Un cerdo a la izquierda

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Hace unos días, la cuenta @Strambotic tuiteaba una foto del columnista Salvador Sostres junto a un cerdo con el siguiente pie de foto: “Salvador Sostres (derecha)”. El pie de foto se convertía rápidamente en la cuchufleta del día en Twitter:

Dejando al margen lo apropiado del chiste, ¿por qué cualquier hablante competente entiende que hay un insulto subliminal en ese pie de foto? Al fin y al cabo, lo que el texto expresa (que Salvador Sostres está a la derecha en la imagen) es absolutamente cierto. La explicación a por qué inevitablemente vemos un insulto en el pie de foto la encontramos en lo que en Lingüística se conoce como las máximas cooperativas de Grice.

Las máximas cooperativas de Grice son cuatro principios enunciados por el filósofo Paul Grice que enuncian las reglas básicas que rigen la comunicación entre hablantes. Lo que estas máximas vienen a decir es que, en una conversación, los interlocutores tienden a poner de su parte (es decir, tienden a ser cooperativos) para que la conversación sea eficaz y llegue a buen puerto. Y es que buena parte de lo que decimos en una conversación es ambiguo, incompleto, indirecto o presupone un conocimiento previo compartido entre los interlocutores. Las máximas cooperativas de Grice son la pátina de sentido común que los hablantes superponemos de forma natural a la interpretación puramente lógica de un enunciado y que permite que los humanos podamos entendernos cuando hablamos.

Las máximas de Grice son cuatro: calidad, cantidad, relevancia y forma. En resumen, estas máximas establecen que los interlocutores de una conversación deben decir cosas que sean verdad (calidad), aportar la cantidad de información adecuada a la conversación, pero no más ni menos (cantidad), decir solo aquello que sea relevante dado el contexto (relevancia) y decirlo de la manera más clara posible, evitando que el mensaje resulte ambiguo u oscuro (forma). Dicho así, las máximas de Grice pueden parecernos un tanto insatisfactorias, por lo obvias que resultan. Pero estas máximas permiten explicar por qué determinados intercambios comunicativos (que desde un punto de vista estrictamente formal podrían parecer ilógicos) son exitosos, y por qué otros que formalmente parecerían razonables resultan inapropiados.

Supongamos que alguien nos pregunta si Maribel tiene pareja y respondemos que la vimos salir ayer de su casa con un chico muy guapo. Aunque en un sentido estricto nuestra respuesta no contesta a la pregunta, nuestro interlocutor asumirá que estamos siendo cooperativos, aplicará la máxima de relevancia e interpretará que si les estamos diciendo eso es porque probablemente el chico guapo sea la pareja de Maribel. No se trata solo de ser un poco avispado y saber entender cuándo nos están hablando entre líneas: es que sin poner la máxima de relevancia a funcionar, la respuesta sobre que Maribel salió anoche con un chico resultaría ilógica y no vendría a cuento. La única forma de interpretar lo que nos están diciendo para que la conversación tenga sentido es asumiendo que lo que nuestro interlocutor nos dice es relevante dentro de la conversación.

La destreza para conducirse de forma cooperativa en términos lingüísticos puede parecernos de perogrullo, pero es una habilidad que se adquiere: un niño de 4 años puede conjugar subjuntivos sin despeinarse, pero probablemente será incapaz de comunicarse de forma plenamente cooperativa (violando, por ejemplo, la máxima de cantidad al describirnos su nuevo camión de bomberos con una prolijidad y persistencia que no esperaríamos encontrar en un adulto). De hecho, quizá donde mejor se vea operar las máximas de Grice es cuando no se respetan, porque su incumplimiento tiende a producir comunicaciones insatisfactorias (o, como se dice en términos pragmáticos, infelices): la violación de las máximas de Grice explica la risa que nos produce cuando en un paquete de nueces se anuncia solemnemente que “contiene nueces” o la frustración que nos causa cuando alguien intenta hacerse el gracioso y responde con un escueto “sí” a la pregunta “¿Tienes hora?”. Desde un punto de vista estrictamente semántico, ninguno de estos dos enunciados es incorrecto. Al fin y al cabo, lo que expresan es verdad, pero ambos resultan inadecuados en términos pragmáticos porque incumplen la máxima de cantidad, en un caso por defecto, en otro por exceso. Los chistes dialogados y la comedia en general se nutren en gran medida de violaciones inesperadas de las máximas de Grice (el humor en la serie de The Big Bang Theory gira de forma recurrente en torno a la incapacidad del personaje de Sheldon Cooper para comunicarse de forma cooperativa).

Las máximas de Grice no deben entenderse como una serie de preceptos que los hablantes debamos obedecer. De hecho, son numerosas las situaciones comunicativas en las que nos las saltamos, como cuando decimos algo irónico o sarcástico (aunque incluso en estos casos, haremos obvia nuestra intención a través del tono o del contexto, es decir, seguiremos siendo cooperativos). Por el contrario, el propósito de estas máximas es describir el comportamiento con el que los hablantes nos regimos y las expectativas que depositamos sobre nuestros interlocutores. El meollo no reside solamente en que como hablantes seamos cooperativos en la conversación, sino que además damos por sentado que los demás también lo son. La publicidad explota este fenómeno constantemente: el reclamo “sin gluten” en un paquete de arroz inevitablemente pondrá en marcha toda nuestra maquinaria griceana, haciéndonos suponer que si ese paquete lo explicita es porque debe ser relevante, es decir, porque los arroces de la competencia sí llevan gluten (a pesar de que el arroz es un ingrediente que no tiene gluten).

Volviendo al tuit del principio, el motivo por el que nos hace gracia es porque ese pie de foto traiciona nuestras expectativas pragmáticas: al ver ese “derecha” explícito, nuestra competencia lingüística pone a funcionar las máximas cooperativas, lo que nos lleva a interpretar que quien redactó el texto (que presuponemos cooperativo) consideró que era necesario explicitar cuál de las dos figuras de la foto era Salvador Sostres. Es decir, la única forma cooperativa de interpretar ese pie de foto es asumiendo que existe la posibilidad de confundir a Salvador Sostres con el cerdo. Ahí, debajo de todo nuestro conocimiento pragmático, es donde está el chiste.