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Frenan el derribo del histórico edificio que una promotora iba a transformar en pisos de lujo con el aval del PP de Palma

Esther Ballesteros

Mallorca —
22 de septiembre de 2025 14:26 h

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Un “pequeño triunfo”. Así ha definido la asociación conservacionista (ARCA) la paralización de las obras de derribo del histórico edificio situado en el número 27 de la calle 31 de desembre, en Palma, cuya demolición aprobó el Ayuntamiento de Palma a pesar de que el Consell de Mallorca instó el pasado mes de enero la modificación de la licencia de derribo y la preservación y catalogación de la finca. El inmueble fue gestado en 1926 por Gaspar Bennàzar, el arquitecto que diseñó el ensanche de la ciudad y plasmó su decisiva huella en la fisonomía de la capital balear.

La institución supramunicipal, a través de su departamento de Patrimonio, ha informado a los promotores de que la licencia utilizada no se corresponde con las directrices del informe que los técnicos emitieron a principios de año, y emplaza al Consistorio palmesano a actuar y a catalogar el edificio. El informe del Consell insta a preservarlo con una protección ambiental, conservando la fachada y los elementos más destacables de la carpintería y la baldosa hidráulica, aunque no impide que se añadan alturas “siempre en armonía con el conjunto del edificio”. “Evidentemente, se trata de conservar, no de demoler y volver a reconstruir”, aseveran desde ARCA.

Inicialmente, la intención de la promotora, Can Domenge 2013 -vinculada al grupo empresarial Protur-, pasaba por levantar cuatro plantas sobre las dos ya existentes, una operación que disparó la alarma de los colectivos patrimonialistas y llevó al Consistorio palmesano -gobernado por el PP con el apoyo de Vox- a reducir la ambición volumétrica a una única planta adicional y a exigir la reproducción de la fachada original. Se trata de una solución que para el Ayuntamiento salvaba la continuidad urbana, pero que para ARCA se traducía en un calco decorativo que no compensa la pérdida del original.

Desde ARCA señalan cómo, en la actualidad, se puede apreciar que la fachada se conserva íntegra, aunque lamentan que algunos tramos del interior del piso superior ya han sido demolidos. La entidad recuerda que ya había advertido de los “incumplimientos de los deberes de protección de Patrimonio” en el que incurría la administración si se procedía a la demolición de un inmueble “cuyos valores patrimoniales estaban demostrados”. Bajo su criterio, se podrían derivar responsabilidades penales. La asociación conservacionista confía ahora en que el Ayuntamiento “actúe de inmediato y garantice la preservación de este edificio del 'eixample'”.

El Consistorio alegaba que la protección ambiental con la que cuenta el inmueble no impide jurídicamente el derribo de la fachada, especialmente cuando ésta ha perdido “gran parte de su autenticidad original y presenta deficiencias estructurales graves”. Asimismo, aseveraba que el informe técnico aportado por los promotores apunta a que la fachada actual se encuentra en un estado constructivo deficiente, lo que ya ha provocado el colapso parcial del edificio. La mercantil propietaria del bloque, Can Domenge 2013, eludió, por su parte, responder a las preguntas de este periódico al ser consultada por este asunto.

Los conservacionistas subrayan que la importancia del edificio radica, principalmente, en el hecho de haber sido construido en el momento en que Bennàzar lideró la revolución arquitectónica y urbanística de Palma. Al abrigo de las corrientes higienistas que dominaron Europa a finales del siglo XIX, la capital balear se encomendó al desarrollo industrial y se abrió a la modernidad con el derribo de sus murallas renacentistas, consideradas la obra más colosal erigida en los más de dos mil años de historia de la ciudad y una de las fortificaciones de mayor envergadura de las construidas en España.

Nacido al albor de una época marcada por la llegada de nuevas corrientes estéticas y los grandes planes urbanísticos, Bennàzar fue el encargado de hacer realidad el proyecto de derribo presentado por el ingeniero Bernat Calvet, el conocido como 'plan Calvet', y de expandir Palma más allá de la zona que ocupaban sus murallas. En línea de otras ciudades europeas que comenzaron a dejar atrás sus recintos defensivos como sinónimo de desarrollo y modernización, la capital balear contempló la desaparición progresiva de la fortificación que durante más de tres siglos veló por la protección de sus habitantes.

Bennàzar, quien se movió con naturalidad entre múltiples estilos, respetando la tradición y, al mismo tiempo, absorbiendo con rapidez las tendencias que llegaban del resto de Europa, se convirtió así en el hombre que redefinió el perfil urbano de Palma y marcó su transición hacia la ciudad que es hoy. Su huella puede rastrearse en edificios institucionales, viviendas privadas y proyectos urbanos que dialogaban con la modernidad sin romper con la memoria de la ciudad, como el edificio de la calle 31 de desembre, un inmueble que, con la volumetría, el lenguaje y las características propias de construcción de aquel momento, contribuyó a caracterizar el ensanche de la ciudad.