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Elisa Séiquer: un salto sobre el tiempo

'Juego de muchachos', de Elisa Séiquer, es una escultura a la que hay que rodear varias veces para poder apreciarla en toda su belleza: su composición sólida, equilibrada y al mismo tiempo frágil y dinámica; sus huecos, su volumen. Dos niños desnudos y delgados se agarran por las muñecas y tiran el uno del otro en direcciones opuestas, cruzando sus piernas. Es una escena alegre aunque ninguno de los dos esboza más de media sonrisa. Están concentrados en su juego.

La escultura fue colocada en 1982 en los jardines del Malecón, en Murcia, y desde el primer momento atrajo a vándalos homínidos que le dieron golpes y la mutilaron. Siete años después fue retirada y guardada en un almacén municipal, donde durmió el injusto sueño de los justos mientras los vándalos antes descritos proseguían con su vida y, suponemos, corrían por las calles. Séiquer aún vivía. En 2008, doce años después de la muerte de la autora, el Ayuntamiento de Murcia restauró la escultura y la colocó en el Jardín de Isaac Peral -lamentablemente conocido como 'de las Tres Copas'-.

Aunque no es una obra que muestre el estilo más característico de Elisa Séiquer (Murcia, 1945-1996), el recorrido de 'Juego de muchachos' podría ser una metáfora del reconocimiento -y del no reconocimiento- de la escultora. Sus inquietudes vitales y artísticas en mitad de un triste letargo cultural, sus ideas de libertad en plena alienación de la dictadura franquista, su condición de mujer en un país machista y, en definitiva, su presencia en un mundo hostil, no fueron suficientes obstáculos para ella gracias a su carácter fuerte y a su anhelo por experimentar; a su necesidad de formularse preguntas sin descanso.

La muerte le llegó pronto y Elisa Séiquer quedó en el almacén del olvido. Al menos, en aquello que llamamos 'olvido institucional', condenada a una falta de reconocimiento público que sólo en los últimos tiempos comienza a ser corregido. Como 'Juego de muchachos', Elisa Séiquer ha sido restaurada y puesta a la vista de todos, y eso no quiere decir que en este tiempo nadie haya clamado por hacerle justicia.

En 2001 tuvo lugar una exposición retrospectiva en la Sala Verónicas de Murcia bajo el título 'Elisa Séiquer. Una historia que no cesa'. La muestra, organizada por la Dirección General de Cultura y la Fundación Cajamurcia, estuvo comisariada por Pedro Alberto Cruz Fernández, y en su catálogo se hizo referencia a la entrevista que Elisa Séiquer concedió a La Verdad en 1962, cuando sólo tenía 17 años: “Mi estilo consiste en mostrar a los demás lo que no les interesa conocer: el ángulo pesimista de la vida”, explicó la entonces joven artista. Toda una declaración de principios.

Según Cruz, Elisa Séiquer se inclinó desde el principio “por la vertiente de una realidad trágica, pesimista, en la órbita de la angustia adolescente súbitamente raptada del entorno protector, y obligada a la crítica feroz de su pasado acomodaticio y de un presente opresor, basado en el convencionalismo formal y la negación de las ideas propias por peligrosas”. Y eso que, según ella misma admitió, Murcia era “una tierra amable, luminosa y optimista por naturaleza”.

Poco tiempo antes de la entrevista a La Verdad -’La única mujer escultora que hay hoy en Murcia tiene 17 años’, rezaba su titular-, Séiquer había conocido al pintor José María Párraga, y tal y como relata Concha Hernández en un artículo en La Opinión, de su mano se incorporó “al núcleo de artistas murcianos que combinaban las ideas políticas de izquierdas con el mundillo de las artes”. Elisa tuvo que esforzarse en convencer a sus padres de que sus nuevos amigos “no se comían a nadie”. Además de Párraga, formaban el grupo los artistas José Hernández Cano, Manuel Avellaneda y José Luis Cacho. Pero no fueron los únicos que forjaron a Elisa, sobrina del también escultor José Séiquer Zanón: “De José Jardiel adquirió la disciplina del dibujo, e igualmente fue importante el tiempo de trabajo en el taller de González Moreno; él sería su maestro en el arte de esculpir”, añade Hernández.

La formación académica de Elisa Séiquer discurrió por la Escuela de Artes y Oficios de Murcia, y más tarde por la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia, y luego por Madrid y París, además de dejarse inspirar por la obra de autores internacionales como Giacometti o Rodin. Fruto de su relación con otros artistas murcianos del momento, creó el Grupo Aunar junto a Párraga, Avellaneda y Aurelio, llegando a exponer su obra en 1964 en la antigua Casa de la Cultura -el actual Museo Arqueológico de Murcia-.

“El conocimiento, prohibido en cualquier sistema religioso o político que pretenda imponerse sin contestación, trata de superar el veto ahondando por un lado en aquello que parece quebrar la bondad del orden establecido (el bienestar ficticio de la acomodación y el no-pensar), manifestado en el desasosiego, en el desequilibrio emocional que evidencia la realidad de una Humanidad sufriente, y por otro en la instrospección, en el conocimiento de sí mismo para llegar allí donde la propaganda, el temor y las prohibiciones se desvanecen en la seguridad de lo íntimo, y el caos de la visión personal desinhibe la mente”, argumenta Cruz Fernández. De ese modo es como Elisa Séiquer crea unas obras que pasan a convertirse “en un espejo donde el espectador ve reflejada su imagen”, así como “en fusta que le azuza para salir del letargo al que involuntariamente se ha visto abocado por la ignorancia”.

Porque además de las barreras ideológicas de la dictadura y de las derivadas de su condición de mujer, en Murcia existía un obstáculo artístico y formal añadido para los escultores. Lo explica de este modo Antonio Oliver en 'Medio siglo de artistas murcianos': “Sobre los escultores murcianos del novecientos gravitaba, todavía muy próxima, la gran tradición escultórica de la escuela de Salzillo. Esta escultura, entrañada en el alma popular, era muy difícil de ser superada ”. Queda para la imaginación y para la especulación de qué manera habría encontrado su propio camino un Francisco Salzillo nacido en el siglo XX, tras la obra del artista cumbre que fue el Francisco Salzillo del siglo XVIII.

Elisa Séiquer encontró el suyo “en un estilo figurativo de vanguardia”, tal y como explicó ella misma en otra entrevista de 1972, cuando ya era una autora reconocida: “Existen problemas humanos y quiero esculpirlos dentro de una forma moderna, no abstracta, ¿eh?; hay quien cree que lo abstracto es la forma de expresión de hoy, pero ya es algo pasado”.

En opinión de Pedro Alberto Cruz Fernández, la “forma moderna” a la que aludía Séiquer “presupone libertad, investigación, ruptura, apasionamiento destructivo, desgarramiento de la forma y su disección hasta llegar a mostrar tendones y huesos, y con ello, a la representación fea del cuerpo humano; a la creación antitética en clara oposición a la divina”. Así se produce el choque estético que, por ejemplo, plasmó Cayetano Molina en 1973, en el diario Línea, al analizar la exposición de Séiquer en la galería Chys: “Hemos de reconocer que la impresión de las figuras destripadas, con las vísceras al descubierto (...), y las cabezas agujereadas como de interfectos decapitados, constituyen un espectáculo demasiado desagradable para las personas que buscan en el arte, sobre todo, un goce espiritual sin morbosas desviaciones”.

“Menos mal que, junto a tales esculturas de relato negro, Elisa Séiquer expone otras de bello aspecto, en las que resuelve victoriosamente los difíciles problemas de espacio y movimiento en la representación, y además, algunas cabezas de estudio con rectitud figurativa que, por el delicado trato de las formas, suponen un considerable alivio para el espectador, aterrorizado por los otros horrores”, proseguía Molina en su crítica sobre la obra de Séiquer expuesta en Chys.

Entre 1975 y 1992 Elisa Séiquer tuvo en los torsos desnudos y en el retrato sus principales temas, “combinando su sentido clásico de la superficie, el volumen y la fidelidad, con el puro expresionismo del hueco, la hendidura y el modelado atormentado”, explica Cruz. De aquel periodo es ‘Juego de muchachos’ y la ‘Sagrada Familia’ del colegio Maristas de Cartagena, y retratos como los de Juan Antonio Molina, Juan Martínez Lax, Francisco García Silva o Ángel Belmonte. Entre los materiales que más usó encontramos el cemento y el bronce.

Elisa Séiquer hizo compatible su escultura con las enseñanzas artísticas: fue profesora de bachillerato en Yecla, en Mula y en varios centros del municipio de Murcia. También se destacó por sus fuertes principios políticos y sus ideales socialistas, y según Pedro Alberto Cruz Fernández, por su entrega “a una vida que se consumía entre los grandes gestos, las ilusiones frustradas, la búsqueda de compañía, la radicalización en sus posturas y convicciones, la dualidad enfrentada y no superable…”.

En 1992 expuso varias obras en el pabellón de la Región de Murcia, en la Exposición Universal de Sevilla, y poco después cayó enferma y tuvo que luchar contra el cáncer durante dos años. Elisa Séiquer murió el 20 de junio de 1996, con 50 años de edad, y con ella se fue la última representante de la que Cruz llamó la “generación maldita”, la “generación perdida”.

Visto en perspectiva, resulta curioso que Elisa Séiquer ganase en 1971 un Premio de Escultura que recibe el nombre de Salzillo, el genial autor que, involuntariamente, impuso una determinada estética en la escultura y en los ojos de Murcia; y, además, que la obra premiada llevara por título ‘El salto’, porque de hecho así fue: Séiquer fue capaz de saltar sobre su tiempo.

`El Salto´, la obra con la que Séiquer ganó el Premio Salzillo es parte de la exposición temporal del Convento de San Antonio (Calle de San Antonio), dedicada a los artistas que vivieron en el barrio de Santa Eulalia.

Documentación:

Tomás García

Catálogo de ‘Elisa Séiquer. Una historia que no cesa’ (2001)

‘El olvido de Elisa Séiquer’, de Concepción Hernández (La Opinión, 29 de octubre de 2011)

Blog ‘Escultura pública’, de Mariángeles Muñoz Cosme

Blog ‘Pedradas de Pedro’, de Pedro Serrano Solana

'Juego de muchachos', de Elisa Séiquer, es una escultura a la que hay que rodear varias veces para poder apreciarla en toda su belleza: su composición sólida, equilibrada y al mismo tiempo frágil y dinámica; sus huecos, su volumen. Dos niños desnudos y delgados se agarran por las muñecas y tiran el uno del otro en direcciones opuestas, cruzando sus piernas. Es una escena alegre aunque ninguno de los dos esboza más de media sonrisa. Están concentrados en su juego.

La escultura fue colocada en 1982 en los jardines del Malecón, en Murcia, y desde el primer momento atrajo a vándalos homínidos que le dieron golpes y la mutilaron. Siete años después fue retirada y guardada en un almacén municipal, donde durmió el injusto sueño de los justos mientras los vándalos antes descritos proseguían con su vida y, suponemos, corrían por las calles. Séiquer aún vivía. En 2008, doce años después de la muerte de la autora, el Ayuntamiento de Murcia restauró la escultura y la colocó en el Jardín de Isaac Peral -lamentablemente conocido como 'de las Tres Copas'-.