Hace poco más de un año, el Ayuntamiento de Madrid anunció a bombo y platillo una solución innovadora y sostenible para hacer frente a las altas temperaturas en las paradas de autobús de la capital: las marquesinas refrescantes. Una inversión de 150.000 euros para instalar dos estructuras pioneras en Villaverde y Moratalaz, pensadas para mejorar la experiencia de los usuarios del transporte público durante los meses más calurosos. Apenas un año después, el proyecto se encuentra en el limbo. En Villaverde, la marquesina ha sufrido incidencias en el funcionamiento, y su uso ha quedado reducido, en el mejor de los casos, al resguardo de los conductores de la Empresa Municipal de Transportes (EMT) que hacen allí sus pausas.
La idea era ambiciosa. Aprovechando las condiciones climáticas de Madrid —altas temperaturas, baja humedad y brisas frecuentes— se diseñó un sistema de enfriamiento natural mediante evaporación, inspirado en técnicas tradicionales como el uso de ánforas en el desierto. Según JCDecaux, la empresa encargada del diseño y ejecución del proyecto, se trataba de una solución urbana basada en la biomimética, con un enfoque energéticamente eficiente gracias al uso de placas solares y materiales sostenibles.
El funcionamiento del sistema se activa cuando la temperatura supera los 25 °C. En ese momento, el módulo de refrigeración, alimentado por energía solar, pone en marcha un sistema de ventilación por evaporación que puede reducir la temperatura ambiente hasta en nueve grados. Las primeras pruebas con prototipos arrojaron como resultado que con una temperatura exterior de 35 °C y una sensación térmica de 48 °C, el interior de la marquesina se mantenía en 30 °C, con una sensación térmica de solo 32 °C. El sistema también integra sensores inteligentes capaces de activarse según la presencia de personas, la hora del día, las condiciones meteorológicas y el nivel de agua en el depósito.
Cuando se presentó el proyecto piloto, desde JCDecaux destacaron que “cada década desde 1980 ha sido más cálida que la anterior” y que “el aumento constante de las temperaturas hace esencial encontrar soluciones efectivas para mitigar el calor en las áreas urbanas”. A esto sumaron que Madrid, por sus condiciones secas, resulta ideal para un sistema de enfriamiento natural basado en evaporación, y que estas marquesinas contribuían tanto al bienestar de los ciudadanos como a la reducción del consumo energético.
La marquesina instalada en Villaverde se ubicó estratégicamente a la salida de la estación de Villaverde Bajo-Cruce, en una calle con ocho paradas de autobús y ni un solo árbol. Allí para la línea 23, una de las más utilizadas del barrio y cuya cabecera coincide con ese punto. Sin embargo, para encontrar esta estructura “inteligente” hay que caminar hasta el final de la calle. No hay carteles, ni indicadores, ni ninguna señal que alerte sobre su innovadora función. El botón de activación está oculto a simple vista, y en el momento en el que Somos Madrid acudió a la instalación, no sucedió absolutamente nada. Además, ha desaparecido el indicativo que mostraba el estado del sistema (inactivo, en suspensión o activo).
Lo que el área liderada por Borja Carabante vendió el verano pasado como un breve oasis de frescor, hoy se presenta como una marquesina sin apenas funcionalidad. Lejos de convertirse en un refugio climático urbano, el proyecto ha pasado desapercibido para la mayoría, y los usuarios del transporte madrileño que esperan el autobús cada día en esta parada aseguran que nunca entendieron bien cómo funcionaba.
Desde EMT defienden su utilidad y su funcionamiento. En declaraciones a este medio, fuentes de la entidad indican que “la marquesina de Villaverde ha sido sometida a revisión y está en funcionamiento tanto esta semana como la anterior”. Admiten que puede tener “incidencias puntuales, como si a una marquesina habituak se le estropea una luminaria”. Recuerdan asimismo que sus parámetros de uso se activan “por encima de 25ºC” y que “una incidencia concreta del mobiliario no significa que no está funcionando”.
Durante su presentación en 2024, el Ayuntamiento explicó que este proyecto era un experimento piloto en colaboración con JCDecaux y la EMT, con el objetivo de “evaluar su funcionamiento real en vía pública y analizar su impacto en la experiencia de usuario durante el verano”. Desde el Área de Urbanismo y Medio Ambiente aseguran a este periódico que “su funcionamiento ha sido correcto durante los meses de elevadas temperaturas”. Sin embargo, en este verano de 2025, no prevén extenderlo por el momento a otras zonas de la capital.
En cuanto a su diseño, JCDecaux explicó el año pasado que se llevó a cabo una cuidada selección de materiales para potenciar la eficiencia del sistema: metal calado para proteger la ventilación, madera tratada para evitar el sobrecalentamiento de bancos y reposabrazos, y paneles de cartón alveolar que retienen la humedad y permiten una liberación controlada del aire fresco. Además, se optó por una estructura estacional, que en invierno podría ser sustituida por paneles de cristal.
A pesar de los esfuerzos técnicos y el enfoque ecológico, el proyecto ha fracasado en su objetivo de ofrecer un refugio climático para los usuarios del transporte público madrileño. David Vollmer y Marianna Papapietro, expertos en urbanismo y cambio climático respectivamente, consideran las marquesinas refrescantes poco significativas debido a su elevado coste y su escasa efectividad. “Se trata más de gestos simbólicos que de soluciones estructurales”, aseguran. A ello se suma, el desconocimiento general sobre su función, el escaso mantenimiento y la falta de continuidad del plan, tres factores que se traducen en “buenas intenciones mal ejecutadas”.
Ambos expertos coinciden en que existen soluciones mucho más sencillas, como la plantación de árboles, que pueden resultar más efectivas, ecológicas y económicas. Frente a una marquesina inteligente de 75.000 euros que hoy no funciona, un arbolado bien planificado no solo proporciona sombra natural durante décadas, sino que además mejora la calidad del aire, reduce el efecto isla de calor y fomenta entornos urbanos más habitables y saludables. Para Vollmer y Papapietro la respuesta al calor extremo no siempre se encuentra en la tecnología más puntera, sino en recuperar lo más básico.