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Este blog pretende ser la primera ventana a la publicación de los futuros periodistas que ahora se están formando en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la UPV/EHU. Son las historias que los propios estudiantes de periodismo proponen a nuestros lectores.

Contra(di)cciones durante el parto

Los hospitales públicos de Huelva atienden 689 partos, 13 múltiples, durante la pandemia

Beatriz Olaizola Zárraga

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Ese día, Inés lloró.

Se quedó embarazada sin problemas, pero a las pocas semanas empezó a sangrar. Sabía que sangrar tan pronto no era buena señal y fue al servicio Urgencias del Hospital de Cruces. En la sala de espera solo pensaba una cosa: “No quiero entrar sola”. Escuchó su nombre y entró, sola. “Ya verás luego a tu marido”, le dijeron. Se desvistió y se tumbó en la camilla, boca arriba, con las piernas abiertas. La ecografía determinaría lo que Inés ya sabía: latido, bebé vivo; sin latido, bebé muerto. En la sala de control había otras tres mujeres, matronas, no la miraban. Inés lloraba. Hablaban de la infección de orina de una y del coche nuevo de otra. De pronto, se lo dijeron: “No hemos encontrado latido, probablemente sea un aborto”. Y ya está. Ese día, en la camilla, boca arriba, con las piernas abiertas, Inés lloró.

Inés, ahora madre de dos niños, es la coordinadora en Bilbao de la Asociación El Parto es Nuestro y define su experiencia como un caso de violencia obstétrica: “Lo que me pasó a mí no es anecdótico, es una práctica normal, significa que es algo estructural y que se da a nivel institucional, no es un hecho aislado”. Gotzone Ureaga, secretaria de la Asociación de Matronas de Euskadi (AME-EEE), coincide con Inés y define la violencia obstétrica como aquella que ejerce el personal sanitario sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, “especialmente durante el parto”. Desde 2003, El Parto es Nuestro denuncia que las cesáreas programadas sin motivo médico, las episiotomías de rutina - un corte en la vagina de la mujer para facilitar la salida del bebé -, el suministro de sustancias para acelerar el parto, la intervención sin consentimiento de la madre, la deshumanización (aquí se incluye Inés) y el desprecio son ejemplos de violencia obstétrica. En 2018, la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO) emitió un comunicado en el que calificaba el término violencia obstétrica como “moralmente inadecuado”.

Txanton Martínez, presidente de la SEGO, lo reitera en 2020: “Es un término peyorativo, habla mal de la atención obstétrica en general, implica que el ginecólogo y la matrona hacen daño voluntariamente, eso es muy grave”.

Datos y amparo legal

Para la SEGO también es grave la sentencia de Naciones Unidas, publicada el 28 de febrero de 2020, que condena a España a indemnizar a una mujer, Sandra, por la violencia obstétrica sufrida hace diez años durante el parto, y que califica este tipo de casos como “una forma de violencia de género”. No es la primera vez que la ONU vincula ambas violencias. En julio de 2019, el Comité de Naciones Unidas para la eliminación de la discriminación contra la mujer (CEDAW) publicó en la Asamblea General el primer informe que reconocía la obstétrica como “violencia normalizada contra las mujeres”. Cuatro son los casos españoles, incluido el de la sentencia, los que han llegado hasta las Naciones Unidas, y Francisca Fernández es la abogada encargada de todos ellos: “Esta sentencia es importantísima, consagra una realidad”. Francisca está especializada en negligencias médicas y matiza que la violencia durante el parto trasciende a la mala praxis. “No es un error ni una falta de pericia”, apunta, “en España se siguen aplicando procedimientos a las mujeres contrarios a toda evidencia científica”.

Francisca se refiere al alto contraste entre las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los datos nacionales en prácticas como la cesárea o la episiotomía (corte vaginal). Según el Instituto Nacional de Estadística, el 26,2 % de los partos de 2018 fueron por cesárea, en 2016, el 24, 6%. La OMS recomienda, apelando a que la medicalización del parto debe ser la excepción, que no superen el 15 % del total. Con las episiotomías es similar. La OMS publicó en 2015 un extenso documento donde no recomendaba el “uso de la episiotomía de rutina en partos vaginales espontáneos” (aquellos que se dan sin complicaciones). Un año después, el Hospital Clínico de la Universidad murciana de Arrixaca publicó un estudio, con 10.630 mujeres, que determinaba que el 36,5 % de los partos ese año había incluido episiotomía.

Txanton, quien atiende partos semanalmente en el Hospital de Cruces, considera que los datos no responden a una violencia ejercida de forma generalizada: “Los obstetras que trabajamos en hospitales estamos a favor de un parto totalmente espontáneo, sin instrumentalizar y respetando la voluntad de la madre”. Cuenta que en Cruces se dan 4.500 partos al año, que las mujeres paren “como ellas quieren”, pero que la concepción del parto como algo maravilloso no siempre es tal. “El parto se puede complicar y la matrona o el obstetra se verán obligados a hacer cosas que parecen antinaturales, pero eso no es violencia”. La tasa de mortalidad materna en España, según la SEGO, es de 7-8 por cada 100.000 nacimientos. Txanton recalca que “violencia” es una forma muy peligrosa de llamarlo.

Escala de grises

Iliana Paris es psicóloga, trabaja en el Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal y entiende que los ginecólogos - o ginecólogas - puedan sentirse “muy ofendidos” con el término violencia obstétrica. Explica que ellos han jurado no dañar (primun non nocere), pero que “no es un daño intencional y no son personas malvadas, el sistema les hace entrar en un bucle de atención, de prisas y de pacientes que solo son números”. Inés está de acuerdo y no considera que lo hagan “a mala fe”. Francisca y Claudia Pariente, portavoz de El Parto es Nuestro, no confían en esta “aparente” ignorancia y califican de “imperdonable” que los profesionales no se actualicen ante los datos y la evidencia, creen que es “una excusa para seguir ejerciendo poder sobre el cuerpo de la mujer”. Para Iliana, los actos de deshumanización contra las mujeres en el parto se deben a que la salud mental perinatal es “la gran ausente” en la vida reproductiva de las mujeres: “La manera en que nacemos y la manera en que parimos define mucho como va a ser el después”. Habla del “mito de la maternidad” y de cómo la medicina también ha sido un “mecanismo de control sobre el cuerpo femenino”. Claudia lo describe como la idea errónea de que embarazo es igual a enfermedad y de que la mujer es un “objeto y no un sujeto de derecho”. Para Inés, todo esto es inculcado: “Es habitual hacernos creer que durante el parto hay mucha más peligrosidad y urgencia de la que en realidad se da”.

Las cuatro mujeres coinciden en que hay dos elementos clave que dificultan la lucha contra violencia obstétrica: la falta de repercusión de los protocolos del Ministerio de Sanidad y la falta de profesionales de ginecología y obstetricia. Lo primero refiere a la Guía de Práctica Clínica sobre la Atención al Parto Normal, publicada en 2010 y en constante actualización. “Es un documento completísimo”, dice Francisca, “pero su difusión es mínima y no se aplica, ¿por qué?”. Txanton defiende que tanto en la SEGO como en su hospital siguen las directrices de la guía: “Yo recomiendo siempre que se utilicen las técnicas indicadas en los protocolos y que además se las expliquen a las mujeres”. Lo segundo - la falta de profesionales - es fundamental para Inés: “Si una misma matrona tiene que atender más de un parto a la vez, la atención no va a ser de calidad y van a querer acabarlo cuánto antes”.

Es un problema que denuncian desde el Sindicato de Enfermería Satse, que contabilizó, en 2018, 8.531 matronas en España, una por cada 10.000 habitantes. Según en INE, ese mismo año se atendieron 372.777 partos, unos 1.020 al día. “Necesitamos mejores condiciones”, se queja Gotzone, matrona y miembro de la AME-EEE, “más profesionales es igual a más tiempo por paciente”.

Inducir o no inducir

“Al final, los partos acaban siendo inducidos o intervenidos [habla de cesáreas programadas] por una necesidad de gestionar todo el trabajo y no se respeta el proceso fisiológico - normal - de la madre”, explica Inés. La inducción al parto, que implica suministrar hormonas que aceleren el proceso, y los partos programados son dos de las cuestiones más denunciadas por El Parto es Nuestro y otras asociaciones contra la violencia obstétrica. Los datos mas recientes son los de 2015: ese año el 20 % de los partos en España fueron inducidos, según el Informe de la Estrategia de Atención al Parto Normal.

En 2018, la asociación catalana DonaLlum publicó el informe 'Nacer en Horario Laboral', donde comparaban qué días del año nacieron más niños o niñas, primero en 1985 y después en 2015. Los resultados determinaron que, en 2015, festivos, navidades, semana santa y fines de semana fueron los días en los que menos partos se atendieron. Desde DonaLlum, Inés comparte esta reflexión, denuncian que la inducción responde a intereses personales de los ginecólogos. “Es totalmente incierto”, Txanton es tajante, “inducimos todos los días de la semana, y es verdad que hay más partos programados por la mañana y entre semana, pero porque está el equipo al completo”. Él afirma que la programación de los partos responde a una cuestión de infraestructuras y que se organiza así para “ofrecer la mejor asistencia a las madres, no por comodidad, no se puede generalizar”. Iliana duda y cree que las razones por las que se inducen tantos partos son “oscuras, opacas” y que no se informa a las madres, sobre todo primerizas, de los riesgos, ni se interesan por las secuelas de un parto programado. “Las mujeres primerizas no saben lo que implica”, dice, “a muchas, después del parto, les invade una sensación de fracaso, de que el momento les fue robado”.

Secuelas

Gotzone matiza que la violencia obstétrica no dura lo que dura el parto, “puede extenderse a diferentes momentos vitales de la mujer”. Iliana ha visto en muchas mujeres la dificultad para establecer el vínculo con el bebé, no sentir nada hacia él o, en los casos más graves, rechazarlo. Esto se debe a que los actos violentos o no informados pueden convertir la experiencia de parto en un evento traumático para la mujer, pero es muy complicado determinar qué es violento y qué no para cada madre. “La percepción personal y la subjetividad son clave”, recuerda Iliana, “lo que está claro es que cualquier actuación sobre la mujer durante el parto puede ser vivida como un acto violento si no se le informa o si se le ignora”.

Ignorada. Así se sintió Inés el día que perdió a su bebé en la sala de control, tumbada, boca arriba, con las piernas abiertas.

Ese día, Inés lloró.

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