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EN PRIMERA PERSONA

Mi experiencia como azafata de la Copa Davis: siete euros brutos por hora, frío y sin comida ni bebida

El tenista chileno Nicolás Jarry, durante un partido de la Copa Davis.

Raquel Ares

Alumna de Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid —

Fueron mis compañeras de clase las que me convencieron para apuntarme a trabajar como azafata en la Copa Davis. En ese intento desesperado de los estudiantes que quieren ganar un poco de dinero, nos anotábamos en todas las ofertas de trabajo temporal que veíamos por Internet. Una de ellas se había registrado en Adecco por recomendación de una amiga y fue allí donde encontró el anuncio. Prometía una experiencia única disfrutando del mundo del tenis. Te lo vendían como si te estuviesen haciendo un favor al querer contar contigo para tal evento. Así lo creímos. Conocíamos a gente que había trabajado en eventos de envergadura semejante y nos había hablado de las buenas condiciones salariales que estos suelen tener, de entre diez y quince euros la hora.

La primera prueba que tenías que pasar nada más responder al anuncio consistía en una entrevista vía webcam. Todas mis amigas fueron seleccionadas también para la siguiente fase.

La segunda prueba del proceso consistía en asistir a una dinámica de grupo en las oficinas de Adecco. Hasta ese momento el trato vía email con la empresa había sido cordial. Me presenté en las oficinas el día acordado y nos reunieron a un grupo de unas veinte personas en una sala donde nos explicaron las condiciones de trabajo sin mucho detalle, nos pidieron nuestras tallas para el uniforme y nos hicieron escoger disponibilidad: mañana o tarde. Fue aquí donde nos dijeron que el salario sería de 7,19 € la hora. Una amiga decidió no aceptar el trabajo. Esperábamos más, desde luego, pero nos siguió pareciendo una oportunidad interesante y el sueldo superaba el salario mínimo. Al cabo de dos semanas, recibí un nuevo correo en el que me confirmaban para trabajar como azafata en la Copa Davis.

Lo siguiente fue una formación en la Caja Mágica en la que se nos dijo más bien poco para el tiempo que estuvimos allí. Nos citaron a las diez menos cuarto de la mañana y no salimos hasta cerca de la una. Éramos sobre 300 personas y nos iban llamando por grupos para asignarnos nuestro cargo. A mí me tocó control de accesos. Nos explicaron que estaríamos en los tornos exteriores de la Caja Mágica y que nos darían un uniforme adecuado para el puesto, con un anorak contra el frío. Fue esa mañana cuando descubrimos que el tiempo de la formación no se nos iba a pagar, que tampoco se nos iba a pagar otra hora y media de charla específica sobre nuestro puesto el primer día de trabajo y donde descubrimos que los 7,19€ de sueldo eran en bruto.

Solo quedaba ir a por el uniforme y aquí fue cuando empezó a parecernos que estábamos perdiendo demasiado tiempo en viajes a las oficinas de Adecco que no iban a contar en nómina. Recogimos los uniformes que consistían en un polo de manga larga y tela fina, un pantalón de chándal de algodón y un anorak para protegernos del frío. Nos hicieron firmar un justificante de entrega para asegurarse de que lo devolveríamos. Nos dijeron que de no entregarlo nos lo descontarían de la nómina.

Comencé a trabajar el segundo día del evento ya que el primero había consistido en una sesión de puertas abiertas para la que no fueron necesarios los controles de acceso. Algunas de mis compañeras que sí habían estado el día anterior, me advirtieron que el trato recibido por el personal de Adecco distaba bastante del idílico anuncio que había llamado nuestra atención. Habían sido muy claros: estábamos allí para trabajar y si la jornada se alargaba porque el grupo de la tarde se retrasaba y nuestra jornada de seis horas y media se extendía, no debíamos esperar una compensación económica.

Con esas premisas poco quedaba de las expectativas con las que nos habíamos inscrito a la oferta de trabajo. La hora y media de formación acerca de nuestra labor solo sirvió para tenernos de pie a la espera de que alguien nos organizarse para llevarnos a nuestro puesto. Nos repartieron nuestras credenciales y nos asignaron un jefe de equipo a cada grupo. En un par de minutos nos explicaron como funcionaban las pantallas que teníamos que utilizar para el check in de entradas. Lo cierto es que los jefes de grupo fueron siempre muy permisivos con nosotros, preocupándose porque la experiencia fuese lo más amena posible. Al fin y al cabo, ellos habían sido contratados por la ETT igual que nosotros, pero por una cuestión de experiencia les habían ofrecido un cargo superior.

En mi opinión, uno de los problemas del trabajo se debió a una mala organización. El plan podría haber sido soportable si la competición se hubiese desarrollado en otra época del año en la que las temperaturas no fuesen tan bajas: a pesar de los radiadores instalados en el techo de la Copa Davis, resultaba insoportable y muchas de nosotras aprovechábamos los viajes al baño para estirar la espalda y calentar las manos con los secadores. Los tiempos de descanso no eran suficientes o las jornadas eran demasiado largas para esas condiciones. Una simple silla en la que descansar en los tiempos muertos también habría sido de agradecer.

Trabajé en la Copa Davis dos días. En mi segunda jornada nos citaron a las nueve y cuarto, adelantando quince minutos la hora acordada, tiempo que tampoco se nos compensó económicamente. Me protegí del frío tanto como pude, pero ni con esas logré evitar el fuerte dolor de espalda debido a las bajas temperaturas (hubo ratos en el que el termómetro marcaba dos grados) y al poco movimiento que permitía mi puesto. Los momentos de actividad no eran muchos.

Durante la media hora previa a cada partido entraba gente sin parar, pero el resto del tiempo teníamos que estar de pie en nuestro torno sin nada que hacer. No se nos ofreció comida ni bebida durante toda la semana y el precio del menú de la cafetería suponía dos horas en nuestro puesto de trabajo. Fueron los propios trabajadores de los stands de comida los que se apiadaron de nosotros ofreciéndonos cafés cuando los necesitáramos. Esto ya no lo viví yo en primera persona porque no volví el tercer día, pero tengo amigas que se quedaron hasta el final de la Copa Davis. Me contaron que las condiciones evolucionaron a peor, según pasaron los días. El tiempo que yo estuve trabajando, oficialmente la jornada empezaba a las nueve y media y terminaba a las cuatro. La hora de salida dependía de que el grupo de relevo llegase a su hora. A partir del cuarto día las jornadas se hicieron más largas, empezando los del turno de mañana a las ocho y media y dando la posibilidad de hacer jornadas dobles a aquellos trabajadores que así lo aceptasen. Si aceptabas hacer dos turnos, podías irte a las seis y media de la tarde como muy temprano.

Los trabajadores empezaron a quejarse por los grupos de Whatsapp de que eran necesarios más descansos porque pasaban mucho frío y pedían recolocaciones a puertas de acceso en las que la temperatura era más soportable. La respuesta era clara: ‘Aguantad’. La explicación a esto recae en que, según fueron pasando los días, más y más gente dimitía y se llegó a un punto en el que de los quinientos trabajadores contratados inicialmente ya no había personal suficiente para cubrir los descansos. A muchos se les llegó a negar incluso la posibilidad de ir al baño.

Lo cierto es que no todos los azafatos salieron igual de quemados de la Copa Davis. Todos coincidimos en que las jornadas se hacían eternas, pero se hizo realmente insoportable para los de las puertas de acceso, donde resultaba imposible protegerse del frío.

De una cita deportiva que podría haber sido una gran oportunidad y una experiencia positiva solo nos queda el recuerdo de unas condiciones de trabajo deplorables. Todos allí coincidimos en que, para este tipo de eventos, lo ideal sería invertir desde el primer momento en unas condiciones de empleo dignas que no convirtiesen una ilusión en una tortura. De este modo, la idea de abandonar solamente se les hubiese pasado por la cabeza a aquellos que de verdad no pudiesen asistir por una causa mayor.

España ganó la Copa Davis, pero a nosotros nos queda el regusto amargo de haber participado en unas condiciones indignas del nivel de la competición.

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