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Efraín Ríos Montt, el general adicto a la Biblia y la ametralladora

Efraín Ríos Montt, flanqueado por el general Maldonado y el coronel Gordillo, en su primera conferencia de prensa tras el golpe de 1982.

Phil Gunson

Los dictadores militares guatemaltecos de mediados y finales del siglo XX destacaron por su crueldad, corrupción y apetito de poder. El general Efraín Ríos Montt, fallecido este domingo a los 91 años, añadió un ingrediente extra a esta combinación: era un protestante fundamentalista con la misión de salvar a su país –e incluso al continente– en nombre de Jesucristo.

“Un cristiano debería llevar su Biblia y su ametralladora”, afirmó una vez. Efraín Ríos puso en práctica sus propios sermones con una campaña de contrainsurgencia que mató a miles de personas y borró del mapa centenares de aldeas durante su gobierno de facto entre 1982 y 1983.

Nacido en Huehuetenango, en el altiplano occidental, Ríos Montt entró en el Ejército 40 años antes de tomar el control del país, justo antes del inicio de una década de reformas democráticas y sociales marcada por el derrocamiento del dictador Jorge Ubico. Desafortunadamente, a Washington y a la United Fruit Company (una multinacional estadounidense cuyos intereses se vieron afectados por las reformas) les gustaba más la dictadura y en 1954 promovieron un golpe de Estado militar derechista que hizo desaparecer la democracia durante más de 30 años.

Como muchos de sus compañeros dictatoriales en Latinoamérica, Ríos Montt recibió formación de Estados Unidos, en su caso en Fort Gulick, en la Zona del Canal de Panamá, y en Fort Bragg, Carolina del Norte. También asistió a la Escuela de Guerra del Ejército en Italia. Años después sería nombrado agregado militar en la embajada de Guatemala en Washington y representante guatemalteco en en la Junta Interamericana de Defensa.

Bajo el Gobierno del general Carlos Arana (1970-74) se convirtió en jefe del Estado Mayor de la Defensa, pero renunció a su cargo en 1974 para presentarse como candidato presidencial del Frente Nacional de Oposición (FNO), una alianza electoral formada en torno a la Democracia Cristiana Guatemalteca (DCG).

Sin embargo, el régimen militar no estaba todavía dispuesto a entregar el poder, ni siquiera a uno de los suyos. En lo que probablemente hubiese sido una victoria de Ríos Montt, un fraude en las elecciones dio la victoria al candidato oficial, el general Kjell Laugerud. Para que no se convirtiese en el foco de un movimiento de protesta, el Gobierno devolvió rápidamente al perdedor al servicio activo y le nombró agregado militar en Madrid, donde se quedó hasta 1978.

Dos años antes de su regreso, tras el devastador terremoto de 1976, un grupo misionero evangélico protestante de Eureka, California, llamado Gospel Outreach entró en Guatemala. A su regreso al país, Ríos Montt se convirtió rápidamente en un adepto y pronto se volvió un líder de su rama local, conocida como El Verbo.

Los misioneros de Gospel Outreach, creyentes en la literalidad de la Biblia, se empeñaron nada menos que en convertir a todo el continente. Como otros grupos fundamentalistas, eran anticomunistas convencidos y demostraron ser un aliado útil para el general en su campaña para aniquilar la “subversión”, representada en forma de la guerrilla izquierdista Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca y sus seguidores.

¿Moralizar a una nación?

En marzo de 1982, oficiales jóvenes del Ejército lideraron un golpe reformista para impedir la llegada al palacio presidencial de otro dictador, el general Aníbal Guevara. Ríos Montt fue invitado a participar en una junta gobernante compuesta por tres hombres. Dicha junta anuló de inmediato la Constitución, prohibió los partidos políticos y disolvió el Congreso. Exultante, el embajador estadounidense afirmó: “Guatemala sale de la oscuridad hacia la luz”.

Nombrándose a sí mismo presidente y ministro de Defensa y gobernando a golpe de decreto tras declarar el estado de sitio, Ríos Montt declaró que moralizaría “la vida nacional de arriba a abajo”.

Su campaña de moralidad incluyó ejecuciones en pelotones de fusilamiento, algo que provocó el reproche del Vaticano, entre otros. Pero su breve presidencia fue muy notoria por la política de tierra quemada que adoptó hacia las comunidades indígenas del altiplano, lugar en el que el apoyo a la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca era más fuerte.

Bajo los planes conocidos como 'Victoria 82' y 'Fusiles y Frijoles', la población maya del país comenzó a ser percibida como un “enemigo interno” del Estado y se envió al Ejército a destrozar pueblos sospechosos de acoger a simpatizantes de la guerrilla. Alrededor de 440 pueblos fueron arrasados. De forma sistemática, se masacró a hombres, mujeres y niños, y a los supervivientes se les condujo a aldeas estratégicas y se les adoctrinó contra el “comunismo”. Sus lugares sagrados fueron profanados y se suprimió su cultura, religión y lengua.

Se cree que unas 10.000 personas fueron asesinadas, mientras que decenas de miles más huyeron a través de la frontera rumbo a México o se escondieron durante años en las montañas.

Se estableció una gran red de patrullas de autodefensa civil (denominadas PAC), en algunos casos dirigidas por miembros de El Verbo, quienes también ayudaron a identificar a supuestos simpatizantes de la guerrilla. Así se ganó el general la simpatía de la derecha fundamentalista de EEUU: recibió el apoyo de personas como Pat Robertson y Jerry Falwell. Ronald Reagan, que le tenía un afecto especial, declaró que le habían “acusado injustamente” de violaciones de derechos humanos.

En agosto de 1983, el alto mando del Ejército se cansó finalmente de recibir órdenes de un general evangélico inconformista y derrocó el Gobierno de Ríos Montt. Pero este no fue el final de su carrera política. Al tiempo que se fue restaurando gradualmente la democracia, a partir de las elecciones de 1986, el general se vendió a sí mismo como un político civil y fundó su propio partido –el Frente Republicano Guatemalteco (FRG)– para intentar ser elegido presidente.

La Constitución de 1985 prohibía a los líderes de golpes de Estado ocupar la presidencia y el intento de Ríos Montt de que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos revocase esta prohibición no prosperó. El FRG del general se hizo más fuerte y su candidato presidencial en las elecciones de 1999, Alfonso Portillo, fue elegido presidente.

A pesar de las acusaciones de genocidio, presentadas en la Audiencia Nacional de España por Rigoberta Menchú, ganadora del premio Nobel de la Paz, Ríos Montt se convirtió en presidente del Congreso en mayo de 2000. A menudo negaba no solo haber dado órdenes de masacres o de poner en práctica la política de tierra quemada, sino también haber recibido informes de las atrocidades cometidas por el Ejército. Cualesquiera que fueran sus otras peculiaridades, en ese aspecto Ríos Montt era un tirano normal y corriente.

Como miembro del Congreso, el exdictador gozó de inmunidad legal, pero esto se acabó al terminar su mandato parlamentario en 2012. Al año siguiente fue condenado por genocidio y crímenes contra la humanidad por un juez guatemalteco que le sentenció a 80 años de prisión. El caso se centró en las masacres sucesivas cometidas en el llamado Triángulo Ixil del departamento del Quiché y que acabaron con la vida de casi 1.800 indígenas –hombres, mujeres y niños–. La sentencia fue posteriormente anulada, aunque estaba siendo juzgado de nuevo cuando murió.

Traducido por Cristina Armunia y Javier Biosca

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