Elogio de la proximidad

La expresión “glocalización” fusiona los términos global y local, haciendo que estas palabras, en principio antagónicas, queden unidas para expresar una realidad que hemos podido comprobar con crudeza en los últimos meses: cualquier acontecimiento local tiene repercusión en el mundo y, viceversa, todo lo que sucede en el mundo nos afecta directamente.

Sin embargo, a la hora de intervenir en la realidad, el valor de lo cercano cobra protagonismo. Las ideas globales deben llevarse al terreno de la concreción, a la sustancia de las cosas. Por eso, los valores que dan forma a una sociedad deben ser atajados desde la proximidad. Me quiero centrar en cuatro campos de actuación. 

1. Una economía de proximidad

Tras la crisis de la COVID-19, la mayoría de ayuntamientos y comunidades autónomas han impulsado campañas para reactivar la economía de proximidad. Se ha despertado una conciencia colectiva sobre la importancia de promover lo autóctono. La impulsada por el Gobierno de Navarra cuenta con un evocador eslogan: “Ganas tú, gana nuestra tierra”.

Las tendencias sociales muestran un creciente afecto por la economía cercana frente al mercado transnacional. Hay una revaloración del trabajo realizado por nuestros empresarios, autónomos, agricultores y comerciantes. Asimismo, la crisis también evidencia la necesidad de fijar un horizonte de reindustrialización endógena para lograr más soberanía y menos dependencia. 

2. Una ruralidad de proximidad

Decía Miguel Delibes que el mundo rural es cercanía y concreción; el urbano, distancia y abstracción. Delibes reivindicaba la ruralidad frente a la despersonalización del sujeto aislado, frente a la moral urbanita de creer que el modo de vida rural es antiguo, cruel y prescindible.

Y es que la cultura rural nos da la posibilidad de recordar quiénes somos y pensar qué queremos ser. Nos ofrece raíces comunes y caminos disidentes, inviernos de cierzo y veranos a la fresca. Lo cantó José Antonio Labordeta: “de esta tierra hermosa, dura y salvaje, haremos un hogar y un paisaje”.

3. Un ecologismo de proximidad

La protección del entorno debe tener un enfoque localista, a pequeña escala, ya que el cariño por la tierra no se valora igual en abstracto como en concreto. Por eso, la conservación del medio ambiente debe corresponder en primer lugar a la sociedad civil y a las comunidades locales.

El escritor conservador y conservacionista Roger Scruton habla en su libro “Green Philosophy” de la “oikophilia”, que significa literalmente “amor por el hogar”. No obstante, a mi modo de ver, también es preciso anudar lo ecológico a lo social, conectar la “oikophilia” con el bien común, es decir, defender el hogar y defender a sus huéspedes.

La cultura rural nos da la posibilidad de recordar quiénes somos y pensar qué queremos ser. Nos ofrece raíces comunes y caminos disidentes, inviernos de cierzo y veranos a la fresca

4. Una patria de proximidad

Según Terry Eagleton, “sólo hay una cosa peor que la identidad y es no tener ninguna”. Ante la disgregación social, el arraigo al territorio genera un vinculo con esa patria abarcable que uno aprende a caminar, conocer y respetar.

Gregorio Luri, filósofo de Azagra, hace una analogía entre el orgullo nacional y la autoestima personal: “Un país que no se aprecia difícilmente querrá mejorarse, mientras que si se aprecia a sí mismo, dispondrá de un capital de confianza para afrontar las incertidumbres del futuro”.

Eso sí, amar un país no consiste en agitar la bandera más grande. Se ama la patria conociéndola, cuidando de sus bienes comunes, de su patrimonio, de su memoria y proyectando sobre ella una mirada exigente.

En definitiva, en estos tiempos de distancia física no debemos olvidar que la proximidad nos hace prójimos. La naturaleza, el trabajo honesto, el hogar, el pueblo, la vida… todo lo que nos hace felices surge y se disfruta desde la proximidad.