Acerca de Zapatero, de los compromisos y la amistad (1)

Estos días veo a un amigo que se deja entrevistar en radios y televisiones con motivo de la publicación de un libro suyo y lo que parece es cierto: está haciendo publicidad de su libro. Claro que sí, cuando uno firma un contrato con una editorial y una de las condiciones es un adelanto sobre los derechos de autor que le corresponden, adquiere la obligación de ayudar en su promoción. Pero, sobre todo, José Luis Rodríguez Zapatero está intentando hacerse comprender para deshacer todo lo que se ha dicho sobre él. Es evidente que es una verdadera necesidad personal.

Como mi camino se encontró con el suyo en algún momento y no fue sin dejar algún tipo de marca, hace tiempo que siento que debo dar una reflexión sobre esa persona y ese personaje. Sobre ese amigo, también sobre ese político. Zapatero es un político y éstos realizan su vida en un plano autónomo del común, se tratan entre ellos y piensan desde dentro de los partidos, las instituciones y el Estado a través del que realizan su acción. Antes trató con políticos y gobernantes de todo tipo y ahora lo veo en el Consejo de Estado, una institución que simboliza al Estado mismo.

Mi vida fue y es otra y transcurre fuera de esos entes. Como escritor, mi trabajo era precisamente afirmar la existencia de la vida fuera de esos lugares y, como ciudadano mantuve y, más que nunca, mantengo una distancia con ellos. Imagino que en adelante los caminos de ese amigo estarán cada vez más constreñidos por esa lógica institucional y se apartarán cada día más de quien ya no reconozca a este Estado y se sienta a la intemperie, pero como no creo en el cinismo que niega la vida y que nos conduce al fracaso existencial, creo que la amistad prevalecerá.

Esta es mi visión personal de José Luis Rodríguez Zapatero, un relato breve de ese encuentro entre dos personas bien distintas y de procedencias diferentes. El transcurso de los años nos devuelve al principio. Mis principios estuvieron en el conocimiento de que había que pedir autorización al Gobernador Civil del enemigo para poder vender libros en lengua gallega un día al año, de que la policía asesinaba a estudiantes y obreros desarmados, de que en las comisarías se torturaba a los enemigos del Régimen.

Mis principios me situaron del lado de Puig Antich, Moncho Reboiras, los cinco jóvenes fusilados en septiembre del 75. Viniendo de ahí, la famosa Transición me dejó descolocado, podía comprender que el pacto con el Ejército y el Estado franquista tenía racionalidad, simplemente el franquismo era más fuerte que el antifranquismo y la sociedad española no daba para más, pero nunca pude aceptar las mistificaciones sobre el pasado con las que se justificó desde aquel momento y hasta hoy, siempre discrepé de las bases y del argumento sobre el que descansó esta semirrestauración democrática: la sociedad española había pasado milagrosamente de estar salvajemente troquelada por el Régimen a ser tolerante, civilizada, democrática e incluso de izquierdas o centro izquierda, el Rey había sido quien nos trajo la democracia, aceptar las bases norteamericanas y entrar en la OTAN era una prueba y una garantía de progreso y democracia, los franquistas se habían transformado en demócratas, etc. Sin embargo, aquello era lo que había y con ello había que arrear, y yo arreé.

Me puse a escribir y publicar, escribí en gallego, y eso me situaba desde el comienzo en un contexto de anormalidad. Cualquier escritor que quiera hacer una carrera literaria necesita que exista un país detrás con sus instituciones y sus medios de comunicación; evidentemente no era el caso pero decidí apostar por las posibilidades que podría ofrecer una nueva época en democracia y con la recuperación de la autonomía.

Por razones históricas, la cultura en lengua gallega fue y es inevitablemente antifranquista, esas mismas razones ya adelantaban el fracaso de su normalización en esta etapa histórica de democracia dentro de los límites prescritos, sin embargo, porque pretendí lo que toda generación, llevarme un cacho de comida del banquete de la vida, defendí que la literatura en lengua gallega debía dejar de asumir la anormalidad histórica y social e intentar la “normalidad”.

Incluso defendí la figura del escritor burgués que se relaciona con la sociedad ofreciendole su trabajo del mismo modo que lo hace un trabajador de otra profesión. No es aquí el lugar para hacer balance de ese empeño y de la experiencia de ser escritor en lengua gallega en esta España, lo resumiré diciendo que la “normalidad” fue y es imposible. Y lo es por las mismas razones por las que esta democracia ha llegado a su agonía, porque no habrá democracia en España sin una ruptura con el pasado franquista y su cultura civil, su ideología nacionalista, su modelo económico y su estructura de poder.

Mis intentos por ser un escritor razonablemente profesional nunca fueron realmente posibles y nunca conseguí desentenderme de los problemas y conflictos sociales y políticos, de modo que ya había tropezado con el poder político en la Galicia de Fraga. Sin embargo, todavía entendía que aquel reinado autoritario era una anomalía dentro de una España más o menos democrática. Los años siguientes me desengañarían. También creí que la segunda legislatura de Aznar era otra anomalía autoritaria pero transitoria dentro de un sistema democrático, y fue en esa época cuando conocí a Zapatero.

Acababa de ser elegido secretario del PSOE por el voto de los militantes frente a José Bono, Matilde Fernández y Rosa Díez (sí, aunque cueste creerlo) y, sin embargo, contaba ya con el recelo del aparato del partido y de los sectores y medios de comunicación que se identificaban con la etapa de González y Guerra, eso jamás cambió.

En Zapatero reconocí a un joven dirigente bien distinto de los anteriores, una persona con sinceras convicciones y con arrojo, pero además con una dureza que no se correspondía en absoluto con la idea de un niñato naif que le atribuían sus enemigos. En lo político, un regeneracionista entusiasta; conocí presidentes, ministros e intelectuales españoles pero nunca a nadie que creyese tanto en las posibilidades de la España de los españoles.

Se sentía discípulo lejano de Giner de los Ríos, un nacionalista español que curiosamente acabó siendo acusado de “mal español” y “traidor que vende España a ETA y a los catalanes”. Pero su España no era integrista en ningún sentido, capaz de reconocer la diversidad nacional interna.

Quien recuerde la conmoción que fue la gestión del naufragio del Prestige, luego la campaña a favor de la guerra contra Irak y la manipulación de la información tras los atentados en los ferrocarriles madrileños, podrá comprender las razones para desear que llegase al Gobierno. Siempre creí que Galicia precisaba para existir de fuerzas políticas propias pero cómo no apoyar a un presidente del Gobierno español así tras haber vivido todo lo anterior.

En Galicia se da por sentado que un escritor en lengua gallega debe ser forzosamente de izquierdas, cosa que siempre combatí pues me parece que es una expectativa irreal, casi antidemocrática y un signo de desesperación histórica. Defender la autonomía de la literatura respecto de los programas ideológicos y la independencia del escritor me resultó incómodo.

Pero en la cultura española comprobé que la idea dominante era realmente la contraria, comprometerse en el apoyo a una opción de izquierdas era censurado porque, por lo visto, el intelectual perdía independencia y no me recuerdo cuántas cosas más perdía. De eso quedaban exentos los intelectuales que apoyaban a la derecha, fuesen a UPyD o al PP. Y eso era posible porque existía una formidable operación de descalificación y denigración de Zapatero (nunca pudo tragar lo de ZP, un calificativo nacido para apoyarlo pero que fue acogido con entusiasmo por sus enemigos).

Zapatero gobernó por el apoyo de millones de personas que le dieron su voto en dos ocasiones y despositaron en él enormes esperanzas, sin duda fue un gobernante personalista y también carismático y eso tiene aspectos positivos y otros inquietantes; pero al mismo tiempo fue combatido por sectores de su partido y, unánimemente, por una derecha que sabía que necesitaba destruirlo personalmente.

A diferencia de sus antecesores en el Gobierno, era un profesor de Derecho Político y había conocido la política local y luego la estatal, había estado en la dirección federal y en el Congreso, tenía un recorrido político teórico y práctico y, sin embargo, se le reprochó todo lo que no le habían reprochado a Suárez, a González o a Aznar.

La campaña contra Zapatero, sostenida en el tiempo por todos los medios de comunicación, es digna de un estudio acerca del papel de los medios en la conquista del poder político. Pero, como ya aprendí que quien lee en la red no gusta de textos largos, me disculparán y continúo la semana próxima.

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