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Andrea Levy, mercenaria de género

Casado y Levy

Ruth Toledano

Hace unos años, las mujeres del patriarcado decían una frase repugnante: “Yo no soy feminista, soy femenina”. Cuando ese patriarcado ni siquiera había permitido que mi propio feminismo estuviera suficientemente desarrollado (y aún es un feminism in progress, como work que es de liberación y conciencia política aplicada), aquella frase ya me ponía de los nervios.

Ponerse de lo nervios con las herramientas del patriarcado es feminista; si las herramientas son tan burdas como aquella frase, ponerse de los nervios es feminismo en sentido estricto. Recuerdo en particular habérsela oído a Ana Botella. Y a otras mujeres semejantes, hijas del patriarcado. Siempre sonreían durante o después de pronunciar la tonta y tramposa aliteración. Sonreír para demostrar lo femenina que eres es muy patriarcal. Las sonrisas versus los sapos y culebras (todos mis respetos antiespecistas) que echa por la boca una bruja feminista.

Hacía tiempo que no oía esa frase (“Yo no soy feminista, soy femenina”). Ayer pensé que Andrea Levy podría decirla, soltar esa mierda y seguir sonriendo mientras María Llapart, violeta de perplejidad, la entrevistaba en ‘Al Rojo Vivo’. Aguanté los 11 minutos que duró la vergüenza de ver a la mujer Andrea Levy refiriéndose a la violencia de género, la violencia machista, como “violencia doméstica”, solo para oírle decir que ella no es feminista, que es femenina. Sé que era un anhelo demodé, que es una frase que ya casi no usan ni las hijas más obedientes del patriarcado. Cómo se le iba a ocurrir a una mujer joven y moderna. Y encima catalana, que son más modernas aún. En todo caso, las mujeres del patriarcado nos llamarán, para distinguirse, feminazis a las feministas, pero lo de decir que eres femenina ya no se estila, créeme.

Así que Andrea Levy no dijo que ella no es feminista sino femenina, pero tampoco andaba yo tan desencaminada esperando 11 minutos a que lo dijera. No. Iba como un tiro yo. Porque Andrea Levy, con su chupa de piel modernamente arrancada a una vaca y sin parar femeninamente de sonreír, comparó la violencia de género, la violencia contra las mujeres, con el caso de un tío (un hombre, un macho nieto) que quiere echar a su abuelo de la casa. “Desahuciarlo”, dijo Levy, para más modernez, para más inri. Y entonces usó la expresión que yo me temía, aunque con otras palabras: “violencia doméstica”, dijo. Es verdad que sonreía mientras lo pronunciaba, parecía femenina. Pero no es menos cierto que Levy se trastabilló, tartamudeó, perdió el hilo y lo volvió, como pudo, a enhebrar. Para la asignatura Hogar que aun tuvimos las de EGB, la labor le quedó sucia. Levy, sin embargo, es vicesecretaria de Estudios y Programas del PP, y Estambul debe de sonarle a puente de la Inmaculada.

Lo de la violencia doméstica no solo es repugnante, sino ajeno a los acuerdos internacionales, como ese Convenio de Estambul del 2011 al que se adhirió la Unión Europea en el 2017. A menos que al PP Europa le pille cada vez más lejos -por aquello de que España empieza en Despeñaperros-, desde la Estambul de ir de luna de miel la violencia contra las mujeres no se considera violencia doméstica sino violencia contra las mujeres por razones de género, violencia machista. A la mujer Andrea le quiere sonar, pero la femenina Levy tiene que hacerle el punto de cruz (azul para los niños y rosa para las niñas, como en el Brasil de Bolsonaro, donde la ideología es de género pero la violencia es doméstica) al partido de Casado. Lo que es ser mercenaria política. Guardia mora pero a la catalana, que es mucho más moderna, lleva chupa de vaca.

Decir “violencia doméstica” es tan repugnante como lo de ser femenina y no feminista, ni mucho menos, dios las libre, feminazi. Pero en los tiempos que corren le puede dar a Levy un empujoncito para avanzar en su, asimismo, repugnante futuro político. Por mal que mienta diciendo que deja a un lado el partidismo. La mujer Andrea nos repugnó porque llamó “hogar” al espacio sin límites del patriarcado, obviando que la violencia contra las mujeres la ejercen los hombres en las casas y en las calles y en las oficinas y en los hospitales y en las empresas y en los bares y en los montes. En cualquier metro cuadrado del mundo donde desatan esa violencia contra las mujeres no por ser sus esposas o sus novias o sus madres o sus hermanas o sus empleadas o sus pacientes o sus clientas, sino por el hecho mismo de ser mujeres sobre las que, por el simple hecho de ser hombres, pretenden una posición de superioridad y se afirman en la dominación.

Andrea Levy no dijo que es femenina en vez de feminista. Se le olvidó. Pero hablando de “violencia doméstica” traicionó a las mujeres. Vendió a las mujeres por contentar a su jefe, al jefecillo. Lo hizo sonriendo. Dejó en evidencia lo que es: una mercenaria de género.

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