La pugna frente al desastre
El seísmo que el pasado 12 de enero asoló Puerto Príncipe, dejando más de 230.000 víctimas mortales y a cerca de un millón y medio de personas sin hogar ni posesiones, se considera ya una de las mayores catástrofes humanitarias de la historia.
El Servicio Geológico de Estados Unidos estableció que su magnitud había sido de 7 grados en la escala de Richter y que su epicentro se encontraba a 10 kilómetros de profundidad. Como consecuencia del temblor, una ingente cantidad de edificios quedó derruida, sepultando a sus habitantes bajo los escombros. Escuelas, hospitales, viviendas y edificios gubernamentales quedaron convertidos en ruinas.
Sólo unos días después, el 27 de febrero, un nuevo terremoto sembró el pánico en América Latina. En esta ocasión era Chile el que temblaba. El seísmo fue de casi 9 grados en la escala de Richter y su epicentro se localizó a 4,7 kilómetros de profundidad. La devastación y el miedo también se apoderaron de la población chilena.
Sin embargo, la capacidad de reacción de ambos países ha sido muy distinta; tanto como los números de víctimas y la cuantía de daños materiales.
En Chile se han contabilizado cerca de 500 muertos y, después de varios cálculos, el gobierno estima que serán necesarios unos 30.000 millones de dólares para su reconstrucción. En Haití, en cambio, la cifra se ha establecido finalmente en 14.000 millones de dólares y, las víctimas, en el espeluznante número de 230.000.
Según algunos geólogos, el terremoto que sufrió Chile fue 31 veces más fuerte que el del país caribeño, liberando 178 veces más de energía; la equivalente a 100.000 bombas atómicas como la lanzada sobre Hiroshima en 1945. Entonces, ¿Qué supone para estos dos países afrontar catástrofes de tal magnitud? ¿Dónde se encuentra el punto de inflexión que prevé un futuro esperanzador para Chile y un porvenir sombrío para Haití? ¿Qué los hace tan distintos mientras los une la tragedia?
Chile, la cima de América Latina
Este país latinoamericano lleva décadas lidiando con su pobreza para avanzar hacia delante y ser incluido entre las naciones plenamente desarrolladas del planeta. Desde que cayera la dictadura de Augusto Pinochet hace 20 años, Chile ha registrado el progreso más rápido nunca visto en este continente.
En 2006, su porcentaje de pobreza se había reducido en un 44,5% desde 1990. Los índices de pobreza bajaron del 18,7% en 2003 al 13,7% en 2006, según la encuesta de Caracterización Socioeconómica que realizó Casen en 2007.
La avanzadilla de políticas sociales que lanzó la ahora ya ex presidenta del país, Michelle Bachelet, logró pisar a fondo el acelerador, catapultando a Chile hacia los primeros puestos del desarrollo.
Así, en el Informe sobre Desarrollo Humano que publica anualmente Naciones Unidas se puede apreciar su carrera hacia las primeras posiciones en la lista. La última edición de este informe, que contiene datos de 2007, lo sitúa en su puesto número 44, de los 182 países que contempla, con un índice de desarrollo humano (IDH) de 0,88 sobre 1. En 1990, sin embargo, éste era de 0,79.
Para ilustrar este ejemplo de forma clara, cabe recalcar que, en 2007, el IDH de Portugal era de 0,90, mientras que la cifra del 0,79 que registraba Chile en 1990 se corresponde con el desarrollo actual de países como Irán o la República Dominicana.
Las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) establecen que Chile pasará formar parte del grupo de países más desarrollados del mundo en 8 años. Ya en este año 2010, se convertirá en miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a los 30 países más desarrollados del mundo.
En cuanto a la estabilidad del país, diversos rankings internacionales lo sitúan también en las primeras posiciones. Según el informe elaborado por The Economist en 2009, Chile ocupa la posición número 20 en el Índice de Paz Global de los 140 países que contempla. También The Economist publica anualmente su estudio de Desarrollo Democrático, en el que el país andino se sitúa en el puesto 30 de 167 países, destacando de forma especialmente positiva en los indicadores de procesos electorales y pluralismo y de libertades civiles.
La organización Transparencia Internacional, por otro lado, publica anualmente su Índice de Percepción de Corrupción, que mide en una escala de cero a diez (yendo de muy corrupto a nada corrupto) el nivel de corrupción en el sector público. En esta lista, Chile ocupa el puesto 23 de los 180 países analizados según los datos de 2008. Estos datos ponen de manifiesto el bajo nivel de conflictos internos que registra el país andino, que goza de una situación considerablemente estable.
Haití, los pies
Para Haití, en cambio, la situación se plantea bien distinta. Mientras que Chile se sitúa en la cúspide del desarrollo en Sudamérica, este país caribeño se encuentra a la cola de todos los rankings económicos realizados por los organismos internacionales más importantes.
Según el Índice de Pobreza Humana para países en vías de desarrollo, comprendido en el Índice de Desarrollo Humano realizado por Naciones Unidas, Haití era en 2005 el país número 70 de los 103 que se incluyen en la lista.
La población haitiana se encuentra, en una mayoría de dos tercios, en situación de desempleo y su PIB per cápita del año 2009 es de 1300 dólares anuales, frente a los más de 14.000 que percibe un ciudadano medio chileno.
Estos datos los confirma también el Informe de Desarrollo Humano 2009 de Naciones Unidas, que sitúa a esta nación con capital en la devastada Puerto Príncipe en su puesto 149 de 182.
El informe muestra la abismal disparidad de su índice de desarrollo humano respecto del chileno, calculándolo en un paupérrimo 0,53 sobre 1.
En cuanto a la estabilidad y los conflictos internos, Haití tampoco sale bien parado y, menos todavía si lo comparamos con Chile. El Índice de Paz Global de The Economist lo sitúa en los últimos puestos, concretamente, en el 116 de 144. También el estudio de Desarrollo Democrático demuestra que la clase política necesita todavía una gran evolución en esta nación del Caribe, ya que se encuentra según el último informe en el puesto 109 de 167.
Pero si existe un dato alarmante, capaz de ilustrar las fricciones internas que vive el país, es el Índice de Percepción de la Corrupción elaborado por Transparencia Internacional. Haití ocupa en esta clasificación el lugar 177 de 180, con una escasísima puntuación de 1,4 sobre 10.
Una gran cantidad de indicadores más (como los niveles de alfabetización o de capital humano cualificado) demuestran las enormes diferencias entre el país andino y el caribeño, que se sitúa en la última posición entre los Estados latinoamericanos.
Estas cifras reveladoras hacen rápidamente comprensibles las necesidades de cada uno de ellos frente al desastre, así como las expectativas que ambos países tienen de cara al futuro.
Debido a su delicada economía, Haití poseía una infraestructura especialmente débil. Esto provocó que en los 30 segundos que duró el seísmo se destruyesen edificios, puentes o carreteras por valor del 45% de su Producto Interior Bruto.
Ante una catástrofe de tal magnitud, que ha dejado a su población en una situación más precaria si cabía, la ayuda humanitaria se ha convertido en un pilar fundamental para el sustento de los haitianos. El país necesitaría tres años para su primera fase de reconstrucción si recibiese el importe total que precisa para recuperarse, según demuestran los estudios preliminares realizados por ONU. Sin embargo, aunque no se conocerán cifras oficiales hasta la celebración de la Conferencia Mundial de Haití del 31 de marzo, las principales estimaciones calculan que la recuperación podría demorarse hasta una década.
La situación es, por otro lado, más alentadora en Chile. En el país andino, pese a ser los cálculos de daños mucho más elevados, las estimaciones cifran el tiempo para la reconstrucción de su infraestructura en dos años.
Tras ver los datos citados, parece prácticamente imposible que pudiese suceder de otro modo. El azote de tan graves catástrofes naturales supone, a la luz del desarrollo y la situación interna de ambos, retos bien distintos para Chile y Haití.
Aunque los seísmos han sido ingentes en ambos países, el trasfondo político, social y estratégico lo es todo en una situación semejante. Así, Chile ha podido beneficiarse de tener una fortalecida clase política, un país altamente desarrollado (en comparación con los que lo rodean) y una robusta infraestructura para gestionar la crisis con rapidez y paliar los daños a la mayor brevedad posible.
Haití, sin embargo, no disponía de los medios necesarios para afrontar por sí solo una coyuntura de tales características y ha precisado de toda la ayuda exterior para tratar de salir a flote.
Pero no es únicamente una cuestión de consistencia de los edificios, si no de la capacidad de reacción de los gobiernos y esta última está especialmente relacionada con la inversión que los Ejecutivos pueden permitirse en servicios sociales, de rescate y en la gestión de crisis. Ya a nadie se le escapa que Chile poseía en este sentido más medios. Ahora sólo el tiempo mostrará cómo evoluciona la situación en estas dos naciones sacudidas por el desastre.
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