Ramon Llull, el arquitecto del saber que en el siglo XIII sentó las bases de la informática y la inteligencia artificial

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En pleno siglo XIII, bajo el dominio férreo del poder eclesiástico y feudal, un laico mallorquín, obstinado y visionario, rompió moldes; estaba convencido de que la razón y la palabra podían —y debían— reemplazar a la espada como instrumentos de conversión, diálogo y transformación del mundo. Ramon Llull no se limitó a imaginar lo imposible. Tenía un plan muy ambicioso y una voluntad inmune al desaliento. Ese motor inagotable, alimentado por la audacia intelectual de un genio y el fervor espiritual de un santo, impulsó cada paso de una vida extraordinaria.

Su mirada fue radicalmente innovadora, multidisciplinar y sistémica en una época de compartimentos estancos. Combinó teología y lógica, filosofía y ciencia, poesía y mística, convencido de que el conocimiento debía ser un tejido de conexiones y relaciones. Fue de los primeros en comprender que la realidad se explica mejor cuando se cruzan saberes y que el pensamiento solo se expande si combinan disciplinas que otros consideran incompatibles.

“Para Llull, conocer era relacionar, y pensar era combinar”, escribió Umberto Eco, reconociendo en él a uno de los primeros europeos que intentó formalizar el pensamiento humano. Esa concepción relacional del saber atravesó toda su obra y su vida.

'Para Llull, conocer era relacionar, y pensar era combinar', escribió Umberto Eco, reconociendo en él a uno de los primeros europeos que intentó formalizar el pensamiento humano. Esa concepción relacional del saber atravesó toda su obra y su vida

Revolucionó la forma de comunicar. Hacia 1311 dictó su Vita coetanea, una de las primeras autobiografías europeas, convencido de que su vida debía convertirse en mensaje y ejemplo. Transformó su obra en un relato visual y didáctico, enriquecido con diagramas, árboles lógicos y ruedas móviles para explicar ideas complejas a públicos diversos. Su uso de recursos gráficos como herramientas pedagógicas y su diseño de sistemas visuales de conocimiento anticiparon los mapas conceptuales modernos por varios siglos.

Anticipó los principios de la divulgación moderna

Con una claridad insólita para su tiempo, supo adaptar el mensaje a cada interlocutor. Abrió una vía inédita al emplear el catalán como lengua de pensamiento filosófico y científico. En un mundo dominado por el latín, se atrevió a formular cuestiones de lógica, metafísica y teología en una lengua romance y también en árabe. Por primera vez alguien segmentó su audiencia. Escribía en latín para los sabios y universitarios, en árabe para los eruditos musulmanes del Magreb, y en catalán para quienes solo podían acceder al saber en su lengua materna. Así anticipó los principios de la divulgación moderna y la comunicación estratégica adaptada a públicos diversos.

También amplió los límites de los géneros literarios. Mezcló el diálogo filosófico, la novela caballeresca y la alegoría mística para hacer accesibles ideas profundas. Obras como Blanquerna (1283) y El libro de amigo y amado (1290) anticipan el uso de la narrativa como herramienta espiritual. Por su parte, El árbol de la ciencia (1295) representa un temprano modelo de estructuración enciclopédica del saber.

Además, impulsó el aprendizaje de lenguas orientales y elaboró planes de formación para misioneros y mediadores culturales con el convencimiento de que comprender al otro era el primer paso hacia un verdadero encuentro.

Llull impulsó el aprendizaje de lenguas orientales y elaboró planes de formación para misioneros y mediadores culturales con el convencimiento de que comprender al otro era el primer paso hacia un verdadero encuentro

Conjugó también contemplación y lógica. Afirmaba que la experiencia mística debía estructurarse con método, adelantándose así a corrientes de mística racional. Su afirmación de que “Dios está en las relaciones” y su visión de un universo interconectado lo convierten en un precursor de una cosmovisión relacional y ecológica que hoy cobra renovado sentido.

Incluso su legado visual dejó huella más allá de su muerte. Su vida fue narrada en doce viñetas en el Breviculum ex artibus Raimundi Lulli electum (1325), manuscrito ilustrado por su discípulo Thomas Le Myésier, que convirtió su biografía en lo que muchos consideran el primer cómic de la historia.

Un sueño universal basado en la lógica y el amor

Ramon Llull viajó muchísimo, aunque no lo hizo ni por curiosidad ni por negocios. Lo movía una idea mucho más ambiciosa. Sus pasos por París, Roma, Túnez, Nápoles o Montpellier respondían a un propósito distinto. Su objetivo era abrir espacios de diálogo en un Mediterráneo desgarrado por guerras, cruzadas e incomprensión. Convertido en un sabio errante de voluntad incansable, transformó cada itinerario en una misión para fomentar el entendimiento entre culturas y religiones.

Aunque autodidacta, enseñó en la Sorbona de París y debatió con los doctores de la Iglesia en Roma. Buscaba respaldo para su método, el Ars Magna. Se reunió con papas y reyes, estrechó lazos con profesores y comerciantes en Montpellier y Génova, y se atrevió a predicar en Túnez y Bugía, en pleno corazón del islam magrebí. Según Maribel Ripoll, directora de la Cátedra Ramon Llull de la Universitat de les Illes Balears (UIB), “su tenacidad superaba el miedo y el rechazo, siempre estaba dispuesto a volver donde le habían cerrado las puertas”. Añade que “su suerte dependía del interlocutor y del contexto, pero su convicción era inquebrantable”.

Su tenacidad superaba el miedo y el rechazo, siempre estaba dispuesto a volver donde le habían cerrado las puertas. Su suerte dependía del interlocutor y del contexto, pero su convicción era inquebrantable

En París se enfrentó al escepticismo de la Sorbona, que en un principio rechazó su Ars Magna por considerarlo un método extravagante. Sin embargo, en 1310 logró la aprobación de maestros y alumnos y encontró discípulos como Thomas Le Myésier. Este último recopilaría y difundiría sus escritos en la corte francesa, asegurando así que su obra no muriera con él. “Llull supo crear alianzas con quienes compartían su ideal de un cristianismo razonado”, apunta Ripoll, subrayando su capacidad para conectar con espíritus afines en contextos muy diversos.

No obstante, los fracasos fueron frecuentes. El proyecto de la Escuela de Miramar en Mallorca, fundada en 1276 con el apoyo de Jaume II, quedó truncado. Sus peticiones para establecer cátedras de árabe encontraron resistencia. Sus misiones en tierras musulmanas acabaron en arrestos o expulsiones. Esa acumulación de frustraciones cristalizó en una obra singular. En La Desconhort (1295), Llull da voz a su desencanto y plasma con crudeza el desgaste espiritual y emocional de un visionario que tropezaba una y otra vez con la incomprensión de su época. Ripoll afirma que “cada fracaso era para él una oportunidad de volver a intentarlo”. Lo que para muchos habría sido una derrota definitiva, para él era solo un nuevo comienzo.

Mientras el mar transportaba ejércitos y mercancías, él lo cruzaba armado únicamente con manuscritos y su fe en la palabra. Con cada travesía reforzaba su convicción de que la razón debía sustituir a la violencia. Así se forjó la figura del sabio errante que en cada puerto dejaba una semilla de su sueño universal, sustentado en la lógica, el amor y la poesía.

Mientras el mar transportaba ejércitos y mercancías, él lo cruzaba armado únicamente con manuscritos y su fe en la palabra. Con cada travesía reforzaba su convicción de que la razón debía sustituir a la violencia. Así se forjó la figura del sabio errante que en cada puerto dejaba una semilla de su sueño universal, sustentado en la lógica, el amor y la poesía

El arquitecto del saber

Ramon Llull no fue solo un viajero incansable. También fue un constructor de ideas. Su obra, vasta y ambiciosa, aspiró a ordenar el conocimiento de su tiempo y convertirlo en una herramienta de diálogo y transformación.

Propuso que las verdades del mundo podían descubrirse mediante un método lógico y combinatorio. Así nació el Ars Magna (1274), considerado hoy como la primera máquina de pensar de la historia.

Con más de 280 títulos en latín, catalán y árabe, que abarcan teología, lógica, filosofía, ciencia, poesía, medicina, derecho y mística, se convirtió en un verdadero arquitecto del saber. Estaba convencido de que la palabra y la razón no solo podían acercar al ser humano a lo divino, sino también a los demás.

Con más de 280 títulos en latín, catalán y árabe, que abarcan teología, lógica, filosofía, ciencia, poesía, medicina, derecho y mística, [Ramon Llull] se convirtió en un verdadero arquitecto del saber

Sin proponérselo, sentó las bases de la ciencia combinatoria que siglos más tarde daría origen a la informática y la inteligencia artificial. El Ars Magna formalizaba el pensamiento mediante un lenguaje simbólico accesible a todas las culturas. Usaba letras para representar atributos como la bondad o la sabiduría, ruedas móviles para combinarlas y tablas para cruzar conceptos. Anticipó la lógica formal y los lenguajes computacionales. Desde la soledad y con tinta sobre pergaminos, un mallorquín del siglo XIII concibió el primer algoritmo moderno y con él el germen del software.

Sin proponérselo, sentó las bases de la ciencia combinatoria que siglos más tarde daría origen a la informática y la inteligencia artificial. El Ars Magna formalizaba el pensamiento mediante un lenguaje simbólico accesible a todas las culturas

Su influencia se extendió por siglos y dejó una huella profunda en el pensamiento europeo. Giordano Bruno, filósofo, astrónomo y poeta del Renacimiento, lo llamó “el hombre maravilloso” y encontró en su sistema combinatorio una clave para imaginar una cosmología plural e infinita. Tomó las ruedas lulianas como base para concebir un universo en expansión, lleno de mundos habitados, y desafió la cosmovisión geocéntrica dominante. Por ello fue condenado y quemado en la hoguera en 1600. La época aún no estaba preparada para aceptar un pensamiento sin límites. Como escribiría: “La luz divina está siempre en el hombre, presentándose a los sentidos y a la comprensión, pero el hombre la rechaza”.

René Descartes, considerado el padre de la filosofía moderna, vio en Llull una semilla temprana de su método analítico. Encontró en la estructura lógica del Ars Magna una afinidad con su ideal de claridad, orden y evidencia racional. La idea de descomponer lo complejo en partes simples y reconstruirlo con coherencia ya estaba implícita en la obra del mallorquín.

Gottfried Wilhelm Leibniz, filósofo, lógico y matemático, fue quien más abiertamente reconoció su deuda intelectual con Llull. En su búsqueda de una characteristica universalis, un lenguaje simbólico capaz de expresar todas las verdades del conocimiento humano y resolver disputas mediante cálculos, halló en Llull un precursor directo. Afirmó que para comprender su propio sistema había que empezar por él. “Si pudiéramos encontrar signos adecuados para expresar todos nuestros pensamientos con tanta claridad y precisión como la aritmética expresa los números o la geometría las líneas, podríamos hacer lo mismo en todos los ámbitos del conocimiento”.

Leibniz, filósofo, lógico y matemático, fue quien más abiertamente reconoció su deuda intelectual con Llull. En su búsqueda de una 'characteristica universalis', un lenguaje simbólico capaz de expresar todas las verdades del conocimiento humano y resolver disputas mediante cálculos, halló en Llull un precursor directo

La huella infinita de Llull

Hoy las inteligencias artificiales calculan, clasifican y predicen a gran velocidad. Sin embargo, la inteligencia más radical no es la que acumula más datos, sino la que se atreve a preguntarse para qué se piensa y al servicio de quién. Llull, con sus ruedas de madera y sus tablas combinatorias, dejó una máxima al respecto: La razón solo cobra sentido cuando se alía con el amor y se pone al servicio de un mundo más justo, más humano y más verdadero.

En plena crisis ecológica, su intuición de que Dios habita en las relaciones se convierte en brújula para reconectar con un mundo frágil e interdependiente.

En Mallorca, su tierra natal, sigue vivo como símbolo de identidad y apertura al mundo. Su nombre lo llevan calles, universidades, institutos y centros de investigación. Se le reconoce como el padre del catalán filosófico y científico, un pionero en divulgar conocimiento en lengua vernácula y una figura que trasciende credos, fronteras e ideologías.

Por todo ello, Ramon Llull no pertenece solo a la Edad Media. Es una presencia que interpela nuestro presente. Nos recuerda que incluso en los momentos más oscuros, una idea puede transformarlo todo si encuentra a alguien dispuesto a encarnarla con pasión. Tal y como él hizo.