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El manual de Gandhi

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La primera vez que Joe Sacco estuvo en Gaza le propuso a un compañero de la zona una solución, siguiendo el manual de Ghandi. Si los palestinos se manifestaban pacíficamente frente al muro, Israel se avergonzaría ante todas las naciones, aunque no fueran tan sagradas ni elegidas, y la guerra tendría que acabar. Su compañero palestino, entre el horror y el asombro por la ingenuidad occidental, le dijo que eso era una locura. Que les dispararían.

Eso fue lo que ocurrió en las concentraciones civiles y desarmadas de hace seis y siete años, donde doscientas personas fueron asesinadas en nombre del dinero y la Toráh. Sacco dijo entonces que el mundo, ante la barbarie, bostezó y siguió a lo suyo. El maestro del periodismo gráfico ha vuelto hace meses a las librerías con el comic ‘La guerra de Gaza’ (Reservoir Books, 2024) un relato de emergencia dibujado con humor negro, donde habla de memoria, vergüenza, compasión y dignidad. Nunca más ha vuelto a dar consejos. Leer sus viñetas es más saludable que las opiniones de sofá que suelen ensuciar las redes. Más divertido que una tertulia de geopolítica, ese término al que ahora quitan aplomo las vicetiples de tercera en televisión. Quienes solo somos gente no podemos sorber gazpacho mientras asistimos al genocidio en directo. El mundo entero sale estos días a pedir justicia, y en Cartagena, mi ciudad, a la escultura de bronce del Icue le pusieron una kufiya sobre sus hombros de chiquillo callejero.

Ocupar de largo las arterias principales del centro, con más de un millar de personas gritando Palestina Libre no es una utopía, sino una necesidad urgente. Significa que, en la región, en el país, en todo este formidable y estúpido planeta, la sangre llega como debe al corazón. Cuando los gazatíes fueron acribillados en aquellas manifestaciones pacíficas, Amnistía Internacional certificó que los francotiradores habían disparado con precisión muy quirúrgica a las extremidades de los manifestantes más jóvenes, para que tuvieran secuelas de por vida. Para que tuvieran que amputar. Eso lo justifican (¿y aplauden?) esa corriente analfabeta, oscura y peligrosa que llama zurdos a todos los demás.

La manifestación por Palestina ha convocado a toda clase de personas, españoles y musulmanes de bien, mayores con las rodillas entumecidas de tanto parón en la calle, jóvenes con pancartas hechas a mano, niñas de ojos muy grandes que habían escrito en árabe sobre una cartulina con colores Palestina Libre, Filistin alhura, maestros que dan ejemplo a sus alumnos, jubilados, estudiantes, todos, y digo todos, los que no se conforman con mirar. Políticas como María Marín, la única que se ha acordado de Gaza en el Parlamento murciano. Mujeres de otros partidos que nunca dicen esta boca es mía, pero bienvenidas serán. La emocionante Carmen, de noventa y dos años, tan preciosa y elegante como esas damas de las tardes con té y pastas en un atardecer de Brighton.

No es necesario hablar de ausencias en causas como esta, tan noble. Están quienes quieren estar. Cuando el hombrecillo de las Azores nos llevó a la guerra contra Irak y el país entero se echó a la calle, recuerdo haber visto en una de esas manifestaciones al que entonces era vicepresidente de la Asamblea, Antonio Martínez Fayrén, del grupo popular. Como uno más. Eso ahora, como estamos viendo, es del todo impensable.

Los que solo somos gente tenemos que soportar, y blasfemar lo justo, contra los idiotas que hablan del exterminio de personas como si fuera un partido Madrid-Barça. Alguna famosa perturbada diría, con impostado mohín de desprecio: terrorismo o libertad. Las expresiones de protesta colectivas, pacíficas y multitudinarias sirven para desmontar todo ese detritus ideológico que los nuevos nazis quieren normalizar. En Gaza lo hacen matando niños, arrasando todo un pueblo desde el río hasta el mar. Nadie les protegerá. En Murcia, territorio de ofrenda a cualquier fondo buitre, los más inútiles quedan a comer frente al Mar Menor para tocar la lira y contemplar el ecocidio. Tampoco importamos a nadie, pero saberlo no significa acatar. Seguro que hay muchas maneras de hacerlo, si de verdad hay propósito. Aunque me da la sensación de que, en Murcia tampoco nos va a servir de mucho el manual de Ghandi.