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The Guardian en español

Por qué los 'tories' siguen obsesionados con Margaret Thatcher

Los candidatos Rishi Sunak y Liz Truss durante el debate de la cadena ITV, el 17 de julio.

Zoe Williams

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El Partido Conservador de Reino Unido ha reducido la lista de candidatos a Downing Street a dos y hay algo que es muy evidente: ambos están obsesionados con Margaret Thatcher. Se visten como ella, la imitan en sus gestos, hacen reverencias a su legado y van más allá para que la militancia entienda la relación.

Dejando de lado por qué Liz Truss, tras un comienzo tan decepcionante, venció a Penny Mordaunt y al resto para llegar a la lista final con Rishi Sunak, podría ser útil preguntarse: ¿por qué el legado de Thatcher sigue teniendo tanto peso sobre el partido?

Su mandato acabó hace más de 30 años, y terminó en la ignominia. Era un contexto tan radicalmente diferente al actual que, incluso si Truss y otros consiguieran aproximarse al thatcherismo en términos políticos, esas políticas no tendrían sentido en este momento. En términos de popularidad, siempre fue más como la pasta de untar de levadura de cerveza Marmite (como dicen los ingleses, la amas o la odias) que como la crema de cacao y avellanas Nutella y esto fue particularmente evidente dentro de su partido.

Así que, ¿por qué, décadas después de su salida de Downing Street, tantos tratan de resucitar su figura? ¿Han olvidado cómo era? ¿O acaso Thatcher representa algo elemental y atemporal sobre lo que supone ser un conservador de pura cepa?

Copiar todo, hasta el estilismo

En general, en la batalla por hacerse con el liderazgo del Partido Conservador, algunos rasgos de la Dama de Hierro se pueden apreciar en matices. El periodista, locutor y escritor Peter York, cronista de la época de Thatcher (fue coautor de The Official Sloane Ranger Handbook, que se publicó en 1982), señala tres rasgos de Thatcher que se aprecian en los dos candidatos finalistas a primer ministro.

La diputada conservadora Kemi Badenoch, una de las candidatas eliminadas en las rondas de votaciones para suceder a Johnson, tiene “una forma de presentar sus ideas - 'Soy ingeniera, puedo desmontar esto y arreglarlo'- que refleja en gran medida a la Thatcher práctica... la química y la abogada”. Thatcher era directa y firme. “Creía en lo que decía que creía y disfrutaba debatiendo”, dice York. Esto ha pasado a la historia como “honestidad”, aunque la realidad fue un poco más compleja que eso.

Según York, Penny Mordaunt, exministra de Defensa y otra de las candidatas eliminadas, emplea la técnica de la “ruptura de la cuarta pared” de Thatcher. “Esta candidata afirma 'Ustedes deben pensar que todo esto es un poco incestuoso, pero yo estoy de su lado, porque sé cuáles son los verdaderos problemas'”. Mordaunt también ha trabajado mucho en esa actitud de madre estricta, calmada y de voz suave -véase el vídeo de lanzamiento de su campaña- que era un atractivo distintivo de Thatcher en la política de derechas, ciertamente en el punto álgido de su mandato. Esto se pone de manifiesto cuando se observa la sátira de los años 80: cómo el programa de televisión británica de sátira política Spitting Image presentaba a Thatcher con aire de dominatriz.

El enfoque de Truss es jugar a disfrazarse de Thatcher. Esto empezó hace años: Truss con un tanque, Truss con un sombrero de piel, Truss en el debate de la semana pasada de la cadena Channel 4 con una camisa con lazo, copiando el estilismo de Thatcher. Esto último fue muy teatral y forzado, y se salió con la suya.

Parte de lo que ha hecho que esta contienda sea fascinante y deprimente a partes iguales es la calidad del vestuario: Tom Tugendhat, otro de los candidatos eliminados, como un soldado, Mordaunt cubierta de medallas, Truss como la nueva Thatcher. Se trata de mensajes superficiales, y York afirma que Thatcher no era así. “No podías dejar de ser consciente, por difícil o conflictiva que fuera su forma de ser, de que respetaba a los intelectuales y a los que podían hacerle de intérprete de otros intelectuales. Aceptaba una entrevista difícil de una hora y la disfrutaba”.

Thatcher no lo haría así

Quizás el legado de Thatcher que más les ha costado emular es el económico. El escritor y periodista Steve Richards se siente desconcertado por la escasa comprensión del programa económico de Thatcher. “La Dama de Hierro no decía: 'Se reducen los impuestos por arte de magia'. No era una estafadora. En el manifiesto de 1979 quedó muy claro que iban a pasar de los impuestos directos a los indirectos, es decir, que habría recortes en el impuesto sobre la renta, pero que se pagarían con aumentos de otros impuestos”.

“Tardó ocho años en llegar al presupuesto de Nigel Lawson de 1988, que todos los tories modernos veneran, incluido Sunak”, dice Richards. “Y esto no condujo a un crecimiento económico mágico. Ese nunca fue su argumento. Nunca dijo: 'Los recortes de impuestos conducen al crecimiento'. De hecho, muchos piensan que provocó una recesión”.

En otras palabras, Truss puede pensar que es thatcherista, y es posible que algunos tabloides y diputados la apoyen, pero en realidad la candidata es mucho más parecida a Reagan: tratar la deuda de la pandemia de la COVID-19 como la de la Primera Guerra Mundial y devolverla en 50 años, mientras se bajan los impuestos para crear un crecimiento ficticio. Todos los demás candidatos estaban de acuerdo con esta “posición superficial y políticamente inmadura”, dice Richards, excepto Sunak, a quien considera “el verdadero thatcherista: nada de recortes de impuestos hasta que no sepamos cómo asumiríamos los gastos”. Sunak trató de asumir este manto, diciendo al Telegraph: “Recortaremos los impuestos... y lo haremos de forma responsable. Ese es mi enfoque económico. Lo describiría como Thatcherismo de sentido común. Creo que es lo que ella habría hecho”.

El thatcherismo, rediseñado

Sin embargo, a Sunak le cuesta transmitir este mensaje. Incluso si estuviera preparado para ponerse un lazo en el cuello, probablemente no conseguiría que se entendiera, porque Thatcher, esa pensadora económica bastante cautelosa de mediados de siglo, ha sido rediseñada en el imaginario tory como un mito que sube y baja los impuestos y el gasto como acto de fe.

Su apoyo al mercado único de la Unión Europea ha sido igualmente destruido -a pesar de que lo llevaba hasta en un jersey- mientras los candidatos intentan demostrar su auténtico thatcherismo afirmando lo mucho que detestan a la UE.

Pero incluso si las posiciones supuestamente thatcherianas de los candidatos se parecieran en algo al thatcherismo, según explica Richards, “ella estaba absolutamente arraigada en los problemas económicos de finales de los 70 y principios de los 80 y simplemente no son aplicables en el contexto actual. En los últimos años del Gobierno laborista [de Jim Callaghan, 1976-1979] reinaba el caos, por lo que ella apuntó al Estado de una manera particular, tanto como acto político como económico. Esta gente lleva 12 años en el poder, no pueden decir: 'El Estado no funciona'”.

“Traicionó” a Reino Unido

Para la exministra de Asuntos Exteriores Margaret Beckett, esta amnesia colectiva y la creación de mitos es más grave en lo que omite por completo, el hecho de que Thatcher equilibró en gran medida las cuentas con las ganancias inesperadas del petróleo del Mar del Norte. “Los noruegos tienen un fondo de riqueza nacional, nosotros no lo tenemos porque ella lo utilizó para salvarse económicamente. En un momento dado, obtuvimos algo así como 32 millones de libras (37,3 millones de euros) al día del Mar del Norte. Eso fue en un momento en que se podía comprar un hospital de distrito por 32 millones de libras. Fue la mayor oportunidad que tuvo Reino Unido, y ella la usó para tapar los agujeros de su gestión”.

Según Beckett, este hecho no pasó desapercibido en su propio partido: el diputado y cronista Alan Clark tenía la intención de escribir un libro sobre cómo el despilfarro de los beneficios del petróleo constituía una “traición al país”, pero murió antes de poder hacerlo. La ortodoxia a la que asistimos ahora -Thatcher como la verdadera conservadora, que llevó al país a la prosperidad con un criterio a la vez mágico y replicable- es un fenómeno relativamente reciente. Era un nicho incluso en sus últimos años y se ha acelerado desde su muerte en 2013.

El periodista Iain Dale me habló de una cena en el Hotel Savoy de Londres en 2002, en la que Thatcher, que pronto iba a publicar su libro Statecraft, Strategies for a Changing World [Estrategias de Estado para un mundo cambiante], era la invitada de honor. “Mi tarea era impedir que ella llegara al micrófono”, dice. “Tenían miedo de que, si hablaba, le diera un ataque al corazón”. (No era una preocupación vana: había sufrido un derrame cerebral tres semanas antes). “Así que estaba previsto que se fuera antes del final, pero, al salir, se levantó como un rayo y fue directa al micrófono. Era como un mitin de Nuremberg. La gente gritaba: ”¡10 años más!“. Pero nadie se tomó esto en serio como un barómetro de su posición en el partido, y menos aún la propia Thatcher, que respondió: ”Ese es el tipo de recepción que solo puede tener un exprimer ministro“.

Despreciada por el partido

Por muy extraordinaria que haya sido Thatcher en su mejor época, cualquiera que tenga memoria sabe lo decepcionante que era antes de 1979 como líder de la oposición. “Era espantosa”, dice Beckett. “Tenía una voz aguda y chillona, se desenvolvía fatal, tenía la manía, cuando empezaba a hablar, de ir muy rápido. Los nuestros gritaban: '¡Más rápido, más rápido!' y ella iba más rápido. Era realmente bochornoso”.

Pero los ataques entre conservadores de los primeros días eran mucho más despiadados. Ted Heath, su predecesor como líder, fue abiertamente cruel desde el principio. Antes de su primer discurso en el Parlamento como líder de la oposición, reservó el escaño junto a ella y luego no se presentó, de modo que cuando ella miró a su alrededor en busca de apoyo no había nadie. Sus colegas la llamaban en privado “perla cultivada”, de baja calidad, no la auténtica. “Solía advertirles: una vez que llegue al cargo, no os deberá nada a ninguno de vosotros”, dice Beckett. “Aunque la hayáis elegido, la estáis tratando como basura. Si no os debe nada, podrá hacer lo que quiera. Y eso es lo que ocurrió: en cuanto puso los pies debajo de la mesa, hizo lo que le vino en gana”.

Esta figura que el partido ahora ensalza -visionaria, mesiánica y unificadora- choca con la realidad. Thatcher pasó muchos años construyendo en solitario, seguidos de muchos años esquivando una puñalada por la espalda. Pero esta falsa imagen -de que una vez existió una líder tan pura en su conservadurismo que la díscola coalición que constituía el partido dio paso a su pacificación- está en el centro del fenómeno que vemos ahora.

¿Algo que no es un mito? Era popular entre la llamada “clase trabajadora con aspiraciones”, por razones prácticas y ambientales. La venta de viviendas sociales puede haber creado, a largo plazo, una clase de propietarios hinchada y una crisis de la vivienda, pero en aquel momento parecía reflejar una verdadera comprensión de la vida y los sueños del ciudadano de a pie. Esto no puede repetirse, ya que la vivienda social, como el petróleo del Mar del Norte, era un activo que ella agotó. Según Dale, ella estaba “muy en sintonía con lo que quería la Inglaterra media y las clases trabajadoras con aspiraciones” y era realmente detestada por las élites. York dice que “los que siempre habían tenido patrimonio encontraban su estilo bastante patético. Siempre decían que su ropa era horrible y su voz chirriante”, incluso después de que cambiara su forma de hablar. “Eso le habrá hecho ganarse el cariño del 99% de la población”.

Y ahora qué

Esta dinámica ha sido fundamental para la estrategia y la retórica de los conservadores durante los últimos seis años. Es el mensaje de “las élites te quieren decir cómo debes pensar, pero tú, el auténtico y furioso ciudadano británico, siempre seguirás tu propio destino”. Funcionó con respecto al Brexit, pero siempre se trata de un sucedáneo descontextualizado, ya que deriva de esa época thatcheriana en la que “élite” significaba algo: una aristocracia que intentaba actuar como guardián de la vida pública a través de la riqueza heredada. Ahora “élite” no significa eso: significa académico o experto, bebedor de un café pijo o persona sensible. Es una categoría inventada sin raíces ni coherencia.

Ha sido interesante ver cómo todos los candidatos se derrumbaban al intentar describir lo que significa para ellos el “elitismo liberal.” ¿Significa objetar a la serie de la BBC It Ain't Half Hot Mum (considerada racista en la actualidad) o no reírse lo suficiente de la serie Friends? Muchos han utilizado los derechos de las personas trans como campo de pruebas de su antiwokeness [en inglés, woke tiene para la derecha connotaciones parecidas al término “progre”]. Por muy descorazonador que sea, pone de manifiesto una importante discontinuidad con Thatcher, cuya homofobia era ideológica: ella veía realmente la homosexualidad como una enfermedad, no intentaba instrumentalizarla para situarse con las masas en contra del establishment. Quién sabe, tal vez algunos de los modernos tories afines a Thatcher sean tan transfóbico como los pintan. Pero si, como sospecho, se trata sólo de una pose populista, me sorprendería que les saliera bien.

Richards aguarda con interés lo que ocurra cuando baje el telón. “Vamos a tener un desfile de Thatcher durante otras semanas. Y entonces uno de ellos ganará y tendrá que empezar a gastar dinero. Lo primero que ocurrirá es que el periodista experto en economía Martin Lewis, fundador de MoneySavingExpert.com, aparecerá diciendo que nadie puede pagar sus facturas de energía. No van a recortar el gasto en el Servicio Nacional de Salud antes de las elecciones; no van a recortar el gasto en defensa”. Quienquiera que gane, aunque sea Sunak, estará luchando en unas elecciones sobre la promesa de un thatcherismo que nunca existió, con un programa electoral que Thatcher habría despreciado.

Traducción de Emma Reverter

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