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'Sugar daddies' y sexo transaccional en los tiempos del 8M

RichMeetBeautiful
3 de julio de 2021 22:20 h

Hace poco tiempo, una colega me contó algo bastante raro que le había pasado. Una conocida la animó a acudir con ella a una selecta reunión de amigos que tendría lugar en un chalet de lujo. Finalmente se decidió a ir. En el evento había unas treinta personas. Transcurrido un rato, y tras algunas conversaciones en corrillos en donde predominaban las chanzas y las invectivas sobre “el coletas”, se hizo el silencio y ellas comenzaron, una por una, a exponer su currículums, sus méritos, sus aficiones, su estilo, ante una suerte de tribunal que formaban los varones allí presentes. Mi amiga empezó a sentirse bastante incómoda. Cuando llegó su turno, manifestó que no entendía el motivo por el cual tenía que exponer sus méritos y, sobre todo, por qué los señores que había por allí no hacían lo mismo. Sintió que la miraban como se mira a una enajenada, y tras ello abandonó la reunión sintiéndose muy enfadada y humillada.

Mi colega no sabía de antemano que iba a acudir a un evento de “sugar daddy”. No conozco los detalles, pero la reunión consistía más o menos en lo siguiente: de un lado, estaban una serie de varones (heterosexuales y cisgénero), que para poder concurrir al evento tenían que acreditar unos ingresos brutos anuales mínimos de 150.000 euros. Del otro lado, estaban una serie de mujeres, jóvenes y atractivas, que para poder asistir a la reunión tenían que acreditar el tener “cultura y estilo” (por ejemplo, ser profesional del mundo del diseño sería una buena tarjeta de presentación). Después de una copa de bienvenida, ellas tenían que presentar sus méritos ante el “tribunal”, tras lo cual, cada uno de ellos procedía a elegir a la candidata que más le había gustado.

Este tipo de prácticas es una modalidad de un fenómeno, más general, conocido como “sexo transaccional”. Para entender de qué se trata y cómo su origen está en una situación de desigualdad estructural, vamos a ver un ejemplo que tiene lugar en un contexto totalmente diferente. En muchas zonas de África subsahariana hay mujeres jóvenes y desfavorecidas que proporcionan compañía y sexo a uno o varios hombres de su comunidad, normalmente de más edad, a cambio de que ellos paguen algunos de los diversos gastos y necesidades que ellas tienen. Este tipo de relación no tiene en sus comunidades el estatus de relación de pareja, sino de intercambio, y las mujeres que las practican están estigmatizadas socialmente. Este tipo de práctica es consecuencia de la acción simultánea de tres factores: pobreza (falta de recursos), desigualdad de género (ellas tienen menos oportunidades de conseguir ingresos en el mercado laboral, ellas tienen un rol de subordinación y dependencia del varón…) y consumismo (fuerte presión para consumir lo que dictan las modas y las redes sociales). Este tipo de prácticas acarrean un grave riesgo sanitario (la incidencia del VIH es muy alta entre este grupo social) y, además, hipoteca el futuro de muchas de estas jóvenes.

Nótese que el fenómeno “sugar daddy”, aunque se dé en una posición social situada en el otro extremo, encaja bastante bien en este último molde de las jóvenes desfavorecidas de África. Las chicas que participan en los eventos “sugar daddy” son normalmente jóvenes profesionales y con estudios universitarios que tienen problemas económicos, sobre todo en momentos de crisis, como la presente crisis de la Covid. Es decir, están en situaciones de “pobreza relativa”. Además, se mueven aún (a diferencia de la mayoría de la población) en un universo simbólico en donde las mujeres ocupan una posición de subordinación y dependencia del varón (desigualdad de género). Y sienten una fuerte presión por adquirir productos y marcas de lujo y por alcanzar, rápido, un alto estatus social (consumismo).

El fenómeno “sugar daddy” ya aparecía de forma discreta en las páginas de citas en línea, como Meetic o Tinder. Sin embargo, recientemente han surgido en España diversas páginas dedicadas exclusivamente a este tipo de sexo transaccional. Algunas de ellas son Sugar Daddy España, Sugar Daters, Sudy, Seeking Arrangement o MySugardaddy. Todas estas páginas establecen el intercambio “hombre maduro ofrece estatus y dinero” y “mujer joven, atractiva y con estilo ofrece compañía y…”. Todas estas plataformas tienen un intenso sesgo hetero-patriarcal, aunque hay algunas de ellas que hacen referencia también a las “mommy sugar”. Esto último no deja de ser una estrategia de tokenismo –utilizar uno o dos casos de participantes atípicos, a modo de florero, para dar una apariencia de inclusión, donde en realidad no la hay.

En cualquier caso, mi intención es la de moralizar lo mínimo posible y centrarme en reflexionar sobre cuál es el perfil psicológico y humano de los hombres que actúan como “sugar daddies”. Dado mi limitado conocimiento sobre este grupo de personas, me voy a limitar a proponer algunas ideas, algunas conjeturas y, sobre todo, muchas preguntas.

En los tiempos actuales, de normalización social del discurso feminista de la igualdad y de los 8M, las normas sociales de género son muy diferentes que las que había hace tan solo unos pocos años. A modo de ejemplo, al ligón de antaño que fanfarroneaba con sus camaradas de sus conquistas, ahora lo llamamos “depredador sexual”. La sociedad y sus normas no dejan de evolucionar y ya no hay vuelta atrás. Por esta razón, llama particularmente la atención cómo unas actitudes tan rancias, como la de estos hombres demandantes de sexo transaccional, encuentran acomodo en un sistema de reglas tan diferente.

Ya que hablamos de reglas o normas sociales (usos, costumbres y normas formales), voy a hacer una rápida digresión sobre las mismas. ¿Cómo se mantiene el orden social? ¿Por qué la mayoría de las personas cumple las normas? ¿Cómo actúa ese control social? Siguiendo a Durkheim, esto puede suceder por dos razones. En primer lugar, a lo largo de nuestra vida, de nuestra socialización, interiorizamos esas normas. Y si no las cumplimos, nos sentimos culpables por ello. Esa culpabilidad es una forma de sanción social que nos compele a cumplir las reglas. Y, en segundo lugar, si lo anterior no funciona, está la sanción social proveniente de los otros. Si no cumplo la norma, los otros (mis amigos, mis pares, mi jefa,...) desaprobarán mi conducta, se enfadarán conmigo, se reirán de mí (o, si son normas formales, se me aplicará el reglamento o la ley). 

En el caso de los “sugar daddies”, digamos que la norma social vigente (desde la perspectiva de los hombres) establece algo así como “hay que tratar a las mujeres como iguales”, y el caso es que estos hombres no la cumplen y no parece que se sientan culpables por ello. No parece que con ellos funcione el argumento de la interiorización. Eso sí, habría que ver cómo se autojustifican, cómo resuelven la “disonancia cognitiva” que probablemente experimentan muchos de ellos… ¿Y la segunda forma de control social? ¿La desaprobación por parte de las personas de su entorno? Parece que esta desaprobación tampoco rige para ellos. Estos señores parece que resisten todos los controles sociales a la norma. Actúan contra una conciencia colectiva (de la igualdad) que no es la de ellos. Son unos “disidentes” (¡donde hay poder hay resistencia!) Eso sí, parece que hay causas mejores para ejercer la disidencia…

¿En qué universo simbólico se mueven estos hombres? ¿Qué sentido dan a la compra de afectividad (un buen oxímoron… ¿el dinero lo puede comprar todo?) y de sexo que realizan? Esa actitud de cosificar el cuerpo femenino, ¿aparece también en otros ámbitos de su interacción con las mujeres? ¿Aparece con sus compañeras de trabajo? ¿Con sus hijas?

La identidad es algo construido, es como un relato de uno mismo que va cambiando con el tiempo. Según el interaccionismo simbólico, en una medida relevante, esa identidad se conforma en nuestra interacción con los demás. Necesito sentir que los otros me ven, me perciben, de una manera positiva, como yo creo que soy. Por ejemplo, si me considero una persona solidaria (si para mí es importante mi identidad como persona solidaria), en cuanto surja la oportunidad, actuaré de forma solidaria porque necesito tener la sensación de que soy percibido por los demás de esa manera (yo necesito percibirme así a través de los ojos del otro). ¿Y cómo quieren ser percibidos los “sugar daddies”? Conjeturo que estos hombres necesitan sentirse en el espejo de los demás como poderosos y exitosos (como “triunfadores”), pero de una manera muy simple y superficial (como algunas letras de la música trap): a través de símbolos como el automóvil de alta gama, las marcas de lujo y las mujeres “jóvenes y guapas”. 

Otra forma de ver esto es a través de la cuestión de la masculinidad (que no deja de ser un ámbito más de la identidad). Cuando hacemos referencia a “las masculinidades” estamos hablando de qué consideramos que significa ser hombre en diferentes culturas, en diferentes momentos y dentro de diferentes grupos, y de qué consecuencias sobre los propios hombres tienen esas experiencias. El concepto de “masculinidad hegemónica” hace referencia, con un cariz crítico, al ideal cultural, a la idea dominante de masculinidad que ha prevalecido en los países occidentales (un “verdadero hombre” evita conductas y actitudes que puedan parecer femeninas u homosexuales, tiene el control, es estoico, es dominante, se obsesiona por el logro, restringe su emocionalidad, está siempre preparado para el sexo (heterosexual),…). Por supuesto, siempre han existido otras masculinidades, consideradas subordinadas o marginadas, pero ese concepto de masculinidad hegemónica, en la que se miran las demás, tiene bastante fuerza simbólica. Por ejemplo, muchos hombres que han sido socializados en ese ideal hegemónico, en la actualidad viven con cierto desconcierto el rápido y radical cambio en las normas sociales de género, hacia unas basadas en la igualdad. 

Sin embargo, el ideal hegemónico de masculinidad puede estar cambiando. Hay quienes hablan de una “masculinidad inclusiva”, en donde ya se habría producido un cambio en la masculinidad de referencia hacia una mucho más compatible con los valores imperantes en la actualidad y, en particular, con la superación de la homofobia. Y también hay quienes hablan de una “masculinidad híbrida”, que mantendría algunos aspectos esenciales de la masculinidad tradicional, pero en la que se incorporarían elementos de identidad asociados con otras masculinidades subordinadas o marginadas (por ejemplo, incorporando algunos aspectos de masculinidades homosexuales o de otros grupos étnicos). 

Los “sugar daddies” no encajan en el constructo de masculinidad inclusiva ni en el de masculinidad híbrida. Probablemente tienen unas identidades que encajan mejor con algunos rasgos de la masculinidad hegemónica (tradicional), sobre todo con los que tienen que ver con la necesidad de controlar, de dominar, de demostrar poder, y con lo que, a veces, se denomina, “actitud playboy”.  Esta necesidad de demostrar, sobre todo a los otros hombres, a sus pares, que se es poderoso, queda perfectamente reflejada en esta frase, tomada de una de las páginas web de “sugar dating”: “Un papito exitoso disfruta de privilegios que otros hombres no tienen en sus relaciones normales. Para empezar, sus novias son un agasajo al ojo: chicas exuberantes con atractivo sexual tal que arrancará miradas de envidia de sus compañeros y colegas”. 

En los estudios sobre masculinidades se habla a menudo del “paradigma de la tensión (malestar) del rol de género”. Éste hace referencia a que los estándares culturales de masculinidad, tal y como quedan incorporados en la socialización de género, tienen potencialmente efectos negativos sobre los varones. Estos efectos negativos pueden ser de tres tipos: “discrepancia con el rol de género”, cuando se da un desencuentro entre lo que demanda ese estándar cultural y las propias características de la persona (por ejemplo, ser homosexual cuando el estándar cultural demanda que tienes que ser heterosexual); “trauma con el rol de género”, que significa que, aunque más o menos se satisfagan las expectativas relacionadas con la masculinidad, el proceso que ha llevado a satisfacer dichas expectativas, o su mismo cumplimiento, resultan traumáticos para el individuo (como consecuencia de las renuncias realizadas o del desarrollo de comportamientos que van contra sus propios valores); y “disfuncionalidad con el rol de género”, que significa que el hecho de satisfacer esos estándares de masculinidad puede tener consecuencias negativas, ya que, en sí mismos, varios de esos rasgos y comportamientos que componen la masculinidad hegemónica pueden generar malestar (por ejemplo, no exteriorizar los sentimientos o tener conductas violentas). Los “sugar daddies” es muy posible que no experimenten problemas de “discrepancia”; pero, si se mira qué hay por detrás de su actuación (actuación en el sentido dramatúrgico/teatral) como playboys triunfadores, qué hay en materia de experiencias previas, es muy posible que se encuentren bastantes casos de disfuncionalidad y, sobre todo, de trauma.

Otra cuestión. En las páginas web de “sugar daddy” se afirma que una ventaja para las mujeres (llamadas “sugar baby”) que se apuntan a estas plataformas y que tienen relaciones con “sugar daddies”, es que pueden ascender, de esta manera, en la escala social. En una de estas páginas se afirma lo siguiente: “¿Qué busca una sugar baby? (…) Estatus social. Conocer personas interesantes que pueden impulsar su carrera. Moverse en círculos exclusivos y positivos para mejorar en su vida”. Realmente, ¿prácticas como las comentadas al comienzo del artículo constituyen la “gran sociedad”? ¿Son círculos exclusivos? Y, sobre todo, estos hombres que compran compañía y sexo, ¿realmente van a admitir alguna vez en su “gran sociedad”, como iguales, a estas “sugar babies”?

¿Son mejores estos clientes de sexo transaccional que los clientes habituales de la prostitución? ¿Se perciben a sí mismos con un estatus superior al del resto de clientes de la prostitución?

En este mundo del “sugar dating” se habla de “la soledad del ejecutivo”, del “hombre de alta capacidad adquisitiva”, de “los empresarios que se sienten solos cuando hacen viajes de negocios”… ¿Representa todo esto, de verdad, el mundo del empresariado y del liderazgo empresarial? ¿Qué hacemos con las ejecutivas, las empresarias, el emprendimiento, el liderazgo transformacional, el “liderazgo auténtico”, la ética en los negocios, la responsabilidad corporativa o las escuelas de negocios? Quiero creer que estamos tratando con algo no representativo (ni siquiera de lo que sucedía en el pasado), caduco, mísero y muy minoritario.

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