El ser humano no nace constituido como un sujeto con una naturaleza plenamente desarrollada, sino apenas como un animal desvalido, dependiente e incapaz de ejercer las facultades específicamente humanas que desarrollará más adelante. Eso sí, tiene un potencial, sin comparación en ningún otro ser viviente conocido, de desplegarse a nivel intelectual, moral y sociopolítico, y de devenir genuinamente humano.
Hay quien no aprecia una diferencia substancial entre los hombres y otros animales. Algunos movimientos animalistas llegan a reivindicar derechos para los animales y a situarlos en una posición de igualdad con los hombres. También son conocidas las corrientes ideológicas que rebajan a algunos hombres al nivel de los animales (nazismo, esclavismo racial…) o lo hacen con todos, como la filosofía de Hobbes. Sin embargo, uno de los grandes logros de nuestra cultura es la proclamación de los Derechos Humanos, la comprensión de que todo ser nacido de mujer, sólo por el hecho de serlo, tiene una dignidad intrínseca que le coloca por encima de otros animales. Entendemos que esa dignidad es independiente del nivel de desarrollo que logre una persona concreta. Y sin embargo, no todas las personas alcanzan el mismo desarrollo.
Aristóteles consideraba que el hombre era un animal político y que sólo en la polis podía desplegar su dimensión sociopolítica y convertirse en un ser humano completo. Desde esta perspectiva, los súbditos de pueblos bárbaros son hombres funcionalmente mutilados de una parte nuclear de sí mismos, seres subhumanos. Podemos considerar que el desarrollo sociopolítico de los ciudadanos que Aristóteles consideraba posible sólo en la polis, es concebible también en otros entornos dotados de una auténtica democracia, y que resulta imperativo fomentar dicho desarrollo político puesto que en ello no se juega sólo el desarrollo de un grado mayor o menor de autonomía personal, sino la misma condición humana.
La Ilustración identificaba en la Razón aquello que nos hace genuinamente humanos, llegando a reificarla y a divinizarla como el referente básico que había de guiar a la sociedad. Consideraba además que la educación es un elemento crucial en el desarrollo de la razón. Rousseau es uno de los autores principales, pero no el único, que aborda el problema de la educación buscando un método que promueva el desarrollo de la razón del ciudadano, del ser humano.
A raíz de la Ilustración se ha llegado a establecer una equiparación entre las capacidades intelectuales y la condición humana. Esta visión reduccionista, según la cual la dignidad humana no llega más allá de su cociente intelectual, ha motivado la esterilización forzosa de “retrasados mentales” en Estados Unidos y la “eutanasia” de discapacitados en Alemania. Aunque en la actualidad hayamos superado estos extremos, aún persisten ecos de estas ideas. La educación universal, cuando no es pervertida por el capitalismo hacia la producción del “Homo faber”, o desvirtuada por fuerzas entrópicas que pretenden evitar que el desarrollo de algunos provoque desigualdades, busca desarrollar las mentes de los ciudadanos, o como se dice tantas veces, hacer personas. Aunque no sea correcto reducir al hombre sólo a su razón, el cultivo de esta facultad es un elemento central en su desarrollo como ser humano.
Existen psicópatas desprovistos de moral. Estos seres tienen déficits importantes a nivel de la empatía, ya sea por su incapacidad para percibir el sufrimiento del otro, o por su fallo en posicionarse de forma adecuada respecto de dicho malestar. Los psicópatas pueden cometer grandes atrocidades sin sentir culpa por el daño que le producen a otro. Con frecuencia nos referimos a ellos como monstruos, animales o bestias. Estas expresiones pueden ser entendidas metafóricamente o como la manifestación de que les falta un elemento propio de los seres auténticamente humanos.
El desarrollo de un ser humano requiere su despliegue como ser racional, moral y sociopolítico. Es función de la sociedad, y del estado allí donde éste existe, apoyar este proceso, aunque sin negar la responsabilidad que cada individuo tiene con su propia construcción como sujeto. Sin embargo, existen fuerzas sociales y políticas deshumanizadoras que se oponen al progreso del ser humano y empujan a las personas a posiciones subhumanas. H. G. Wells mostraba en “La máquina del tiempo” cómo una sociedad capitalista podía excluir a una parte de su población hasta el punto de convertirlos en “morlocks”, unos seres animalizados desprovistos de razón y de moral.
Que todo ser nacido de mujer posea la dignidad del ser humano no significa que no sea necesario un gran esfuerzo, personal y social, para desarrollar el potencial innato y devenir genuinamente humano. La negligencia en esta función es un auténtico “crimen contra la humanidad”. En nuestra mano, tanto a nivel individual como colectivo, está trabajar en la más gloriosa de las tareas o cometer el más abyecto de los crímenes.
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