Artificieros de la Guerra Civil en pleno siglo XXI: la Ertzaintza localiza un centenar de explosivos antiguos cada año

No es infrecuente que los artificieros de la Policía de Berlín evacúen puntos de la ciudad por la aparición de un explosivo de la II Guerra Mundial en sus calles. La capital alemana, algunas de cuyas estaciones de metro eran antiguos búnkeres y que ha reconvertido en parques viejos centros de operaciones, esconde todavía miles de bombas bien por haber sido fabricadas o almacenadas allí o bien porque fue el escenario de la gran batalla para la caída de Hitler. En Euskadi estos operativos son menos conocidos, pero tras la desaparición de ETA ocupan buena parte de los esfuerzos de la Unidad de Desactivación de Explosivos de la Ertzaintza, conocida por sus siglas UDE. Cada año llega una media de un centenar de avisos por la aparición de granadas, obuses u otros artefactos, principalmente de la Guerra Civil aunque también en contadas ocasiones de las carlistadas.

La UDE está acantonada en la base de Iurreta. Tras una puerta de madera clara en la que se lee “Museo”, este grupo guarda por motivos históricos y de formación cientos de esos objetos. Hay también incautaciones de artefactos de ETA y explosivos más modernos que asustan por su letalidad, pero el grueso del material data de entre 1936 y 1939. Tras la cristalera del museo se ve Urkiola y otras montañas, las mismas en las que aparecieron en abril de 1937 los Heinkel 51, Heinkel 111, Junker 52, Dornier 17 y Messerschimdt 109 alemanes y los Fiat CR 32 italianos con bombas de 10, 50, 250 y 500 kilogramos y artefactos incendiarios de 1 a 4 kilogramos. Los aparatos más ágiles podían volar a 350 kilómetros por hora con una carga de tonelada y media de explosivos y masacraron la zona, incluidas las localidades de Durango y Gernika. Algunas de las bombas que no reventaron están ahora en la sala, como también granadas o morteros.

Los responsables de la UDE reciben a elDiario.es/Euskadi mientras ultiman un informe de un operativo llevado a cabo 24 horas antes en Galdakao. En la localidad vizcaína, un operario de una obra se topó con un obús. La Policía tuvo que acordonar la zona, cortar el tráfico rodado y ferroviario y enviar a la UDE para detonar el artefacto. Desde entonces ha aparecido también otra bomba de aviación en aguas de Pasaia, aunque en este caso gestionaron el incidente la Guardia Civil y el Ejército.

 “Nuestro procedimiento nunca es desactivar. Es destruir. Porque [esos explosivos] no están hechos para ser manipulados”, explica el jefe de instructores de la UDE, un grupo de medio centenar de agentes en continua formación para atender los riesgos del pasado más oscuro pero también las incertidumbres que esconden en el futuro las siglas NRBQ (defensa Nuclear, Radiológica, Biológica y Química). “Nuestra máxima es no mover, no tocar. Si podemos destruirlo 'in situ', pues lo intentamos. Igual hasta tenemos que traer sacos terreros o cavar una zanja. Si no se puede, habría que trasladarlo o bien a un lugar seguro o bien a nuestras campas de entrenamiento, en Berrozi. Pero el traslado no está exento de riesgos”, explica el agente.

La unidad cuenta con robots para manipular el escenario a distancia y el uniforme es un traje pesadísimo que parece de astronauta. Todo ello vale cientos de miles de euros. “Cuando empezó la Ertzaintza, teníamos trajes que pesaban en torno a 50 kilos. Ahora están en 36…”, explican quienes los portan. Pero no es un salvoconducto en caso de explosión: “La onda física no la para ningún traje. Es una protección antifragmentación. Tiene ciertas dificultades, porque impide muchos movimientos. Limita mucho. Además, las manos y los pies no van protegidos porque, de lo contrario, no se podría hacer nada”. ¿Riesgo? “Nuestro trabajo es explosionar bombas. No hemos tenido nunca un accidente, pero el uno entre un millón ahí está…”.

Hay hallazgos casuales, como el de la obra de Galdakao, y otros que no lo son tanto. “La playa de Laida, por ejemplo, era una zona de pruebas de las empresas que fabricaban morteros en Gernika. Tiraban algunas carcasas. Hay gente que a lo mejor está buscando en las playas cadenas de oro con detectores de metales y les aparece un mortero o una bomba”, apuntan. Cuando las mareas son muy bajas, el pasado suele aflorar. También hay llamadas de avistamientos en el monte. “Allí la justificación de ir a buscar cadenas de oro o monedas ya no es tan creíble”, bromea el mando de la UDE, que recuerda que esos detectores “están prohibidos” y que buscar este tipo de objetos “podría ser hasta letal”.

Otro problema son los coleccionistas. En 2009, en Eibar, un hombre fue descubierto “con la friolera de 300 artefactos”. En 2014, otro coleccionista de Muskiz tuvo un accidente manipulando las piezas y “le reventó una pierna”. “El mero hecho de tener piezas –no tienen por qué estar cargadas- que hayan constituido un artefacto de guerra es un ilícito penal. Es cierto que, cuando se acude a la Justicia, el castigo no es muy grande siempre y cuando no cause daños a terceros porque bastante castigo ha tenido el pobre ya. Suelen entender que el castigo que se ha llevado ya de forma incidental [al perder una pierna, por ejemplo] es más que suficiente como para encima tener que ir también a la cárcel”. ¿Qué tenía en su poder? “En total, fueron casi medio millar los artefactos de diferente tipo que los artificieros de la Ertzaintza retiraron del inmueble. La mitad de ellos, aproximadamente, con su carga explosiva intacta. Una vez clasificado el arsenal, se contabilizaron 345 proyectiles de artillería, 100 de mortero, 40 granadas de mano, 5 bombas de aviación, 6 proyectiles antiaéreos, espoletas, cartuchos de fusil, etc.”, fue el parte oficial redactado tras la operación.

 “Se equivoca un poco el interés histórico con la posible tenencia”, advierten desde la Ertzaintza. Y cuidado con la limpieza de estos artefactos para darles más lustre: “Hay granadas en las que la propia envoltura es el incendiario. Toda está construida sobre magnesio y aleaciones de metales. La bomba entera es incendiaria, de principio a fin. Alcanzaban los 2.000 grados de temperatura. El año pasado apareció una de esas. Como está cubierta de barro u oxidada, empiezas a lijarla y puedes estar lijando el compuesto incendiario”, explica. Tampoco es baladí el riesgo de guardar estos objetos en casetas o garajes. ¿Y si hay un incendio fortuito?

En Euskadi, como en Berlín, hay dos tipos de explosivos. Por un lado, están los que se fabricaban, productos autóctonos como los de Astra, en Gernika. Por otro lado, están los que ambos bandos emplearon durante la Guerra Civil. El catálogo es amplio y está hecho. En él se recogen los hallazgos incluso con coordenadas geográficas de su emplazamiento y con el año de fabricación. Habitualmente, las zonas en las que se movió el frente son los puntos críticos. En Laguardia, en la Rioja Alavesa, difícilmente habrá el mismo material que en Legutio, donde se libró la única ofensiva del Ejército vasco y republicano contra las tropas franquistas, la batalla de Villarreal. Las granadas, por ejemplo, son “de muchos modelos” y orígenes. Algunas son de la tierra y otras vinieron de Francia, de Polonia o de Italia. Hay un modelo en particular que era más peligroso para quien lo manejaba que para el enemigo.

La visita se acaba. Toca completar el informe de Galdakao. En el museo hay decenas de tomos de tapa dura de color azul oscuro con documentos similares. El del coleccionista herido es Muskiz es denso y largo y constituye casi un tratado sobre armas. “No dejan de ser bombas y no deberían acabar en un museo. Se construyeron para detonar”, lanza como moraleja el responsable de la UDE.

elDiario.es/Euskadi

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