“Si se hace pis encima llamamos a los padres” o la angustia de las familias con hijos que empiezan el colegio

En las reuniones que los colegios suelen organizar antes del verano con los padres y madres con hijos en edad de comenzar el segundo ciclo de educación infantil en septiembre ya se advierte: no pueden entrar a clases con pañales. Para muchas familias se presenta así un verano de angustia con un objetivo que ahora deben comprobar si han conseguido: que los pequeños, que han cumplido o cumplirán tres años durante 2018, sean capaces de controlar sus esfínteres. De no hacerlo, la norma general es que si los alumnos se hacen sus necesidades encima, se llama a los padres para que vayan a cambiarlos.

Desiré vive en Alicante y recuerda el verano previo a la entrada de su hijo mayor al colegio como “horroroso”. “Es un chico, que normalmente tardan un poco más en madurar; era de finales de año; acababa de nacer su hermana, que siempre afecta para estas cosas; y siempre se situaba al final de las horquillas que te dan para todo. No estaba en absoluto preparado para que le quitáramos el pañal”, explica.

Pese a que durante los meses previos lo intentaron “todo”, el niño llego a la escuela sin ser capaz de controlar los esfínteres y las llamadas para ir a cambiarlo comenzaron a hacerse frecuentes. “Tenía que salir del trabajo e ir para allá en el momento en el que te dijeran. A veces se quedaba sin patio porque estaba manchado y en invierno comenzaron a quedarle las piernas con rojeces e irritaciones”, lamenta. Finalmente, tras negociar con el centro, consiguió que le permitieran acudir con braga pañal, pero en las mismas condiciones que si no la llevara: es decir, debía ir a cambiar al niño.

El problema radica, principalmente, en la falta de medios en las escuelas. “No existe una normativa estatal al respecto y, aunque es cierto que algunos ayuntamientos pueden dedicar una partida a contratar a un auxiliar -un técnico educativo III, que se encarga de cambiar a los pequeños, entre otras muchas funciones de apoyo a la labor docente-, a partir de la crisis la presencia de esta figura disminuyó, pese a que antes tampoco estaba generalizada”, indica el secretario de Educación Pública No Universitaria de la Federación de Enseñanza de Comisiones Obreras, José María Ruíz. Por eso, desde el sindicato reclaman que “eso esté en plantilla en cada centro”, algo que solicitan también desde la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA), cuyo vicepresidente, Antonio Martín pide “medios para que no se den estas situaciones, porque el niño tiene que estar pasándolo mal”.

“Nosotros empezamos a quitarle el pañal en julio y en septiembre no había hecho pis en el orinal ni una vez. Acabó cogiéndole miedo y cuando lo veía nos decía: no, no, no”, relata Cinzia sobre la experiencia con su hijo pequeño. Con unas ratios de 25 alumnos por clase, los propios profesores reconocen que no dan abasto. “Los maestros estamos solos con 25 niños; no tenemos forma física de cambiar a ese niño, porque supone ir al baño, cambiarle… mientras los otros 24 están solos”, explican desde el CEIP Sor Ángela de la Cruz de Sevilla, donde la norma es clara: “Tienen que venir controlando esfínteres y, si no, llamamos a los padres”.

Dificulta crear vínculos con la escuela

La doctora en Psicología de la Educación y profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, Silvia Blanch lamenta que “estas maneras de hacer las cosas se basan más en una necesidad del adulto que del niño”. Además, explica, esta situación envía a los pequeños, que acaban de incorporarse a una clase con personas desconocidas, un mensaje “muy negativo y muy potente: debe venir tu madre porque no podemos cubrir tus necesidades, lo que impide el vínculo con el profesorado y la confianza en la escuela”.

Blanch hace hincapié en el proceso que lleva hasta el control de esfínteres. Un proceso que engloba elementos físicos, psicológicos y afectivos. “Si no conjugas esos tres elementos, le acabas forzando a través de premios y castigos de forma que lo acaba haciendo de manera mecánica” y “tal vez, no sea lo mejor para el niño a nivel psicológico y afectivo”.

En ocasiones, se dan también situaciones que rayan el absurdo. Marta (nombre ficticio) era profesora de educación especial de niños con discapacidad en una escuela pública de Andalucía cuando su hija empezó a clase en otra. “La niña estaba perfectamente preparada para hacer pipi y caca, pero el primer día, por los nervios, se lo hizo encima. Como la niña vio que si se hacía pis mamá iba, siguió haciéndolo todos los días. Al principio no hubo problemas, pero al cabo de una semana el director de mi centro me dijo que no podía ausentarme todos los días. No tenía apoyo familiar cercano y cuando le planteé el problema al director del colegio de la niña me dijo que tenía que ir porque cambiarla no entraba dentro de sus competencias”.

Dadas las circunstancias, Marta habló con inspección educativa pero pese a que le comunicaron que “no podía abandonar su puesto de trabajo” y que “el centro no podía entregar sucia a la niña”, no le plantearon ninguna solución. “Yo pedía una normativa que dijera que eso era así, pero nadie me pudo facilitar nada”. Vacío legal.

Los colegios que cuentan con la figura del auxiliar son aquellos que tienen alumnos con un informe de necesidades educativas especiales del orientador o el psicólogo. Pero, en la teoría, estos solo pueden atender a esos niños. “A un niño que no tenga ese informe, no le puedes ayudar”, indica la auxiliar del CEIP José Zorrilla, de Asturias, María José Gutiérrez. En la práctica este centro es más permisivo. “Si se hacen pis y sabes que los padres están lejos o trabajando, les pides permiso y los ayudas, pero lo haces más que nada por el crío”, indica. Isabel Viejo es profesora en ese mismo colegio y explica que “si un niño viene con pañal, entra. No le voy a decir a una familia que lo deje en casa por eso”. Pero reconoce, eso sí, que depende de la dirección de cada centro y que en otros “los tenías esperando, aunque no comulgues con eso”.

Respetar la evolución

En otros casos son los propios padres los que contratan a una persona que se encargue de cambiar la ropa a los niños que empiezan al colegio sin el control total de esfínteres. Por ejemplo, en Madrid, los CEIP. Pi i Margall y Emilia Parado Bazán utilizan una fórmula que consiste en contratar a una persona a través de la empresa del comedor escolar. Así, son los propios padres los que pagan a esta persona a través de las cuotas de comida. También, indican desde estos colegios, para los niños que no se quedan a comer.

Aunque no son la mayoría, existen también las escuelas que trabajan con proyectos de educación alternativa. Dos de estos centros están en Barcelona, son la Escola Congrés Indians y la Escola dels Encants. La secretaria del equipo directivo y maestra de esta última, Miriam Fernández, explica que parten “de una educación donde el niño es el pilar principal y su desarrollo emocional y físico es fundamental”. Por eso, “de la misma manera que educamos en otros hábitos y acompañamos en otros procesos, este es uno más de ellos”.

Sol es madre de alumnos de este centro y recuerda que cuando llegó a este centro con su hijo mediano, que cumple años el 25 de diciembre, la profesora la tranquilizo: “El niño llevaba pañal, chupete… pero la profesora nos dijo que respetaban la evolución fisiológica y que ella mismo le cambiaba si pasaba algo”. De hecho, en este colegio “no es que les dejemos o no traer pañales, es que ni se plantea”, matiza la maestra. Precisamente, porque que un niño no tenga controlados los esfínteres “no es porque los padres no quieran, sino que se debe a otros factores. Hay muchas cosas que un niño de tres años se supone que debe hacer, pero se supone”.

En ese centro son las maestras las que hacen el cambio de muda y cuentan, incluso, “con un banco de ropa por si hay que cambiarles más de una vez o no tienen muda”. No obstante, aquí si tienen “la figura de la técnica, que hace soporte a toda la comunidad, pero está considerada como una maestra más”.