptación a las circunstancias

Entre otras muchas están la hormona CKK y el péptido YY, que nos producirán la sensación de hartazgo y de estómago lleno. Pero ocurre que la actuación de este grupo de hormonas, y muchas otras que también intervienen, puede modularse si nos acostumbramos a comer mucho o más bien poco.

Es el modo en que el cuerpo interpreta que tal vez necesitemos comer mucho por una circunstancia adversa, o bien que precisemos comer menos, ya sea porque nos vamos a mover menos o porque tenemos más alimento disponible a nuestro alrededor.

Así, sucede que las personas obesas segregan menos grelina que las delgadas, lo que nos induciría a pensar que tienen menos hambre. Y así es; lo que ocurre es que luego los hábitos con determinadas sustancias, como el azúcar, alteran su equilibrio hormonal y les juegan una mala pasada con el hambre a deshoras.

Una posible lectura de nuestro cuerpo es: si solemos comer mucho es que tenemos más reservas, pero si somos de comer pocas cantidades, tal vez necesitemos comer más a menudo y con mayor urgencia.

No obstante, el cuerpo, a través del cerebro, se acostumbra a nuestro ritmo de comer y si comemos progresivamente más y más, la secreción de leptina y la intervención de hormonas como la CKK y el péptido YY tardará más en aparecer.

Por otro lado, si nos acostumbramos a comer pocas cantidades, el cuerpo detendrá antes la secreción de grelina, entrarán en acción la leptina, la CKK y el péptido YY y tendremos la sensación de que el estómago se nos ha hecho pequeño y ya no nos cabe más comida. Pero es solo una sensación.

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