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Historia de la disidencia sexual gallega: del jardinero que protegió a los gays en la dictadura a las Maribolheras Precárias

Imagen de la manifestación del 8 de marzo de 1983, cedida por Nanina Santos para el libro 'A defunción dos sexos' (Xerais, 2022)

Daniel Salgado

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El tránsito convulso, incierto, de la dictadura a la democracia lo vivieron en Vigo. A Paola, Milena, Raquel, Violeta, Gamba y Dalia las unía el trabajo, un espectáculo en la popular sala de fiestas Riomar, en la playa de Samil. Y su condición sexual disidente. “No somos travestis, sino transexuales”, explicaban en un reportaje elaborado por el semanario El Pope. Aquella pieza periodística de 1977, firmada por Fernando Franco, supuso quizás la primera manifestación pública de la existencia de un colectivo transexual en Galicia. La recoge A defunción dos sexos, el ensayo de Daniela Ferrández Pérez cuyo subtítulo es Disidentes sexuais na Galiza contemporánea y que recorre la memoria de quienes, desde finales del siglo XIX, “cuestionaron la norma sexual imperante”.

La crónica de Fernando Franco daba algunos detalles sobre la vida de estas mujeres. Eran emigrantes que se habían sometido a tratamiento hormonal en el extranjero y esperaban una cirugía en países como Holanda, Reino Unido o Suecia. Acababan de regresar a Galicia –Ferrández calcula que en 1976–, optimistas por la situación política. “En cinco o seis años, las cosas cambiarán en España”, afirmaba Dalia Flores unos meses después en otro periódico, El Pueblo Gallego. El caso es que los tiempos, efectivamente, estaban cambiando. Tanto que incluso lo hacían en sectores sociales inésperados. “La policía se está portando muy bien con nosotras. Porque sabe que somos personas que trabajamos”, decían al periodista, “que ni hacemos escándalo ni nos metemos con nadie. En un año no hemos tenido problemas”.

La expectativas no se cumplieron. Daniela Ferrández (Almoradí, Alacant, 1988) explica en su libro como de la victoria de la UCD de Adolfo Suárez y las Cortes constituyentes derivadas de esas primeras elecciones tras la dictadura nació una Constitución, la del 78, “que no incluyó las demandas de los colectivos homosexuales ni garantizó la 'libertad' para las transexuales”. Dos décadas tardaron los movimientos de liberación homosexual en asumir las reivindicaciones de derechos e igualdad de las mujeres trans.

Con la Transición, los primeros colectivos gais militantes o los frentes de liberación homosexual, en tensión pero a la vez con cierto apoyo de la izquierda nacionalista o comunista, comienza la tercera de las tres etapas analizadas en A defunción dos sexos (Xerais, 2022, en gallego), la que va de 1977 a 2017. Las otras dos estudian el período de 1875 a 1936 bajo el título Invertidos na Galiza de hai un século, y la dictadura, con el epígrafe Invertidos e disidentes durante o franquismo en Galiza. “La división es producto de mi formación como historiadora. Para facilitar el estudio. Por supuesto, no es una periodización inamovible”, cuenta Ferrández, quien aduce que antes del golpe fascista del 36 la investigación resulta más difícil. La historia de Elisa y Marcela, pormenorizada por el profesor Narciso de Gabriel y objeto de un polémico filme de Isabel Coixet, es más o menos conocida. No mucho más. Ferrández se detiene en el transformismo, la transigencia del entroido (carnaval gallego) o en la tolerancia popular con lo diferente. “La disidencia sexual ya existía, pero hay que esforzarse para identificarla”, añade.

Es precisamente esa idea de disidencia sexual el eje vertebrador del volumen. Con ella, Ferrández intenta ir más allá de la historia del movimiento LGTBI. “Esta no tendría un recorrido tan largo. Al hablar de disidencia sexual, establezco un hilo conductor entre hechos y realidades diferentes y me aseguro de no caer en anacronismos”, dice, “se trata de estudiar a aquellos sujetos que cuestionaron la norma sexual imperante en su tiempo, sin poner las distintas memorias a competir”. Así, por las páginas de A defunción dos sexos transita la moda del transformismo escénico que, a finales del XIX, causó furor en los salones gallegos de varietés, un análisis de las condenas del Juzgado Especial de Vagos y Maleantes de León –que supervisaba el juez especial Mariano Rajoy Sobredo, padre de Rajoy Brei–, o Maribolheras Precárias, colectivo que ya en los 2000 se apoyaría en las teorías queer para manifestaciones y acciones de calle. También la dignidad, en su día anónima, que explicita conductas de “permisividad y protección” en la ciudadanía, pese al ambiente hostil.

La comunidad y la disidencia sexual

Fue el caso de Ricardo Ramallo, jardinero municipal en A Coruña. En el año de 1944 recibió una notificación del Gobierno Civil según la cual debía abonar 150 pesetas de multa. ¿El delito? “Permitir la comisión de actos inmorales” en los jardines de Méndez Núñez, en el centro de la ciudad. El lugar, asegura Ferrández, forma parte todavía hoy “de los mapas del denominado cruising gallego”. “A Ramallo lo multaron por no denunciar a homosexuales que se encontraban en el jardín”, ahonda, “historias como la suya nos dicen que siempre hubo personas seguras”. Incluso en épocas menesterosas. No fue el único tópico que se le cayó a Ferrández durante la elaboración del libro. “Me sorprendió ver cómo en Galicia, durante el franquismo, no había demasiadas denuncias de familiares o vecinos. En otros lugares del Estado son más abundantes”, afirma, “lo que indica que la comunidad no siempre es negativa para la disidencia sexual. Puede serlo, pero no siempre lo es”.

Eso y el tránsito son dos de las características singulares de la disidencia sexual en Galicia, según ha detectado Ferrández. Y con tránsito se refiere a que muchas de las protagonistas de A defunción dos sexos son “personas que están en tránsito”: de la aldea a la ciudad, del espacio privado al espacio público, o a la emigración y el exilio. Las trans de Samil en Vigo, sí, pero también Teresita, “asignada hombre al nacer a finales del siglo XIX en una familia de la aristocracia urbana”. En 1898 se embarca hacia Buenos Aires, presionada por un entorno que “no aceptaba ni su homosexualidad ni que quisiera vivir como una mujer”. Sus idas y venidas entre Galicia, Argentina, Uruguay y Madrid son constantes. La pista se pierde en 1923. “Solo nos queda de ella su descripción como un hombre que se vestía siempre de mujer, que tenía facciones femeninas y que frecuentaba la Zarzuela acompañada de 'alegres muchachos”, escribe Ferrández. A defunción dos sexos es un libro repleto de vidas e historias, de rebeliones microscópicas y de organización para el cambio colectivo. Las disidentes eran, al fin y al cabo, “las perseguidas y apartadas, relegadas a los márgenes, sancionadas, apresadas durante décadas”.

Daniela Ferrández es historiadora de formación y profesión. Aunque estudiada en Alacant, su tesis la redactó en Galicia, y trataba sobre el clientelismo político. Fue durante su elaboración cuando salió del armario como mujer trans y comenzó a involucrase en el activismo LGTBI. “Sentí la necesidad de pesquisar en el pasado del movimiento. No está tan trabajado, existe un silencio al respecto en Galicia, que tampoco aparece en historias a nivel estatal”, comenta. Una beca de la Deputación da Coruña le proporcionó las condiciones materiales para la investigación de este proyecto, que desarrolló en archivos, hemerotecas, en entrevistas. Y aunque la materia nunca se había tratado de forma tan global como en esta ocasión, siempre sin perder de vista algunos textos pioneros: los de Carlos Callón sobre homosexualidad en la literatura medieval galaico portuguesa, Narciso de Gabriel y la aventura de Elisa y Marcela, o la reconstrucción de los movimientos de liberación homosexual por Antón Lopo.

“Queda claro también en este trabajo”, afirma en el epílogo, “que cuando las disidentes sexuales se organizaron, siempre lo hicieron de un modo transversal, llegando más allá de su propia parcela. El cambio y la conquista de derechos se entendió en colectivo, como parte de la lucha por la democracia, por el feminismo y por la igualdad”. El libro de Ferrández, historiadora preocupada por la transferencia social del conocimiento y la investigación, es además una contribución a la construcción de la memoria democrática. “La memoria democrática, de la que forma parte la memoria de la disidencia sexual, nos beneficia a todos, no solo a la academia”, concluye. La última palabra de A defunción dos sexos la cede a la histórica activista trans y sindicalista Laura Bugalho: “Nosotras estamos en todas las luchas y estamos por todas, pero hay una cosa que para mí es primordial en cualquier lucha y es anterior a todo. La cuestión de clase”.

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