Hay cosas que pasan, cosas que los ciudadanos tenemos que asumir sin rechistar por inicuas, ilegales o crueles que sean. Lo ha dicho el emperador Donald Trump a propósito del secuestro, asesinato y descuartizamiento de un periodista saudí en la embajada de su país en Ankara. Lo acaba de practicar el Tribunal Supremo de España al condenar de modo expeditivo y sin pruebas a Álvaro García Ortiz por intentar defender la verdad frente al bulo del Rasputín de Ayuso.
Cosas que pasan, tal es el paradigma del despotismo anti-Ilustración que está marcando este siglo XXI. Si estamos viviendo cosas espantosas es porque así lo quieren los poderosos, y al resto de los mortales solo nos cabe la aceptación resignada. Es la voluntad del jefe, del amo, del togado, todo un regreso a los tiempos medievales, pero ya sin tan siquiera el imaginario consuelo de que Dios recompensará nuestra mansedumbre en el más allá. Ahora el principal alivio es el consumismo. Compra, no desaproveches las ofertas del Black Friday.
Empezaron diciendo que la verdad y el embuste son equivalentes, dotándose así de una licencia para mentir como la practicada por Rasputín ante el Supremo en el juicio a García Ortiz. Siguieron exhortando a todos aquellos con poder para hacer lo que les salga de las narices a que lo hagan, un mensaje directo a los medios y los jueces amigos. Ahora Trump ha tocado la trompeta de dar un paso adelante al exculpar al rey saudí con lo de cosas que pasan.
Más allá de la lógica, la justicia y la moral, más allá incluso de la propia legalidad establecida por los poderosos, hay cosas que pasan. El asesinato de decenas de miles de civiles gazatíes es una de ellas, una de esas de las que, si hay culpables, estos son las víctimas, esos puñeteros palestinos que no se resignan a ser expulsados de sus tierras. Como fue ineluctable la muerte por ahogamiento de más de doscientos valencianos en la riada de octubre de 2024. O la de miles de ancianos en las residencias de Madrid durante el covid.
No era Carlos Mazón quien tenía que ordenar la alerta por la riada, eso no está dentro de sus competencias. Él era presidente de la Generalitat para celebrar las Fallas y darse comilonas en El Ventorro, que todo hay que decirlo. No fue Ayuso quien abandonó a los ancianos de las residencias madrileñas, se iban a morir de todos modos. Por lo demás, su hermano y su novio también actuaron comme il faut: forrándose con comisiones en la compra de mascarillas.
Sí, amigos, el despotismo ha regresado con fuerza, y a mí no me consuela que sea ejercido por jueces que han ganado oposiciones o políticos que han triunfado en unas elecciones dopadas por el mucho dinero y la mucha complicidad de medios y redes sociales. Ni una ni otra cosa deberían permitir la arbitrariedad, el ejercicio obsceno de la ley del más fuerte, ese lo hago porque puedo hacerlo de nuestro Tribunal Supremo, y tú ponte a comprar cosas en Internet, que calladito estás más guapo.
No es solo la democracia lo que está en peligro, no. Es mucho más que eso: es todo el progreso de la humanidad desde el siglo de las Luces, cuando, como decía Kant, se estableció la primacía de la razón crítica, su emancipación de las tutelas del sacerdote, el gobernante o el amo. Y es que los nuevos déspotas pueden coexistir perfectamente con la celebración de elecciones. Ya saben cómo ganarlas y cómo justificar luego todas sus actuaciones, incluidas las más evidentemente vinculadas a su interés, su ideología o su capricho, en nombre de la mayoría que los votó. Para ellos, la transparencia, la rendición de cuentas, la honestidad en el manejo del dinero público, la separación de poderes, el respeto a las minorías, incluso la legalidad nacional e internacional, son antiguallas reivindicadas por zurdos desfasados. Ahí están Trump, Milei y Ayuso.
¿Qué hacer? No engañarse, para empezar. Asumir que se han roto las reglas del juego y cabe ponerse en modo junio de 1940, los nazis han entrado en París. Ideas como la no colaboración con el opresor, la insumisión, la desobediencia civil y la resistencia pacífica deberían volver a ser valoradas. Actitudes como la egolatría, el sectarismo y el cainismo deberían ser repudiadas. Se trata de hacer lo más corta posible esta noche en la que ya hemos entrado.