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Las máscaras ancestrales del Entroido gallego despiden el invierno

La Baixada da Marela en Maceda (Ourense)

Daniel Salgado

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En la foto que encabeza esta información es sábado por la noche en el pequeño pueblo de Maceda, en la comarca de Allariz (Ourense). Por sus calles desciende una especie de tótem cornudo escoltado por personas enmascaradas, también cornudas. A Marela –uno de los nombres en Galicia más común para bautizar las vacas– baja a la aldea. Fuego, pieles, ramas de árboles, el universo animal y el vegetal. El ritual se repite cada Entroido, el momento más intenso del ciclo de celebraciones que, según algunos antropólogos, despide el invierno en Europa.

Galicia ha conservado, y en ocasiones recuperado, innúmeros festejos, máscaras, trajes, relacionados con el mundo agrario y la vida rural. De origen mestizo, remoto, precristiano. No es exactamente lo mismo que el carnaval, señalan algunos expertos, aunque las coincidencias son notables. Existe continuidad con el noroeste de Castilla y León o con el norte de Portugal. Son tradiciones que sobrevivieron a las convulsiones de la historia, incluso a la dictadura franquista que las prohibió, temerosa, entre otras cosas, de los enmascarados.

Estas imágenes, tomadas a lo largo de los años por el fotógrafo Brais Lorenzo, recogen algunas de las máscaras tradicionales más emblemáticas de la comunidad.

Los felos de Maceda

Antes de que el sábado por la noche A Marela recorra las calles de Maceda, los felos ya han atravesado las aldeas de la cercana sierra de San Mamede. Avanzan en grandes grupos, con cinturones de chocas [cencerros], una piel que recuerda el alma animal, y una máscara semejante a la de los más conocidos peliqueiros de Laza (Ourense) o de los cigarróns de Verín (Ourense). El escritor Emilio Araúxo (Coles, Ourense, 1946), uno de los grandes poetas secretos de la Galicia contemporánea, los ha estudiado a fondo. En tiempos, recuerda alguno de los libros que les ha dedicado, pasaban meses de palleira [pajar] en palleira, viviendo de la generosidad de los vecinos. Incluso algún republicano vistió el traje para sobrevivir a la represión.

Los boteiros de Viana do Bolo

Su aspecto es asombroso. Máscara negra de madera, un descomunal armazón de guirnaldas sobre la cabeza –llega a los siete kilos de peso–, traje colorido con camisa confeccionada con lazos, cencerros alrededor de la cintura. Aparecen por el Entroido en Viana do Bolo (Ourense), un pueblo del oriente gallego cuyo término municipal linda con Zamora. Son los boteiros y se encargan de abrir el paso al folión –fulión en esa zona–, la orquesta de bombo y percusión de metales –sachos, azadas, rastrillos– que anima la montaña durante el Entroido.

Folión en Viana do Bolo

La intensidad del folión es tal que, en la montaña ourensana, su eco retumba de una aldea a otra. Y los tocadores, normalmente los más jóvenes, se dejan la piel. Literalmente. El cuero de los enormes bombos conserva de un año para otro la sangre de los nudillos de los tocadores. Que se esfuerzan por, y consiguen, emitir un impresionante sonido casi de trance, profundo y metálico al mismo tiempo, repetitivo, atronador: la música del Entroido oriental gallego.

Los troteiros de Bande

Por la comarca de A Baixa Limia, esa barriga del contorno de la provincia de Ourense que se interna en Portugal, y en concreto por el Concello de Bande, desfilan los troteiros. Su máscara, recuperada recientemente, es sencilla, apenas un tapete que les cubre la cara y un espejo contra las meigas. Los anuncia el sonido de las chocas en la cintura y, como otras figuras del Entroido gallego, cuentan con el privilegio de la impunidad. O de la autoridad durante ese período. “Venían los de Bande y trotaban por aquí, e iban por el camino de Mariluz y después agarraban y bajaban para abajo y después iban para Lobosandaus”, describe su movimiento perpetuo la señora Placer González en el libro Recordos de Entroido (do Río do Esquecemento), de Emilio Araúxo.

El peliqueiro de Laza

El lunes de Entroido, en Laza (Ourense), sucede la Farrapada. Trozos de tela empapados en barro vuelan de un lado a otro de la plaza del pueblo. Y alrededor los peliqueiros se encargan de mantener el orden. Sin muchos miramientos. Es una de las figuras más populares del Entroido gallego. Su máscara, decorada con motivos animales, es similar a la del felo de Maceda o del cigarrón de Verín. Pero en la parte de atrás cuelga la piel de animal, pelica en galego, que le da nombre.

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