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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

ANÁLISIS

El debate entre Sunak y Truss para sustituir a Boris Johnson: bravuconadas y poco Brexit

Columnista de The Guardian —

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Los candidatos para reemplazar a Boris Johnson en el liderazgo del Gobierno británico representan a dos sectores dentro del Partido Conservador, aunque esa distinción no esté siendo claramente reconocida. Rishi Sunak representa al conservadurismo tal y como fue hasta 2019, cuando el Gobierno de Theresa May aún trataba de conciliar la ideología del Brexit con el reconocimiento de la realidad diplomática y económica. Liz Truss, por otro lado, se dirige al movimiento continuista, el partido 'Boris' que solucionó esa tensión negando su existencia. Ese es el auténtico conflicto que se está librando debajo de una pelea que pretende ser sobre otras cosas.

La división sobre impuestos

Las diferencias de los dos candidatos en política fiscal se pueden medir y, por eso, dominaron el debate televisado de este lunes por la noche, en el primer debate entre los dos a solas [este martes se celebró un segundo debate, que tuvo que ser interrumpido por el desmayo en directo de la periodista que lo moderaba].

Las argumentaciones de ambos candidatos están bien ensayadas: Truss quiere recortes inmediatos de impuestos, Sunak prefiere esperar. Él dice que una relajación fiscal avivará la inflación y ella sostiene que servirá para liberar el crecimiento económico. A él le preocupa una pérdida de ingresos que signifique menos dinero para el Sistema Nacional de Salud y ella habla de pedir préstamos para cubrir el déficit.

Son posturas que representan los diferentes significados que tiene hoy la palabra “conservador”. Sunak, que se presenta como un conservador frugal de la vieja escuela, no rehuyó de la caracterización como “contador de habas” que su rival hizo de él con ánimo peyorativo. Truss lo acusó de parecerse a Gordon Brown [primer ministro laborista entre 2007 y 2010], aferrado a las anticuadas normas del Tesoro, y dijo que ella “se enfrentaría a la ortodoxia”, en una alusión al espíritu inconformista de Boris Johnson.

Más allá de los detalles presupuestarios, la batalla estuvo llena de embestidas y tomas de posición que pretendían proyectar fuerza y determinación. Sunak dijo que se pondría duro con China, mientras Truss presumía de dureza con Putin (aunque no se mencionó en este debate, los dos serán más duros con los refugiados que buscan asilo en Reino Unido).

No hay forma de descontarle la fanfarronería a una pelea que parece una bravuconada de patio de colegio, o la neurosis compensatoria de unos empollones arribistas que llegaron demasiado rápido a puestos de alto rango en los ministerios. Es posible que por dentro sean de acero, pero lo cierto es que las pobres maneras en que intentan demostrarlo están evidenciando una coraza de plástico.

Los estereotipos sobre Sunak

Lo mezquino de todo el espectáculo se ve exacerbado por las despiadadas escaramuzas de “amigos” no identificados de cada una de las partes que menosprecian el historial en el Gobierno del otro candidato y ponen en entredicho su integridad. El equipo de Sunak ha ridiculizado las afirmaciones de Truss de haber soportado una dura educación. Los aliados de Truss han respondido criticando a su rival como exalumno de un colegio privado y exempleado con sueldazo en Goldman Sachs.

El periódico The Daily Mail también ha criticado la fortuna del exresponsable de Economía. Uno de los artículos, citado durante el debate, se centra en la preferencia de Sunak por los trajes de sastre a medida y el calzado de lujo. El candidato desvió el tema hacia una conservadora parábola con mensaje aspiracional sobre los inmigrantes, pero tiene una herida abierta desde que a principios de este año se supo que la esposa de Sunak usaba su estatus de no residente para pagar menos impuestos

No fue una buena imagen para el ministro de Economía y Sunak demostró no haber entendido el estado de ánimo de la nación con su airada reacción. Entonces, también se hizo público que Sunak tenía un permiso de trabajo en Estados Unidos si sus ambiciones de liderar la política británica no se veían satisfechas.

Que los ministros del gabinete tory son ricos no es ninguna novedad y los miembros del partido que votarán por el nuevo líder no suelen tener problemas con que la gente adinerada tenga cosas buenas. Pero la vulnerabilidad política de Sunak en este frente es más sutil y el ataque, más astuto. Su ofensa implícita no es la riqueza, sino su pertenencia a la peor élite posible: la élite financiera global, la élite de la primera clase en los vuelos intercontinentales, la élite de los hombres de Davos; y la élite de los que votaron por permanecer en la Unión Europea. “Ciudadano de ninguna parte”, por usar la envenenada frase de Theresa May.

El hecho de que Sunak votara a favor de salir de la UE no modifica estas insinuaciones contra él, de la misma manera que no importa lo más mínimo que Truss hiciera campaña por seguir dentro del bloque (en todas las ocasiones que tuvo, Sunak insistió en recordar las dos circunstancias a su audiencia). 

La sombra de Boris

Como escribió mi colega Jonathan Freedland la semana pasada, el Brexit ha pasado a ser un estado de ánimo, no una política, y Truss se lo ha apropiado dejando fuera a su rival. Eso fue su poco sutil mensaje entre líneas cuando desestimaba las advertencias de Sunak sobre una subida de los tipos de interés. “Proyecto miedo”, dijo, la burla favorita de los partidarios del Brexit contra el alarmismo de los que defendían la permanencia en la UE. 

Pero, lo que demuestra más a las claras el cisma en el Partido Conservador, es el rechazo de Truss a hablar mal de Boris Johnson. Cuando le preguntaron por las razones que habían provocado la dimisión del primer ministro, en su respuesta había casi tanta pena como la que el propio Boris Johnson siente por sí mismo. Una apelación estratégica a los fieles de Johnson para los que la dimisión de Sunak fue el más artero de todos los golpes ministeriales que terminaron con su líder. En la religión del euroescepticismo, el espíritu del Brexit está encarnado en el líder que lo ejecutó y la traición de Sunak es un pecado contra la fe.

Lo que queda del viejo partido tory, aquel que hacía del pragmatismo empresarial una virtud, está apoyando al “parricida” Sunak. El exministro de Economía se dirigía a ellos cuando lamentaba el abandono de la prudencia por parte de Truss con la promesa incumplible de que “es posible tener lo mejor de los dos mundos”, la expresión favorita de Johnson.

Evitar el Brexit

Pero, en el núcleo de estas luchas, hay algo de lo que nadie habla directamente, y eso hace que toda la pelea sea absurda. La contienda está impregnada de las guerras culturales que fueron el espíritu del Brexit, pero el propio Brexit no es objeto de debate. Ni las cláusulas del acuerdo, ni su impacto económico, ni la conveniencia de un proyecto de ley para el protocolo de Irlanda del Norte que amenaza con desencadenar una guerra arancelaria con Bruselas justo cuando se agudiza la crisis por la subida de precios (en este tema, el debate pasó alegremente por alto las causas y posibles remedios).

En el debate de este lunes solo hubo una alusión directa a las consecuencias prácticas de la salida de la UE, cuando preguntaron a los candidatos si los actuales atascos en los puertos del sur de Inglaterra se podían considerar un efecto del Brexit. La respuesta correcta es sí. Los dos dijeron que no.

Es un hecho que el tema figura entre los más acuciantes para la nación, pero los tories solo pueden manejarlo reprimiéndolo, arrinconándolo o negándolo. “Estamos teniendo un debate realmente serio”, dijo Truss en un momento del debate. El tipo de frase que se pronuncia cuando todo lo contrario es cierto. No fue un debate auténtico y esta no es una manera segura de elegir un primer ministro. Tampoco es una forma saludable de dirigir un país.

Traducción de Francisco de Zárate