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Gaza

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Gaza no nos despierta de la siesta. Nada de lo que ocurre en la franja Palestina de Gaza nos despierta de la larga siesta en la que estamos inmersos. La historia corre mientras nosotros dormimos una larga siesta en nuestro paraíso occidental. Los criminales, los asesinos, los psicópatas, se están instalando en los puestos de poder de nuestras amenazadas democracias occidentales mientras nosotros continuamos durmiendo la siesta acunados por una melodía metálica de pantallas permanentemente encendidas. La historia nos enseña, pero es bien sabido que nunca se aprende nada cuando se está dormido.

El mundo nos ha cansado. Hermoso y horroroso a la vez, el mundo, con su maniática repetición de horrores, de estupideces, de desastres, parece ser que nos ha agotado hasta conseguir adormecernos. De modo que para desentendernos de tanta calamidad continuamos durmiendo la siesta sin mover un músculo; sin salir a las calles para protestar por las barbaries que se cometen a diario con la población gazaiti, sin abrir siquiera los ojos para que quienes amenazan nuestras libertades perciban que no estamos totalmente dormidos, sin hacer nada; ni siquiera intentar una multitudinaria huelga general para que nuestros gobiernos occidentales tomen la determinación de, cuando menos, asfixiar económicamente al Estado genocida de Israel.

Tal vez todo se deba a que hemos terminado renunciando a nosotros mismos para dormir en el sueño virtual que nos han vendido: los asesinados, los derrotados, los masacrados, todos los pobres desgraciados que comparten nuestro breve tiempo histórico, no tienen cabida en nuestro sueño virtual de personas que disfrutan de fines de semana veraniegos en lujosos restaurantes mientras muestran constantemente en las narcisistas redes sociales los cuerpos gloriosos de la adolescencia moldeados por la cirugía, las playas paradisíacas que decoran el mejor verano de sus vidas, las últimas frases motivadoras con las que se desayunan y los barcos que se deslizan por un mar sin más horizonte que una felicidad de plástico promovida por influencers estúpidos, youtubers analfabetos y demás charlatanes.

Nada nos despierta de la siesta virtual en la que estamos inmersos. Nada. Ni el fascismo que se ha incrustado en nuestra vida cotidiana ni las múltiples imágenes que contemplamos en nuestras múltiples pantallas de los niños que diariamente mueren de hambre en la franja de Gaza. Nada. Tal vez cuando despertemos de nuestro sueño virtual, si es que despertamos, comprobemos que no es el dinosaurio de Augusto Monterroso el que todavía está ahí, sino el horror que viene a buscarnos.