'Nacional 340': la memoria de La Desbandá encuentra voz en los escenarios

Aldo Conway

Murcia —
17 de mayo de 2025 09:22 h

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La memoria histórica casi siempre devuelve un reflejo incómodo; convierte la vergüenza en un argumento inapelable. En España, se ha convertido en uno de los campos de tensión más persistentes desde el final del franquismo. Mientras que en otros países europeos, y también en América Latina, establecieron procesos formales de reparación y justicia, la memoria histórica española se ha transformado en un recuerdo fragmentario abierto a interpretaciones y, en último término, propenso al olvido.

La Ley de Amnistía de 1977 cerró muchas heridas jurídicamente, pero dejó abiertas las emocionales: las cunetas, las desapariciones, los relatos distorsionados y las verdades silenciadas. Desde entonces, la recuperación de la memoria ha sido una labor intermitente, impulsada más por iniciativas ciudadanas, familiares y culturales que por políticas promovidas por el Estado. La obra teatral Nacional 340, creada por Elena Mateo, Carmen Liza y Claudia Maró -quienes, a su vez, integran el colectivo Physical Collage-, se zambulle en una de los traumas generacionales más importantes del siglo pasado: La Desbandá, el dramático éxodo masivo de civiles desde Málaga hacia Almería por la carretera homónima, perseguidos y bombardeados por las fuerzas de Queipo de Llano en 1937.

La obra, finalista en los Premios Max 2024 en las categorías de Mejor Espectáculo Revelación y Mejor Autoría Revelación llegará a los teatros Luchana de Madrid este domingo 18 a las 16:30h y el lunes 19 de mayo a las 20:00h.

Sus creadoras destacan que la obra busca fundamentalmente generar un diálogo entre generaciones y posturas distintas, mostrando la historia desde un lugar abierto, donde la reflexión y el debate primen sobre las posiciones cerradas. Desde la Escuela Superior de Arte Dramático (ESAD) de Murcia, donde se gestó el primer impulso del proyecto, su directora María Dolores Galindo destaca que lo relevante de Nacional 340 no es solo el tema que aborda: también desde dónde se cuenta. “Lo interesante es que son veinteañeros quienes nos hablan desde el escenario”, apunta. “La obra parte de una generación que ya no vivió la guerra ni la posguerra, pero que carga con las huellas heredadas. Esa distancia les permite hacerse preguntas nuevas: no solo sobre la memoria colectiva, sino también sobre lo que implica la herencia cultural dentro de las familias. Se preguntan por qué preferimos olvidar, por qué no se estudia un genocidio como el de la carretera de Málaga a Almería”.

Uno de los efectos más notables, según Galindo, ha sido precisamente la reacción del público joven: muchos no sabían nada de aquel episodio y salían del teatro preguntándose por qué jamás lo habían oído antes. La directora de la ESAD de Murcia también pone en valor la complejidad formal de la pieza: “La obra está construida a partir de una diversidad de lenguajes escénicos. En algunos momentos se acerca a la instalación; en otros, al teatro-danza. Incluye escenas en verbatim -la reproducción literal de testimonios reales- y se apoya en técnicas propias del teatro documento y el teatro postdramático. El audiovisual, el espacio sonoro y el tratamiento del tiempo en escena también tienen un peso clave”.

Esa heterogeneidad formal no se plantea como un alarde estético; es más bien una vía para abordar dificultades a la hora de narrar. La fragmentación, el cruce de materiales, la fisura entre lo real y lo escénico: todo en la pieza parece responder a la dificultad de representar una huida, un silencio o un duelo que nunca acaba. Nacional 340 asume la memoria como un ejercicio inestable, lleno de huecos, y por tanto también como una experiencia escénica más abierta a dudas que a certezas. elDiario.es Murcia ha podido hablar con Carmen, Claudia y Elena.

La obra lanza una pregunta directa: “¿De qué huimos hoy los jóvenes?” ¿Notáis una desconexión generacional con los hechos que contáis?

Sí: es algo muy generacional. Se tiene mucha información sobre lo que sucede ahora, especialmente por las redes sociales y por la exposición constante a conflictos actuales como el de Palestina. Pero sobre lo que ocurrió en España, apenas se sabe. En muchos institutos, la Guerra Civil no se enseña, y si se hace, suele depender del interés puntual de algún profesor. La mayoría no ha estudiado nunca la Desbandá; sigue siendo un episodio desconocido para buena parte de la población. Existen vacíos de información que no se han querido llenar, y eso genera rechazo: la memoria histórica se percibe como algo antiguo, lejano, que no importa, cuando en realidad sigue muy presente.

¿Qué os gustaría que se escribiera sobre Nacional 340 dentro de 20 años?

La vemos como un ejercicio de memoria. Ojalá pudiera convertirse en un recurso para que los jóvenes conocieran su historia, igual que en el futuro se estudiarán cosas como el apagón o la cuarentena. Nos encantaría que la obra pudiera representarse en muchos sitios porque este suceso se tiene que conocer en toda España, e incluso fuera. Sería muy valioso que pudiera utilizarse también en contextos educativos, que los profesores pudieran trabajar con el texto en clase, que sirviera para aprender y para no olvidar.

Con el recuerdo tan reciente de Gaza, es imposible no encontrar paralelismos con La Desbandá.

En realidad, la única diferencia entre una cosa y la otra es el tiempo que ha pasado; lo de Gaza, evidentemente, es un horror y es de las peores cosas que se han visto, pero a veces nos olvidamos de que aquí pasó exactamente eso. Eran imágenes muy parecidas: también había niños desnutridos, también había gente muerta en el suelo. Siempre son los inocentes los que sufren las guerras. Será utópico decirlo, pero se puede vivir sin guerras y para eso hay que politizarse. Estamos tropezando una y otra vez con lo mismo: intereses económicos, políticos, de poder, y la gente sigue muriendo. Justo cuando hicimos la obra en la escuela había empezado la guerra de Ucrania, y también nos tocó. Se parecían mucho las imágenes: una huida masiva hacia ninguna parte, con la población completamente abandonada.

Y es que en el caso de La Desbandá, además, hay una dimensión internacional muy clara: participaron la Legión Cóndor nazi, el ejército de Hitler, el de Mussolini… Ves el panorama y, claro, se repite el patrón. Hay paralelismos a muchos niveles.

Las víctimas de La Desbandá eran civiles; mujeres en su mayoría al cuidado de niños y ancianos. Los hombres pensamos muy poco en esto, pero ¿cómo se vive una huida así cuando, además de a ti misma, también tienes que cuidar de otros?

La mayoría de los hombres fueron llamados a luchar. Desde ahí ya partimos de dos lugares distintos: los hombres iban al frente, las mujeres huían. Luego está el miedo específico a ser violada, que muchas mujeres sufrieron, o el miedo de que le pasara algo a tus hijos, a las personas a las que cuidabas. En la obra hay un testimonio que habla de eso directamente. Las mujeres se hacían cargo de quienes no podían valerse por sí mismos: niños, mayores, personas enfermas. Todo ese peso también es parte del horror. No porque los hombres no sufrieran, obviamente, pero eran dolores distintos.

Por eso es imprescindible una mirada femenina de estos sucesos.

Por ejemplo, muchas de las imágenes que tenemos de La Desbandá las hizo un fotógrafo canadiense, que fue uno de los primeros en documentar lo que ocurrió. Pero hace poco supimos que a su lado iba también Gerda Taro y, sin embargo, casi nadie conoce sus imágenes. En el trabajo que hace una mujer hay una sensibilidad distinta, un enfoque diferente. Las fotografías de ella eran muy distintas a las de él, y eso también es importante. Luego están historias como la de Las Trece Rosas, o las milicianas republicanas y anarquistas, que no se conocen tanto. Y creo que el hecho de que seamos tres mujeres en el escenario contando este suceso también dice mucho.