Así llegó el coronavirus a Euskadi hace un año: “¿Hay posibilidad de error?” “No, es positivo”

Es viernes, 28 de febrero de 2020. La prensa digital recoge noticias de la situación en Italia tras la llegada de un nuevo coronavirus, pero Fernando Simón insiste en que la situación en España está “bajo control”. Euskadi discute sobre la reciente catástrofe natural en Zaldibar y la inminente celebración de elecciones autonómicas. Pero todo cambia por la tarde. Anochece en Vitoria y, en un despacho en la sede del Gobierno vasco en el barrio de Lakua, la entonces consejera de Salud, Nekane Murga (Bilbao, 1963), recibe un aviso: hay un caso sospechoso de coronavirus en el hospital de Txagorritxu. “Entre Lakua y Txago no hay distancia. En 10 minutos estaba allí”, cuenta a elDiario.es/Euskadi un año después Murga, desde septiembre alejada de la política.

Aunque ahora existe todo un engranaje en los laboratorios de los servicios de salud del mundo entero para hacer cientos o miles de pruebas diagnósticas cada día, por aquel entonces el proceso era más lento y manual. Aunque la técnica era una PCR, primero se analizaba un gen de la muestra y, si daba positivo, se miraban otros tres. Murga llegó al laboratorio entre el análisis y el contranálisis. Ya antes había estado en un trance similar, en Cruces, y se descartó el contagio de un joven. Pero en esta ocasión era diferente.

“¿Hay posibilidad de error?”, preguntó a los responsables nada más llegar. “No, es positivo”, le admitieron. No por esperada, la confirmación del positivo en Sars-Cov-2 en la segunda prueba fue menos jarro de agua fría para todos ellos. “Aquel fue el momento en que te das cuenta de que tienes que llevar a la práctica todos los escenarios e hipótesis que se habían hecho”, explica Murga, cardióloga de profesión y que llevaba menos de un año en el cargo, al que accedió tras la dimisión de Jon Darpón por la polémica en torno a las filtraciones de exámenes en las oposiciones médicas de 2018. Tras las elecciones, Gotzone Sagardui asumió su puesto.

Al mismo tiempo, se confirmaba otro caso en Gipuzkoa, el de una joven. “Pero no era lo mismo. Aquél era más fácil. Sabíamos que venía de Italia. En Txago era una profesional y nos dimos cuenta al instante de que, en un día de consulta, podría haber estado con 15 ó 20 personas, que en planta habría visitado a otras 15, que en una sesión clínica habría estado con otro montón y que había participado en una comisión de tumores”, recuerda la consejera sobre aquella noche. En efecto, la internista había estado varios días trabajando y en contacto con colegas y pacientes hasta que cogió la baja. El coronavirus no solamente había llegado sino que se había colado en el principal hospital de Vitoria y uno de los que habían sido designados como centros de referencia para los pocos casos que se estimaba gestionar.

La doctora, en efecto, había estado trabajando con síntomas. Pero su neumonía atípica no implicaba entonces la activación del protocolo contra la COVID-19 al no haber viajado a zonas de riesgo como Hubei, la provincia china cuya capital es Wuhan. Fue un ajuste en el protocolo lo que llevó a esta sanitaria a comunicar su estado de salud y cogerse la baja. Sus compañeros pidieron una toma de muestras. Antes de conocerse el resultado, el runrún ya se había desatado en el hospital. El entonces gerente, Jesús Larrañaga, pidió en una reunión con los sindicatos que no se generara alarma, según cuentan fuentes conocedoras de aquella cita. Algunos pocos profesionales que habían optado por protegerse con mascarillas fueron invitados a quitársela para no atemorizar a la población.

Aquel viernes se convirtió en sábado en el centro de mandos de Txagorritxu. Se empezaron a hacer listados de contactos de la paciente cero, a crear mesas de crisis y a preparar equipos para la toma de muestras en tiempo récord. Algunas personas ingresadas fueron aisladas en habitaciones individuales. “Entonces tardábamos seis o siete horas en tener los resultados de las pruebas”, apunta Murga. En Osakidetza los había que creían que este virus se iba a quedar en un brote aislado, sin mayor importancia. Los más de 150.000 positivos totales no cabrían en las gradas de todos los estadios de fútbol de Primera División de Euskadi. “Evidentemente nos encontramos con el peor de los escenarios posibles”, asume doce meses después la exresponsable de la Sanidad vasca.

A la mañana siguiente, aprovechando el día extra de los años bisiestos, Murga ofreció una rueda de prensa en Bilbao para comunicar oficialmente lo que ya había saltado a los medios de comunicación horas antes: ya estaba aquí. Luego regresó a Txagorritxu. Loli Ruipérez, celadora de Urgencias, se contagió también y pasó una larga estancia en la UCI. Su recuperación fue una inyección de moral para la plantilla del hospital en pleno confinamiento. El vídeo del momento se hizo viral. Al recibir el alta, contó a este periódico cómo fueron aquellos días: “Recuerdo ese primer fin de semana. Llegamos a trabajar y estaba todo el mundo con las mascarillas. Todos. Los celadores pedimos a las enfermeras que nos dieran una mascarilla ese día y la tuvimos puesta. Pero ya al día siguiente todo el mundo la tenía quitada”. Ella ingresó en la UCI antes del confinamiento y despertó “en otro mundo”.

El domingo, ya 1 de marzo, Murga reunió a los responsables de todos los hospitales para explicarles la situación y adoptar las primeras medidas. “Había quien me decía que era una exagerada”, sostiene Murga, que defiende el haber sido exigente al suspender reuniones y activar algunos cambios organizativos inmediatos. Asegura que ya el lunes 2 de marzo Txagorritxu tenía refuerzos de otros lugares para cubrir las numerosas bajas del personal o contagiado o con sospechas y que habían sido aislados. Ese mismo domingo, en todo caso, Murga también visitó los laboratorios de otro hospital, el Donostia, donde se confirmó el contagio de otro profesional. La consejera, en sus meses al frente de la pandemia, supervisó en primera persona numerosas actuaciones, según cuenta.

“¿Los peores momentos? Había muchos profesionales infectados o contactos estrechos. También el primer fallecimiento, el de aquel hombre de Basauri [4 de marzo], y el de la primera profesional, Encarni [18 de marzo]. Se había estado diciendo que iba a ser de poca gravedad y ves que se lleva personas por delante”, señala Murga. Recuerda también cómo, conforme avanzaba marzo, la ola no paraba de expandirse aunque ella misma, en una rueda de prensa del 17 de ese mes, confió en haber visto una “estabilización” que no fue tal. “Veíamos crecer los casos en UCI de 30 en 30 cada día. Teníamos 150 ingresos en planta. La gente estaba en los gimnasios de los hospitales y hasta en la capilla”, describe. En Txagorritxu, se llegó a reformar en tiempo récord el edificio de consultas externas para meter pacientes con COVID-19. Se vaciaron hoteles y residencias y se dejó a cientos de personas en sus casas. Ahora los informes internos asumen que hasta un 90% de los enfermos no fueron diagnosticados y que la incidencia real habría llegado a 3.000 casos por cada 100.000 habitantes en 14 días, seis veces más que lo que se considera alerta roja.

La exconsejera entiende que el que se considera el “caso cero” quizás no lo sea en realidad. “Es muy complejo saberlo. Es muy probable que hubiera más casos y que el virus estuviera circulando. Fue tan exponencial en 15 días que habría casos de otro origen seguramente”, aventura. Estudios han aludido al 11 de febrero como un momento probable de la llegada del neovirus a Vitoria, una ciudad con vuelo directo con Bérgamo, uno de los puntos más castigados en Italia y en toda Europa. También hubo otro evento contagiador en un funeral en El Salvador, a las afueras de la ciudad, y que propagó el virus a La Rioja, a Extremadura o a Castilla-La Mancha. Un reportaje de 'The Guardian' consideró Vitoria como un 'contagion point' de primer orden en Europa. “Me da la sensación de que las consecuencias de la pandemia se han banalizado. Algo pasa cuando todavía hay personas que son capaces de dudar de los efectos de este virus”, zanja Murga.

Sanitas, la primera residencia con casos: “Nos dedicábamos a contar muertos”

A unos minutos de Txagorritxu, en el barrio de San Martín, la cadena Sanitas había inaugurado menos de un año antes una residencia de mayores. Esteban, un octogenario natural de Amurrio, regresó ese 28 de febrero a su centro tras un ingreso hospitalario. Pronto empeoró y tuvo que regresar a Txagorritxu. El miércoles 3 de marzo se confirmó que tenía coronavirus, el primer positivo en una residencia. El brote se extendió rápidamente en el centro y Esteban falleció al siguiente fin de semana, al igual que otra mujer residente. El 8 de marzo, Sanitas San Martín se convirtió en la primera residencia de España en cuarentena y acumulaba entonces 26 positivos. Diez comunidades autónomas registraban entonces menos contagios totales que aquel lugar.

José Emilio, sobrino de una de las internas, describe aquellos días como “caóticos” y de “incertidumbre”. Nadie descolgaba el teléfono 900 20 30 50 habilitado por Osakidetza para informar sobre el nuevo coronavirus, Sanitas se encontró gestionando algo desconocido sin un plan muy definido y la Diputación, que gestiona la red asistencial en Álava y que tiene plazas concertadas allí, “no hizo nada con las quejas”. “No teníamos noticias de nuestros seres queridos”, lamenta este familiar. La cuarentena “se comunicó con un papel en la puerta” de la residencia y los días siguientes fueron una sucesión de malas noticias en forma de nuevos contagios y fallecimientos. “Nos dedicábamos a contar muertos”, recuerda con tristeza José Emilio, que conserva una cronología de lo ocurrido en un cuaderno.

El foco alcanzó los 69 positivos y 19 de ellos murieron. Otras residencias vascas, a lo largo de la pandemia, han acumulado más decesos, como Iturbide, en Arrasate-Mondragon, que llegó a 26. En Bizkaia, el primer contagio fue en Birjinetxe, en Bilbao, que luego pasaría a ser centro de referencia para aislar a cientos de positivos de otros recursos. En Gipuzkoa, la primera afectada fue Iurreamendi de Tolosa, aunque el primer deceso se dio en Zarautz, en Santa Ana.

“Es necesario reconocer cómo se expusieron los trabajadores. También la médica, que se quedó con ellos en la cuarentena. Y el personal de ambulancias, que tantos traslados hizo. En Sanitas fueron primerizos en hacer frente a algo difícil de controlar”, señala José Emilio. Ahora que la vacuna ha reducido al mínimo la incidencia en las residencias, es tiempo de balances y en Euskadi 1.052 mayores han perdido la vida en estos centros, además de un trabajador. El total de muertos –hasta el 21 de febrero- era de 3.797 y en este año ha habido cuatro períodos de “exceso de mortalidad”. El de primavera ha sido el peor desde que existen datos, desde 1975.

En aquellos días, no solamente Txagorritxu fue un punto crítico, aunque Fernando Simón lo llamara “Intxaurrondo”. El Ministerio de Sanidad alertaba de los problemas de “transmisión comunitaria” en otras dos ciudades. Una era Madrid… y la otra era Labastida. Más que ciudad, esta localidad de 1.500 habitantes en la Rioja Alavesa es un pueblo. En este aniversario del coronavirus, luce una tasa de incidencia de cero casos. Pero sus colegios fueron de los primeros en cerrar. Su alcaldesa, Laura Pérez Borinaga, ahora también parlamentaria vasca por el PNV, asegura que temió por la imagen del pueblo, que vive en buena medida del turismo y del vino. “Se nos puso en el foco y había cierta indignación, sí. Recuerdo que los hosteleros solamente estaban pensando en salvar el puente de San José, que era el 19 de marzo”, cuenta la regidora. En el pueblo cuatro personas han muerto con COVID-19 en un año y los positivos han sido 124, pero hubo un verano “tranquilo” e incluso con muchos visitantes. En enero volvió la alerta roja con “21 casos en una semana”, pero se superó, cuenta la alcaldesa de Labastida.

Euskadi llega al aniversario de la COVID-19 con 158.708 positivos pero también con 46.556 personas inmunizadas con una vacuna para una enfermedad que hace unos meses ni existía. La incertidumbre en esta fase de la pandemia es la aparición de nuevas variantes que se van abriendo paso. La denominada VUI 2020/12/01, secuenciada en origen en el Reino Unido, ya supone el 40% de los nuevos contagios. 123 pelean por su vida en la UCI y, en silencio, las sirenas de las ambulancias se siguen escuchando con más frecuencia de la normal.

P.D.: No traten de contrastar estos datos con las estadísticas oficiales. Si buscan en el Excel facilitado por Osakidetza (accesible aquí) comprobarán que el primer positivo en Euskadi se produjo varios días después del 28 de febrero. Aparentemente, ocurrió el 1 de marzo y fue el de un hombre de 70 a 79 años. ¿Y la doctora de Txagorritxu? ¿Y la joven guipuzcoana? ¿Y el sanitario donostiarra? El exviceconsejero de Salud, Iñaki Berraondo, llegó a admitir en el Parlamento en diciembre estas peculiaridades de la estadística. “Esto es algo que ha quedado en el sistema de información y nosotros lo recogemos así, aunque sabemos por experiencia propia que fue el 28 de febrero. Son desajustes del sistema de información”, se excusó Berraondo. Su sucesor, José Luis Quintas, manifestó en el mismo foro hace unas semanas que “Osakidetza no sabe los fallecidos por COVID-19”. “Son estimaciones: nunca esperen concordancias de datos”, abundó. En un año tampoco existe un registro fehaciente de los casos activos en cada momento: las cifras que a veces se han difundido también eran “estimaciones”.

En nuestros especiales interactivos, se pueden consultar todos los datos sobre la evolución de la pandemia en Euskadi, sobre los positivos y fallecidos en todas y cada una de las residencias de Álava, Bizkaia y Gipuzkoa y el avance día a día de la campaña de vacunación

elDiario.es/Euskadi

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