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Portugal es un mar que naufragó

Boaventura de Sousa Santos

Catedrático de Sociología, Universidad de Coimbra —

En el volumen III de Capital, Karl Marx (disculpen la referencia al clásico, pero solo los despistados y los ignorantes piensan que los clásicos desaparecen fácilmente), argumenta que el colonialismo tuvo un papel importante en el desarrollo del capitalismo, un papel que solo pudo dar todos sus frutos en los países que habían creado anteriormente otras condiciones favorables. No era el caso de España ni de Portugal, y por eso no pudieron modernizarse con éxito. Y concluye: “Comparemos Holanda con Portugal, por ejemplo”.

Cualesquiera que sean los argumentos a favor y en contra de esta lectura, la verdad es que Portugal no se aprovechó de la expansión colonial para modernizarse y, de hecho, la gran parte del pillaje de las riquezas de las colonias fue a parar a otros bolsillos europeos. No me interesa investigar las razones de la pérdida fatal de esa oportunidad histórica. Pero me intrigan dos cosas: ¿por qué se aventuraron los portugueses a semejante empresa sabiendo que los beneficios eran tan inciertos? ¿Continuará ese fracaso afligiendo todavía hoy a los portugueses o, al contrario, confiere a su culpa colonial una ligereza casi indecorosa?

En cuanto a la primera pregunta, los portugueses han sido frecuentemente puestos en la tesitura de ser precursores de lo que no continúa. La fulgurante iluminación de los comienzos, de los orígenes, del corto plazo les ha cegado frecuentemente para las consecuencias y los desarrollos a largo plazo, sobre todo porque les han faltado los cálculos y un cuerpo fuerte de comerciantes, de los que se privaron a sí mismos con la expulsión de los judíos. Portugal fue un país periférico antes de haber un centro europeo consolidado. Los portugueses construyeron la balsa de piedra siglos antes de que el arqueólogo del alma colectiva, José Saramago, la hubiese descubierto entre los escombros de la nación. Preveían que el siglo XIX, arrogantemente capitalista, los vendría a considerar como no verdaderamente europeos, ni siquiera verdaderamente blancos, suerte que compartieron con españoles e irlandeses, a pesar de ser señores de un vasto imperio colonial. La vocación de su imperio era ser subalterno, y así fue durante gran parte de su existencia. Lo más precioso que pasó por el puerto de Lisboa (oro) siguió, la mayor parte de las veces, hacia otros fondeaderos; hacia Inglaterra, por ejemplo. Lo que quedó fue lo que naufragó o fue descargado en el puerto por ser internacionalmente menos valioso desde el punto de vista de la ley del valor capitalista. Pero como el capital es enormemente reduccionista, fue mucho lo que quedó: la artesanía intercultural de vidas, culturas, gustos, hablares, que pasó a circular por la sociedad portuguesa y a reproducirse con insondable creatividad hasta hoy. A propósito, ¿hay algún otro país europeo donde el primer ministro –uno de los más brillantes de la Unión Europea– tenga tan abundante sangre asiática? Afluyó lo que no interesaba al capital, pero enriqueció la cultura, mestizó gentes y paladares, generó la saudade de haber estado en casa en tantos lugares fuera de casa, de estar siempre yendo y viniendo sin levantarse del sofá del salón. Mientras otros países se atormentaban en distinciones entre campo y ciudad, entre religión A y religión B, entre lengua C y lengua D, Portugal se quedó para siempre entre el mar y la tierra. Hasta hoy. Un país de espaldas a lo más útil porque el infinito del mar es más seductor.

En cuanto a la segunda pregunta, la culpa colonial huye de todos los determinismos históricos porque no fue el colonialismo el que contribuyó a modernizar Portugal, el fin del colonialismo fue anterior. La Revolución del 25 de Abril de 1974 fue el resultado del colonialismo del revés, doblemente anticolonial, porque liberó tanto al colonizado como al colonizador. Pero, por esa razón, solo en pequeña medida fue obra de los portugueses. La mayor parte de esa obra se debe al sacrificio heroico de los pueblos en lucha contra el colonialismo portugués, muchas veces levantados en armas, por lo menos desde 1961, arriesgándose a masacres y destrucciones mediante mensajes de plomo y de napalm. Es el más fabuloso caso de mestizaje liberador ya que, sin la lucha heroica de los liberadores de las colonias, tal vez los portugueses no hubiesen conseguido liberarse con tanto radicalismo del dictador del atraso. La comparación con la transición de la vecina España a partir de 1976 es ineludible.

El doble fin del colonialismo era radical porque dictaba no solo el fin del colonialismo, sino también el fin del propio capitalismo que, en los imperios dominantes, se había nutrido a lo largo de los siglos del colonialismo mediante el pillaje de las riquezas naturales y humanas (de la esclavitud al mestizaje por la violación de las mujeres nativas). Los países que se liberaron del colonialismo portugués optaron sin excepción por la vía del socialismo para su desarrollo, un caso único nunca visto en la historia de las descolonizaciones de las colonias europeas. A su vez, tras despabilarse de la confusión de despertar en un lugar tan diferente de aquel en el que se habían adormecido, los portugueses de la Revolución de los Claveles tomaron el rumbo hacia la revolución socialista con el mismo voluntarismo y desafiando a las mismas leyes deterministas con las que se habían internado en los océanos ignotos. Fue, sin embargo, un radicalismo tan real como ilusorio. El capitalismo de otros tiempos, casero y raquítico, supo al mismo tiempo globalizarse y fortalecerse con los parientes que dominaron el reparto del mundo, dotados de instrumentos tan mortíferos como el FMI y la llamada guerra fría. Las ex colonias fueron disciplinadas una a una bajo pena de castigos aterradores, y Portugal, doce años después de la Revolución, se acogió al capitalismo de los ricos –la Unión Europea– con la esperanza de encontrar un sustituto de El Dorado que en vano había imaginado siglos atrás con la aventura colonial. Pero, como antes, esa búsqueda no cumplió con las expectativas. A los portugueses, que se creían y querían ser finalmente blancos, iguales a los europeos de siempre, les fue reservado un rincón en el aula menos iluminado, donde los colores se confunden y el mal alumno permanece, por muy buen alumno que sea. Un colegio para deficientes tiende a ser un colegio deficiente. Europa se transformó en un inmenso mar seco y lo que llegaba a la costa fue mucho y muy bueno, pero bajo la condición de que Portugal no saliese de donde se encontraba.

Al contrario de lo que se piensa comúnmente, el fado no es expresión de la sumisión de los portugueses al destino y al determinismo. Es, por encima, la expresión de fuga siempre intentada y siempre frustrada a ese destino y a ese determinismo. En esto reside el optimismo trágico de los portugueses.

Traducción: Eduardo López-Jamar

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