La vacunación de las mujeres, ¿otra vez en el punto ciego de la medicina?

Diputada de Más Madrid y portavoz en la Comisión de Mujer | Médico y diputado de Más Madrid, portavoz en la Comisión de Sanidad —

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Las mujeres, al igual que en el resto de los campos, también son más invisibles que los hombres en la medicina. Por empezar por algún lado, durante los 90 contaba Carme Valls en Mujeres invisibles (Capitán Swing) que no se incluía a las mujeres en los estudios de enfermedades relacionadas con el corazón. Tan solo se estudiaba a los hombres y después se aplicaban los resultados a todas las personas por igual y era, cuanto menos, arriesgado. De hecho, en las facultades de medicina siempre se ha enseñado que la presentación atípica del infarto de miocardio es la de las mujeres, mientras que la típica y clásica es la de los hombres.

Hace unos meses, la revista Lancet publicó el informe de la Comisión sobre salud cardiovascular y mujeres, formada por 17 investigadoras; en dicho informe señalaba que, a pesar de suponer el 35% de la carga de enfermedad cardiovascular, seguía habiendo falta de conocimiento y estudio en torno a las particularidades de estas enfermedades en las mujeres, que sigue habiendo escasez en la representación de las mujeres en los ensayos clínicos sobre enfermedades cardiovasculares y que, además, es un problema de salud en aumento especialmente en mujeres jóvenes.

Aterrizando este denominado sesgo de género en la Comunidad de Madrid y en el ámbito asistencial, la atención a la salud sexual y reproductiva de las mujeres se ha visto deteriorada en los últimos años de la mano del empeoramiento del conjunto del sistema. Mientras otras Comunidades Autónomas mejoran el acceso a anticonceptivos, incrementan el papel de las matronas en atención primaria o fomentan estrategias accesibles en Atención Primaria de atención a la salud sexual, en la Comunidad de Madrid la atención sanitaria a la mujer sigue siendo uno de los puntos flacos del sistema, con modelos de diagnóstico precoz de cáncer de mama parados durante meses por problemas en la contratación con empresas privadas y con una ausencia total de liderazgo y recursos para que el 50% de la población esté presente en el 100% de la organización del sistema.

Lo maravilloso de tener un sistema sanitario que conserva en gran medida la premisa de que debe ser público, y que la salud de la población es un asunto de todas y todos, es que al llegar algo como la vacuna frente a la COVID-19 se ha suministrado de manera gratuita y a todo el mundo por igual. Gracias a una apuesta política por la universalidad, que no siempre han mantenido todos los partidos y que aún a día de hoy pone trabas en el acceso a grupos concretos de población, estamos consiguiendo un porcentaje elevadísimo de vacunación de la población, sin importar el dinero, la raza o el género y que nos ha colocado en los puestos de cabeza en la lista de países en proceso de vacunación.  

Ahora bien, uno de los grandes errores que se ha cometido con el tema de la vacunación es repetir patrones que se desarrollaban en los años 90, es decir, analizar la seguridad de la vacuna frente a la COVID-19 con ojos eminentemente masculinos. Mientras que en esta ocasión las mujeres sí que estaban representadas en los ensayos clínicos en los que se fue determinando la seguridad y eficacia de la vacuna, sin caer en el sesgo de selección de que solo estuvieran representados hombres (o lo hicieran de forma muy mayoritaria), a la hora de analizar los posibles efectos adversos sí que ha parecido obviarse un ámbito que se antoja como frecuentemente alterado. Volver a convertir al hombre en el sujeto universal e interpretar que le pasaría lo mismo a las mujeres menstruantes ha sido el error en el que hemos tropezado nuevamente, como llevamos tropezando desde hace décadas. Esto ha producido que las mujeres sean un punto ciego en la vacunación y que, en consecuencia, la información que se ha dado al administrarles la vacuna haya sido parcial, no pudiendo muchas de ellas interpretar o poner nombres a los síntomas que sienten después de la vacuna.

En una pequeña encuesta realizada en redes sociales sobre si se había sentido cambios en la menstruación nos han llegado respuestas alucinantes como la de una mujer que ronda los 70 años que tras la vacuna ha vuelto a tener sangrado vaginal y al contarlo a su grupo de amigas parece que no ha sido la única, está siendo un efecto secundario entre las mujeres mayores.

La mayor parte de las mujeres jóvenes que contestaban a esta encuesta explicaban que han aumentado los días de sangrado, reglas que duran en algunos casos hasta 15 días, los dolores o los estados de ánimo. Ya era difícil entender los ciclos por los que pasan las mujeres durante la menstruación en un país que apenas hemos tenido formación sobre salud menstrual como para entenderlo ahora sin que nadie nos esté dando herramientas para poder hacerlo.

Según un artículo publicado por Agencia SINC en septiembre se realizó, dentro del proyecto Eva, un primer cuestionario online sobre los cambios en la menstruación después de la vacuna que lleva ya más de 14.000 respuestas y según el cual el 70% de las mujeres que han participado refieren haber tenido cambios en su menstruación tras la vacunación.

Bajo esta reflexión y la necesidad de que las mujeres no pueden ser sujetos de segunda, que es necesario que tengamos información por igual, estemos atendidas y cuidadas, desde Más Madrid hemos pedido al Gobierno de Ayuso tres iniciativas básicas. La primera, que se garantice la incorporación de perspectiva de género en los estudios farmacovigilancia sobre los posibles efectos secundarios de las vacunas de la COVID-19 realizados en nuestra comunidad. Con esto queremos garantizar que se tenga en cuenta las características propias de las mujeres menstruantes. La segunda, que apoye con financiación específica las líneas de investigación en la Comunidad de Madrid para analizar el impacto de la COVID-19 sobre las mujeres menstruantes de manera diferencial. Y por último, que presente estos resultados a todos los partidos y que se difundan para toda la región y así dotarnos de herramientas para entender mejor cuáles son estos efectos.

El sesgo de género en medicina, como en muchos otros ámbitos de generación de conocimiento, forma parte de un problema estructural que hay que ir derribando de forma constante y decidida, y el estudio de los efectos adversos de la vacuna de la COVID-19 es una oportunidad única para ello.